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Dando la lata

Una y otra

Pero qué paciencia hay que tener. La pobre cajera luciendo una sonrisa de resignación y haciendo que escucha mientras la clienta se queja de lo agobiada que está, de la prisa que tiene, de la cantidad de asuntos fundamentales que se ve obligada a gestionar. Conozco a una y a otra. Y sé que a una le cuesta conciliar el sueño a pesar de llegar cada noche reventada a casa. Porque la empresa cambió de manos y su trabajo, como el de sus compañeros, está en el alero. Y es que, por más que los nuevos propietarios manifiesten lo contrario, los hechos llevan a concluir que su estrategia es asfixiar algunos centros, que dejen de ser rentables, para echarles el cerrojo y poner a unos cuantos empleados en la calle. Porque ya saben que en estas operaciones de fusión empresarial, de absorción de unas compañías por otras, siempre hay alguien que sobra. Y los que sobran son los que, precisamente, más dan la cara por el negocio, los que menos ganan y más horas trabajan.

La otra es una vieja conocida, una de esas afortunadas personas a las que, siendo rematadamente inútiles, alguien colocó en un puesto público de modo provisional pero que, por el arte de birlibirloque, se convirtió en perpetuo. Una persona que hace ostentación de su incapacidad y que no se molesta en ocultar que desde que ocupó la plaza no ha habido jornada en la que haya realizado labor de provecho, algo que sus colegas prefieren que no intente, no vaya a ser que lo ponga peor. Una de esas personas que concibe su salario como un derecho no asociado al trabajo.

Una sonríe mientras pasa los productos por el lector, los recoge en bolsas, pesa la fruta, cobra, entrega unos vales, devuelve el cambio y despide a amablemente a la clienta mientras que ésta refunfuña y protesta. Una tiene su futuro en el aire y la otra, garantizado. Una gana la mitad, o menos, que la otra. Una, además de hacer de cajera, ha de reponer, limpiar, hornear pan, preparar pedidos, ordenar el almacén, cuadrar cuentas y cerrar. La otra procura no hacer más que leer la prensa y charlar. Ninguna de las dos merece su situación.

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