Opinión

Paisaje industrial, mirada joven

La celebración del Día Mundial de la Poesía en Langreo, con gran protagonismo de los estudiantes

La relación entre el pasado y el futuro ha sido objeto de numerosas representaciones artísticas. Pintura, escultura, música y otras artes se han ocupado en bastantes ocasiones de tender puentes entre ambas agujas cronológicas. En todo caso, a la pregunta de cómo sumergirse en el pretérito más o menos remoto para emerger en un mañana más o menos alentador, deberíamos responder que se trata de resolver una ecuación de tercer grado: estudiar, comprender y finalmente reinventarse.

A ese propósito responde el reto que con ocasión del Día Mundial de la Poesía lanzó el colectivo DM Poesía Langreo (Rosa, Marta, Evangelina y José Antonio Vega) que lleva en pie desde hace cuatro años, dispuesto a demostrar que la poesía es carne viva y que, como tal, necesita de muchos cuidados colectivos.

En esta ocasión la empresa no resultaba, precisamente, nada fácil. Ahí es nada beber en el aire de la fastuosa tradición de nuestro valle: pasado industrial, y hacer gotear el preciso líquido en las nuevas y brillantes pupilas adolescentes: mirada joven.

El adagio internacional "Una imagen vale más que mil palabras" nos puede conducir hasta el término musical del mismo nombre, que se refiere a un movimiento concreto. Y de eso se trató en esta ocasión, de ejecutar un "tempo" definido en términos artísticos y decorativos. O lo que es lo mismo, un cartel en donde ese pasado y futuro se interrelacionaran demostrando que el porvenir es un lugar en donde se colocan los sueños, pero que, a un tiempo, estos necesitan de un anclaje anterior. A fin de cuentas, una transición es una montaña que se comienza escalando desde abajo.

A este desafío respondieron de una forma generosa y también deslumbrante los alumnos del IES Cuenca del Nalón y los profesores relacionados con esta materia. Se hicieron esbozos, se trazaron líneas, se discutieron ideas, siempre de forma cooperativa, hasta que por último uno de esos carteles fue el elegido por el jurado (como en toda liza, hubo que descartar a otros que atesoraban también abundantes méritos).

Su autora, Lucía Martín Lavandeira, explicaba con emoción el sentido de su propuesta. Se trataba, dijo a un público entregado a la magia de la poesía de Alberto Vega y también de otras estudiantes del instituto, de construir el edifico del futuro desde una base sólida, como es la cultura (el libro de poesía que sirve de ascensor es una metáfora del vuelo). Tras él, y continuando la progresiva elevación, se iza un minero, embutido en tonos grises y oscuros que se corresponden con la escala de su duro oficio. A partir de esta referencia tan reconocible por todos y para todos, la representación va mudando su tapiz, hasta convertirse en una gradación colorista, rojos y verdes resplandecientes, que viajan de la mano de una figura juvenil que tira de ese minero hasta que juntos alcanzan un futuro que se antoja, como no podía ser menos, y sobre todo cuando es la juventud quien lo diseña, luminoso y feliz en toda su extensión.

Vaya nuestro agradecimiento a Lucía por su imaginación, y también a quienes a su alrededor la acompañaron en esta obra colectiva (como la misma autora recalcó). Y, sobre todo, que este ejemplo sirva para acallar las voces empeñadas en denostar a los jóvenes de hoy. No me canso de repetir que, como en cualquier función musical, siempre habrá intérpretes que desafinen, pero es necesario, para comprender bien todo el concierto, que nos fijemos también en tantos otros actores que ejecutan a la perfección la pieza que les corresponde, como en este caso.

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