Velando el fuego

Anita Sirgo en el espejo

La multitudinaria despedida a la histórica militante comunista y de CC OO, que falleció a los 93 años

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Por lo común, somos proclives a enredarnos en duelos semánticos, a darle vueltas y vueltas a cada palabra y a cada término hasta llegar a desnudarlo por completo. A veces es una tarea que procede de la cadena genética, y en otras se trata sin más de un juego de curiosidades. En todo caso ahí estamos, como atentos zahorís que intentan descubrir agua subterránea por entre los pliegues del lenguaje.

Baste, como ejemplo, las veces en que nos enzarzamos sobre la conocida frase: "Nadie es imprescindible". Y, girando alrededor de la misma, como sabuesos que aplican con diligencia su lente de medir, algunos se muestran o no de acuerdo con ella, mientras que otros rebajan su caudal y sustituyen el "imprescindible" por el todos somos igualmente "importantes" o "necesarios", según el fuego verbal de cada cual.

Sin embargo, cuando la realidad se asoma a un espejo, como sucedió con la muerte de Anita Sirgo, el verbo se hace carne (encarnadura de la mejor, en este caso), y es el dictamen del pueblo el que confiere al debate su verdadera dimensión.

Que miles y miles de personas hayan respondido de forma unánime a la muerte de Anita, participando en el homenaje celebrado en el salón de actos de CC OO y después acompañando al féretro en una marcha a pie desde la sede del sindicato hasta el pozo Fondón en Sama, demuestra a las claras que la imagen de Anita se ha hecho merecedora de un torrente de luminosos elogios que engloban todas las categorías gramaticales y sus sinónimos posibles: Anita la comunista; Anita la del tacón y el maíz; Anita la necesaria, la importante, la imprescindible.

Extenderme en todos sus méritos sería una tarea ingente, a la que ya se han aplicado otras fuentes con todo detalle (prensa, televisión y distintos medios públicos). Su vida es una constante cinta en la que se va visionando una parte de nuestra historia y del movimiento obrero. Su papel activo en la Huelgona de 1962, junto a tantas otras reivindicaciones en la que tuvo un papel protagonista, forman parte de esos encuadres que giran en un eje que comienza a la izquierda y finaliza siempre en el mismo lugar. Sabedora de cuál era su lugar en el mundo, heredera de tantas otras personas que también entregaron lo mejor de ellas misma a una causa más justa, nunca decayó en su fe militante, formando parte de una bandera internacional que en su lucha por la libertad ensalza a los parias de la tierra.

De ahí que considerarla un emblema de la lucha obrera y antifascista sea poner los justos títulos de crédito su particular filmografía. La representación de la muerte es un mito clásico que, a su vez, revierte en multitud de paradojas. Su plasmación en el arte ha sido siempre abundante, en cualquiera de sus disciplinas, y como ejemplo podemos fijarnos en la película "Morir para seguir viviendo", que a fin de cuentas lo que nos trasmite es que ha hecho falta morir frente a la pantalla para comprender que el cine está más vivo que nunca.

Del mismo modo, la muerte de Anita (frente a la vida y contra las injusticias de la vida) nos ha hecho sentir a todos que estamos más vivos que nunca, y que el movimiento obrero tendrá siempre un espejo en el que encontrar su mejor representación. Mirarnos en esa imagen nos ayuda a ser mejores, sin duda. Algo que siempre le tendremos que agradecer.

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