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Antón Saavedra

Fútbol y movimiento obrero

Un deporte que nació entre los trabajadores y que se ha convertido en un negocio millonario

Resulta muy difícil encontrar alguien que no haya jugado al fútbol. Pegar patadas a un balón es algo muy básico, casi instintivo, quizá por eso una cosa tan simple sea uno de los principales entretenimientos de los pueblos, aunque muchas críticas lo sigan considerando como “el opio del pueblo”.

Para algunos intelectuales, los pueblos cuando tratan de fútbol piensan con los pies en vez de pensar con la cabeza, dicho de una forma despectiva, pues estos intelectuales desesperanzadamente conservadores afirman que es el fútbol donde la ignorancia se impone a la cultura como si el deporte no fuera cultura, jactándose incluso de su intelectualidad para tratar a los amantes del fútbol de chusma y otras cosas peores. Para otros intelectuales de izquierda, el fútbol opera en desmedro de la conciencia de clase sumiéndolo en una pobreza de alma de la que nunca escapará, sosteniendo que el fútbol va en contra de todo avance y progreso. Sin embargo, el marxista italiano, Antonio Gramsci, tal parece que haya jugado al fútbol cuando se refiere al mismo como “el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”, por lo que pienso, como uno de los amantes de este deporte, quedarme en este reino que nos indica el pensador italiano.

En cierta ocasión, allá por el año 1994, un periodista le preguntaba a la teóloga alemana Dorothe Söller: ¿Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad? “No se lo explicaría” –respondió–, “le tiraría una pelota para que jugara”…, y esa fue nuestra felicidad en aquellos tiempos duros y difíciles de la dictadura franquista en las barriadas minero-siderúrgicas de San José y Pilar de Lada, jugando los “guajes” con cualquier cosa que se pareciese a una pelota mientras nuestros mayores luchaban contra la dictadura franquista para arrancarle mejores condiciones de vida y de trabajo hasta alcanzar la libertad y la democracia del pueblo español, no en vano aquellos barrios fueron auténticas fortalezas del movimiento obrero. Y, fue allí, de donde salieron afamados médicos, ingenieros para las minas y las fábricas, arquitectos, abogados y jueces, matemáticos, químicos, dirigentes sindicales a nivel internacional y, sobre todo, trabajadores de la mina, la construcción y la metalurgia de reconocido prestigio, no sólo en España, sino en todo el mundo.

Es verdad que los orígenes del fútbol se remontan a la Inglaterra victoriana –clase obrera y fútbol comparten origen al nacer ambos en el Reino Unido– que, poco a poco, iría exportándolo a otros países, caso concreto de España, donde su presencia en las Minas de Río Tinto en Huelva, no solo daría lugar a numerosos y graves conflictos laborales, con la asunción de una fortísima y concienciada organización obrera y la creación del decano del fútbol español – el Recreativo de Huelva–, pero si existe un país que se distinga por su gran afición al fútbol, ese es el pueblo de Argentina, destacándose como una de las primeras vinculaciones del mundo del deporte y el movimiento obrero, donde el origen de algunos equipos como el Argentina Juniors, nacido en los barrios porteños de La Paternal y Villa Crespo, allá por el año 1904, quedaría bautizado como Club Mártires de Chicago en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados en el 1º de Mayo, siendo también el 1º de Mayo el día elegido para dar nacimiento al Club Chacarita en una biblioteca anarquista de Buenos Aires.

El fútbol, uno de los deportes masivos en el mundo entero, coincidirá también con la aparición de las primeras organizaciones obreras en los principales pueblos y ciudades de los principales centros industriales, caso muy concreto del pueblo langreano de Lada, donde me afincaron desde pequeño, y donde la clase trabajadora comenzó a advertir las inhumanas condiciones laborales y de vida de la proletarización, registrándose las primeras iniciativas de lucha y resistencia declaradas contra el capitalismo en forma de dictadura fascista.

Así fueron naciendo las sociedades de resistencia, bibliotecas y clubs deportivos, tales como la Juventud Norteña –a partir del 1 de junio de 1969 registrada como Asociación Amigos del Nalón–, presentándose como la mejor opción para la socialización de la clase trabajadora, como una excusa para el encuentro, la solidaridad y el autorreconocimiento como clase, además de poner en práctica principios modernos de regeneración de los pueblos, formando hombres y mujeres moral, física e intelectualmente íntegras para seguir luchando unidos contra la explotación capitalista, así como contra la droga en sus distintas formas y otras lacras que llevan a la población a la mayor de las miserias.

Pero no todo es oro lo que reluce en este deporte, cuando vemos que el fútbol de élite –la industria del fútbol–, ha quedado convertida en el gran negocio. Es más, se ha convertido en una fachada tras la cual se realizan los negocios más inmorales, impagos a la Seguridad Social y fraudes multimillonarios a la Hacienda. Si embargo, ¿Por qué renunciamos a plantear batalla? ¿Por qué cedemos el fútbol al enemigo, en vez de tratar de reapropiárnoslo, como en aquellos mejores y tan felices tiempos pegando patadas a un balón, sobre todo cuando sabemos que el fútbol de los negocios, el mediático, no representa siquiera el 1% de todo el fútbol? ¿Por qué caemos en la trampa y llamamos “el fútbol” a esa industria futbolera en la que el balón es lo de menos?

Muy recientemente ha pasado a ocupar un hueco relevante en todos los medios de comunicación la creación de una Superliga Europea, y uno puede hasta perderse por los oscuros pasillos de la FIFA, la UEFA, las ligas, el Comité Olímpico y otros chiringuitos, tanto en el orden nacional como internacional, aunque tampoco se necesita saber mucho para llegar a la conclusión de que son organismos o sociedades privadas con muy poca transparencia, libres de todo control y carentes de cualquier mecanismo democrático, sin que se conozca muy bien mediante qué medios se designan sus órganos directivos y por qué los emolumentos y prebendas de sus miembros son tan desproporcionados, sin que los poderes públicos hayan puesto nunca orden dentro de este enjambre de oligarcas.

Así que cuando escuché la “gran noticia” realicé mi propia composición: unos aprovechados que pretenden dar un golpe de mano a otros aprovechados. Una lucha entre mafias, al mejor estilo del Chicago de los 20, vamos. No obstante, lo más espeluznante ha sido escuchar a un tal Florentino Pérez afirmando que el fútbol está en peligro, que muchos clubs pueden desaparecer porque tienen una deuda que no pueden soportar.

Lógicamente, mi extrañeza fue enorme, quedando estupefacto y un poco escandalizado cuando la prensa ha publicado las primas y las retribuciones de ciertos futbolistas por el mero hecho de dar patadas a un balón, alguno de ellos, caso concreto de Messi, condenado por el Tribunal Supremo a 21 meses de cárcel por delincuente fiscal. ¿Cuánto debería haber percibido Don Vicente Vallina y su equipo del Adaro, después de haber salvado la vida y rehecho los cuerpos de tantos mineros que llegaban quemados o en trozos al hospital, debido a las terribles explosiones del grisú y accidentes de la mina? ¿Cuánto deberían percibir los investigadores que descubren algo para beneficio de la humanidad, caso concreto de nuestro Severo Ochoa? ¿Cuánto esos sanitarios y sanitarias que se juegan su vida a diario salvando a otras personas en los estadios hospitalarios durante estos tiempos de la pandemia?

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