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Maestro Horacio

Opino que el buen maestro es quien con su ejemplo y coherencia cotidiana llega a convertirse en referente para su alumnado. Tal vez por esta reflexión inicial y por el título del artículo pudiera pensarse que va dedicado al clásico poeta y pensador latino sin embargo estoy haciendo alusión a otro Horacio, Horacio Fernández Inguanzo "El Paisano", luchador social y exponente de la mejor tradición de la izquierda.

Aquel hombre supo aunar voluntades y superar dogmas ejerciendo un liderazgo enérgico pero a la vez humilde, reflexivo y humanista. Fue capaz de conjugar su intelectualidad (llegó a finalizar estudios de Magisterio y a ejercer la pedagogía en el Orfanato Minero) sin renegar de los orígenes obreros. Además, "El Paisano" tenía una faceta de combatiente y resistente (teniente del ejército republicano, prisionero político en las cárceles franquistas, dirigente clandestino) pero llegado el momento también supo defender la política de reconciliación nacional que el PCE preconizó desde 1956 en el documento denominado Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español, declaración del Partido Comunista de España hecha en junio de dicho año. Hace ahora justamente seis décadas que los comunistas españoles entendieron que el mejor servicio al Pueblo era superar divisiones y rencores para construir un futuro en el cual no pudiera repetirse jamás la barbarie de la guerra civil, la más incivil de las guerras según el adagio. Es conveniente recordar esto porque se habla con frecuencia del generoso papel del PCE durante la Transición y, siendo muy justo que se valore esa altura de miras, es menos justo que se olvide que el PCE apostó por la reconciliación mucho antes que otros sectores políticos en nuestro país, desde los liberal-conservadores hasta los monárquicos antifranquistas sin mencionar, por supuesto, a las diferentes "familias políticas" del franquismo.

En ese contexto Inguanzo hizo suya la causa de identificar a los ideales comunistas como sinónimo de socialismo democrático, justicia y libertad. Y todo ello sin concesiones ni complejos pero desde la profunda convicción, no siempre bien entendida en algunos ámbitos, sobre que era necesario edificar un marco de convivencia alejado de la venganza o el revanchismo. Supo aceptar responsabilidades sin postularse, por lo cual, se movió con idéntica "auctoritas" en la resistencia contra la Dictadura como en la Política de la Transición mereciendo el afecto y el respeto de camaradas, adversarios y "compañeros de viaje" incluso tras procesos dolorosos como aquel Congreso de Perlora de triste recuerdo. También supo "El Paisano" granjearse el respeto de dirigentes tan poliédricos como el propio Santiago Carrillo quien sabía de su lealtad y de su militante disciplina, pero tampoco ignoraba su capacidad para decir lo que pensaba honestamente. Hoy, quienes añoramos la existencia de aquel PCE echamos de menos a Inguanzo y nos preguntamos: ¿qué hemos hecho mal?

Seguramente, alejarnos en exceso de la senda que con su ejemplo nos dejó como legado.

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