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Desde mi Mieres del Camino

San Pedro y Santa Marina, semillero de jóvenes y "guajes"

Las agrupaciones que se formaron en los barrios obreros de Mieres

Transcurridos 75 años quizá no sea posible considerar como claves en la historia de Mieres a los barrios de San Pedro y Santa Marina, los más característicos núcleos de la villa, en cuestión de inmigración obrera, pero que hoy están integrados plenamente en el caso urbano, uno por su expansión habitable, y otro dada la conexión a través de La Mayacina. Ante esta realidad y una serie de aspectos propios e intransferibles, merecen un tratamiento.

Década de los cuarenta. Aún fresco el final de la contienda fratricida de la guerra civil, el nuevo estado dictatorial precisaba, como agua de mayo, del carbón que medio dormitaba en los yacimientos de las cuencas mineras asturianas. Y así promocionó, a través de la iniciativa privada, siguiendo sendas anteriores, la extracción del mineral y apertura de explotaciones, junto con la industria pesada de la siderurgia, por vía de montaña o pozo vertical. Y a las localidades donde se asentaban las instalaciones acudieron, como moscas a la rica miel, aspirantes a los puestos del subsuelo o instalaciones auxiliares, provocando una inmigración desde diversas regiones españolas, como Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Galicia y otras, como también del cercano Portugal. No faltó tampoco el movimiento interior de la tierra asturiana.

Una vez garantizado el trabajo, los mineros y una buena representación de metalúrgicos, demandaron la presencia de su familia, al menos esposa e hijos. Y el gobierno franquista se vio en la obligación de crear, a toda velocidad, poblados obreros que, de principio, con aspecto de cuarteles, se asemejaban a una especie de guetos por arte de la discriminación urbanística, llevada en muchos casos al terreno social y humano. Así nacieron en el Caudal y el Nalón una serie de barrios con el sello especial de la defenestración. El tiempo fue marcando pauta y con ella la lógica reacción de unas gentes que sacaron a relucir su rebeldía, por varios conductos. En lo que respecta a Mieres, fueron San Pedro y Santa Marina los abanderados.

Sobre el primero de ellos, y ya metidos en los cincuenta, fue una juventud que se movía entre los 18 y los 24 años, quién protagonizó ese proceso. Allí se formó la famosa "pandilla juvenil" de cerca de sesenta miembros varoniles, que, con todo un sentido de camaradería, generosidad y temple solidario, unieron sus caminos, para transitar juntos durante varios años. La plaza del barrio fue su sede de "operaciones", con los partidillos de alcantarilla -las porterías eran dos palos con un metro de apertura- y con la vista puesta en el fútbol de verdad. De esas mieles supieron, como jugadores federados Carlos Pariente, Lolo Llaca, Luis Fernández, Elías do Santos, Paco Argüelles, Amador Cascallana y José Antonio Herero entre otros que compaginaron con otras acctividades. ¿El resto?. Todo un abanico de variedades a la hora de escoger profesión, aunque, eso sí, con el sello de lo precario y lo sacrificado.

Mil peripecias salpican el tránsito vital de estos jóvenes, como la carrera en calzoncillos durante la Nochebuena, los bolos en el Bibiana o Casa Villa, el juego del chinchón en Casa Avelino o Bar Azul, los bailes en La Pista y El Palau (algunos con bronca frente a otros grupos) y las tertulias con las hazañas de los veteranos en cuestión de "mili". El tiempo fue poniendo las cosas en su sitio y la juventud rebelde asentando situaciones, ya como cabezas de familia. Desgraciadamente hoy es obligado registrar las ausencias para siempre de Tom, Carlos, Lolo Llaca, Pastorín, Luis el de Oñón, Cascallana, José Manuel, Los Corrales, Pepe y Ricardo Gancedo? En fin. Queda el consuelo de ese encuentro que, de vez en cuando, reúne a los supervivientes, en torno a una mesa bien servida, para rememorar los tiempos pasados a golpe de dificultad y carencia, pero con una enorme carga de ilusión.

En Santa Marina puede decirse que no se operó ese fenómeno de un núcleo importante de sus jóvenes reunidos y unidos en "pandilla", sino que la disgregación, por alguna razón que se escapa al cronista, fue la respuesta. Si apareció la formación de pequeños grupúsculos que también practicaron la amistad, la compenetración de sentimientos, dejando asimismo pruebas irrefutables de su tendencia hacia la entrega y la solidaridad. Posteriormente también nació un movimiento, propiedad innegable de esta barriada, que en la actualidad, de la mano de algunos conductores entregados a la labor, caso de Ángel García Díaz, coordinador del libro fotográfico "Dos décadas de sueño", alcanza caracteres espectaculares. Se trata del encuentro anual, comida incluida, de "Los guajes de Santa Marina", que se juntan, en un ambiente de autenticidad, para rememorar las épocas de sus orígenes -muchos de ellos nacieron en el nuevo poblado obrero- y sobre todo reforzar la firme promesa de no renunciar a sus orígenes. Y es que, por residuos de una interpretación fatal de clases sociales, hay quién, hoy situado en un determinado estatus socioeconómico, oculta que, nació o convivió en estas dos características barriadas-cuartel levantadas en su día por el régimen franquista, para recoger a los emigrantes y familiares que acudían al "olor" del llamado oro negro del carbón.

Tanto los miembros de "La Pandilla de San Pedro", como "Los Guajes de Santa Marina", se sienten hoy día orgullosos de haber sido parte integrada en la reciente historia del lugar que en su día sintió en la carne el zarpazo de la discriminación y de la distancia social establecida, en una buena parte, por los salarios míseros, las jornadas maratonianas y las condiciones de trabajo que, en algunos casos, pudieron haber sido patrimonio de la prehistoria.

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