Opinión | Velando el fuego

Llame usted mañana

Los sueños como premoniciones de los problemas cotidianos

Cuando me levanto de la cama, acostumbro a anotar en una carpeta los sueños que tuve la noche anterior. Y como le sucede al resto de las personas (parece cierto que todos soñamos, aunque después no lo recordemos), son abundantes las imágenes que se pasean por mi subconsciente mientras duermo. De modo que al despertar me apresuro a llevarlos una hoja, no sea que mientras desayuno o me afeito se me olvide. En bastantes ocasiones, ese fulgor nuevo, esa revelación nocturna, me han servido de ayuda, sobre todo a la hora de armar algunos artefactos literarios, así que considero importante hacer un inventario de los mismos.

Por lo común, y siguiendo la estela de Freud, los sueños son "restos diurnos". De ahí que detalles o episodios del día anterior acudan a visitarnos con frecuencia, si bien metamorfoseados a su manera. Continuando tras los pasos del padre del psicoanálisis, son varias las categoría de los sueños, y en ellos se van mezclando distintos contenidos: recurrencias, premoniciones, deseos, ansiedades, simbolizaciones…

Siendo todos de suma importancia, tengo a los sueños premonitorios entre mis preferencias, pues aun cuando sean precursores de alguna mala nueva, sirven para ayudar a defenderse de la misma: pensemos, entre otros ejemplos, en el anuncio de una próxima enfermedad. El heraldo que la despliega ha cumplido con su misión, y a nosotros nos corresponde plantar las necesarias cautelas para desarmarla.

Durante este último mes he tenido la visita de una secuencia futurista, aunque incompleta. Al principio no le presté importancia. En todo caso, pensaba, tendría su correspondencia en una manifestación de estímulos físicos y sensoriales sin más trascendencia, o sea, sin ningún tipo de interés o de interpretación especial.

Sin embargo, visto que las imágenes no cejaban en su empeño, me dispuse a utilizar la técnica que usan los zahoríes para encontrar agua. Se trataba, en este caso, de ver lo que ocurría en realidad por debajo de una superficie en la que al principio solo atisbaba la silueta de un personaje de buena apariencia física y excelente guardarropa: guantes, bastón de caña, pantalones de paño (unos de color y otros negros). Este fue el primer dibujo que llevé a la carpeta, al que siguieron otros, siempre de parecida condición, hasta que apareció una levita, denominada también "redingote", un símbolo muy característico de la sociedad burguesa del siglo XIX. De ahí al Romanticismo no hubo más que un paso, y cuando el zahorí terminó su trabajo, me devolvió un dibujo que se correspondía con Mariano José de Larra y con su famoso artículo "Vuelva usted mañana".

Apenas tuve tiempo a plantear alguna estrategia ante lo que parecía que iba a ocurrirme. Llevo insistiendo desde hace varios días (hoy se cumple una semana) para intentar dar de baja un producto que ya no necesito, sin ningún resultado. Han pasado casi dos siglos desde que en 1833 Larra publicara el artículo, pero nada ha cambiado. O quizás sí, y la muda ha sido para peor, visto el tiempo transcurrido desde entonces.

"Nuestros teleoperadores están ocupados", llame usted dentro de cinco minutos. "Nuestros teleoperadores están ocupados", llame usted dentro de cinco minutos. "Nuestros teleoperadores están ocupados", llame usted mañana.

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