Opinión

Más de cuarenta años por Caso y Sobrescobio

Artemio González, un ejemplo de humildad y de entrega pastoral a sus feligreses

Si quisiera resumir en pocas palabras la actividad pastoral de Artemio, diría que fue la humildad en el servicio y entrega pastoral. Cuesta trabajo escribir de aquellas personas buenas, que no han buscado nunca la notoriedad en nada, pero que han cumplido con fidelidad, y con el espíritu evangélico de la vida oculta de Jesús de Nazaret, su misión. "No olvidéis la vida oculta del Señor", decía un superior general de los jesuitas. Esa advertencia me vino al recuerdo, al tener que escribir de Artemio que pasó por este mundo en escarpines, sin hacer el menor ruido. Desde el silencio, la escucha y la caridad pastoral ha dejado, en las preciosas y ubérrimas tierras casinas del "Adiós Cordera" de Palacio Valdés, el recuerdo de un cura que ha sabido estar con ellos siempre, en todas las circunstancias.

Artemio nació el 3 de enero de 1940 en la parroquia de lenense de San Pedro de Cabezón, que se encuentra en el Camín Real de La Romía al Puerto Pajares. La tierra acuña el temperamento. Durante sus años de formación en el Seminario de Prau Picón, llamó la atención por su discreción y silencio. Solo hablaba cuando se le preguntaba o se buscaba la relación con él. Tímido pero cordial, parecía tener reparo en manifestar su opinión, aunque siempre era ecuánime y ponderada, como la de un monje cartujo en medio del barullo y rifirrafe de la vida activa que intenta ver la realidad con serenidad y objetividad. Eso le daba firmeza y crédito en sus juicios y criterios.

Ordenado el 14 de marzo de 1964, fue destinado de coadjutor a Nava, con D. Blas, párroco recto y exigente, que entonces era como ir de prácticas para aprender el oficio. Pero llevaba el ADN rural. Y en cuento prendió con fuerza el eficaz Movimiento Rural, la JARC, se anotó decidido y formó el grupo casín con Jorge Martínez y Miguel Flórez. A él se le asignaron las parroquias de Tanes, Bueres y Gobezanes. Más tarde se le fueron añadiendo Orlé, Caleao, Felguerina y Coballes. La opción fue convencida y fiel. Nunca quiso cambiar, "la parroquia es como una familia, los conozco y me conocen, no veo razones para ello". Allí estuvo 42 años, hasta que la vista, con peligro de quedarse ciego, le impidió conducir el automóvil y servir a la cada vez más diezmada feligresía, que seguía aumentando, ya que en los años noventa le sumaron Oviñana, Agues y Ladines.

Quiso ser un vecino más, con la responsabilidad de pastor, pero trabajador. Hacía de albañil, de cantero, de lo que hubiera menester si él lo podía hacer. Fue un pionero de la informática con los libros parroquiales, actividad que continuó una vez jubilado colaborando en el archivo diocesano. Posiblemente, su ordenador sea un pozo de información de datos de miles de sacerdotes, como él insinuó. Disfrutaba con la tertulia diaria en el bar, para convivir y sobre todo escuchar la vida del pueblo, intervenía si le preguntaban. Asistía a todos los funerales del entorno aunque no los celebrara, buscado la cercanía y el acompañar a las personas, sin perder la discreción y romper el silencio. ¡Artemio estaba! Sin llamar la atención, pero estaba como manda el Concilio "en las alegrías y en las penas". Otra de las aficiones o hobbies que tuvo y pocos saben fue la fotografía de paisajes, flores, situaciones, construcciones…Una pena que se pierda.

Su bondad y humildad le acompañó hasta sus últimos años en la Casa Sacerdotal, ayudando a compañeros más discapacitados que él, compartiendo la amistad y los viajes culturales y de descanso con el Imserso, animado por la simpatía de Luis Cambiella, y que nunca pudo tener durante su ministerio en activo. Acababa de celebrar con los demás condiscípulos que viven –son muchos los que han fallecido de este curso de 1964– los sesenta años de sacerdocio. Con discreción y silencio, con una vida oculta pero fructífera, como dan los árboles las hojas, las flores y los frutos, nos dejó esté sábado, día 13. Merece el epitafio evangélico: "Pasó por este mundo haciendo el bien", a fondo perdido, sin reclamar nada. Seguro, recibirá el ciento por uno.

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