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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

No llores por mí Argentina

Las lágrimas de Messi en su despedida del Barcelona y el negocio que rodea al fútbol

No llores por mí Argentina

Las representaciones sociales proporcionan un código de comunicación, dependiendo del modo en el que actúen. Así, resulta obvio que cuando alguien ríe alborozadamente, quienes contemplan esa escena obtienen una percepción que se asemeja a un estadio parecido a la dicha o felicidad. Y, del mismo modo, cuando sucede lo contrario, es decir, cuando la risa se sustituye por el llanto, de inmediato nuestra visión cambia: alguien que se siente desdichado o infeliz, pensamos.

Por ello, la primera sensación al observar el rostro compungido y las lágrimas aflorando en Messi nos induce a sentirnos cómplices de su pesar. Y si por añadidura se trata de un futbolista extraordinario, como es su caso, motivo de más para hacer piña con él.

Claro que después, cuando el compungido derrama no solo lágrimas, sino también una catarata verbal sobre su ardoroso amor al club y su frustración por no haber podido continuar en la plantilla, a uno le viene a la memoria una de las estrofas de la canción que da título a este artículo: “Alguien se quiere ir / Alguien quiere volver / Alguien que está atrapado en el medio de un recuerdo”.

Y a continuación, no puede dejar de hacerse una pregunta sencilla: ¿cómo es posible que alguien que ha ganado tanto dinero que ni podría gastarlo en decenas de vida prefiera irse de un club en el que, según sus propias palabras, ha sido muy feliz? Lo que me lleva de seguido a abrir el desván de las comparaciones, por el que desfilaron, entre otros, futbolistas de técnica exquisita que prefirieron demostrar su lealtad en la práctica: caso de Matthew Le Tissier, que nunca abandonó a su modesto equipo, el Southampton, a pesar de las ofertas que tuvo para ello, o, más cerca de nosotros, Etxeberría, que decidió jugar gratis durante un año, porque su ilusión era cumplir 15 con la camiseta del Bilbao.

Mientras me hacía semejantes preguntas, no dejaba de sonar en mi cabeza la música de la canción compuesta en 1976 por Andrew Lloyd Webber, con letra de Tim Rice y que tanto disfrutamos los de mi generación, sobre todo cuando era Nacha Guevara quien ponía su voz y su estilo inconfundibles.

Y cuando llegué al final, me di cuenta, una vez más, de que la historia parece hecha para repetirse y que, por desgracia, cada viaje parece el mismo viaje y cada llanto se asemeja tanto a otros que a veces resulta imposible distinguirlos (y más cuando es el dinero quien anda metido por medio). “Esto yo ya lo vi / Esto ya lo escuché”, finaliza la canción argentina. ¿Recuerdan a Sergio Ramos y tantas declaraciones parecidas de otros futbolistas en las que no se escatimaba el llanto, precisamente?

Si tuviéramos que elegir en la actualidad la representación social preferente, el código que mejor interpreta la realidad y que con ello sirve de faro para orientar las conductas, no habría duda de que estaríamos hablando del dinero. Elegir entre este y la felicidad, y más en el mundillo futbolístico, se ha vuelto un dilema inútil, visto que una gran mayoría de personas, y no me refiero solo a los hinchas del Barcelona, se sienten muy cercanas al lagrimeo de su ídolo.

Muerte al romanticismo de nuestra época, cuando un balón era una caricia para nuestros pies y no un negocio para los bolsillos de tantos especuladores de turno.

¿El fútbol, dice? ¿De qué me habla usted? Aterrice, que ya va siendo hora. Vivimos en el planeta del lucro incesante, aun a cualquier precio. ¿Cuándo acabará dándose cuenta?

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