Todo comenzó a languidecer, con connivencias vergonzosas, y nos fueron metiendo al riego para irnos convirtiendo en sector servicios, edulcorando la muerte. Con el paso del tiempo se fue convirtiendo en triste realidad.
A la fuerza ahorcan, y lo cierto es que tenemos mucho que ofrecer: las maravillas naturales de los dos valles, con decenas de rutas, sendas espectaculares, montañas, ríos, nieve, fiestas de interés turístico, pesca, alojamientos rurales inigualables, gastronomía, o Museos que muestran lo que fuimos y en que nos dejaron los gobernantes de turno. También pueblos con encanto que reciben con afabilidad a los visitantes que acuden huyendo del estrés de las ciudades. Al final hubo que asumirlo todo con resignación.
No hace falta decir que tratar bien a los que nos visitan debe de ser norma generalizada, sin llegar a extremos que conlleven la desatención con los habituales –bastante frecuente– porque los unos son aves de paso, y los otros se quedan el resto del año.
Lo preocupante es que cuando parecía que ya habíamos cogido marcha, asentando y diversificando negocios de variado tipo, y buenas gentes ilusionadas con adaptación a un nuevo modo de vida, nos llegó esta peste del covid para tirarnos un jarro de agua helada y echarlo todo a perder, pues las previsiones lo pintan fatal, y seguramente muchos se quedarán por el camino, teniendo que volver a partir de cero. Esperemos que no sea así.