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Una misa en la retaguardia republicana

La presencia de tropas vascas en 1937 para combatir en el cerco de Oviedo propició la celebración de un insólito oficio religioso en Mieres

Hace mucho tiempo, alguien que había vivido los meses de la guerra en la retaguardia me contó cómo en 1937 un capellán que acompañaba a los gudaris desplazados desde Euzkadi para reforzar la ofensiva con la que se pretendió romper el cerco de Oviedo pudo celebrar una misa en una calle de Mieres. Esta ceremonia se desarrolló libremente y sin incidentes e incluso con la asistencia de algunas familias católicas de esta villa que no fueron importunadas. Mucho más tarde, pude confirmar este hecho curioso gracias al testimonio que publicó Antonio Álvarez Solís en el diario "Gara" el 30 de diciembre de 2012.

Ya les he contado la vida de este hombre, madrileño de nacimiento y mierense por elección, que fue uno de los periodistas más conocidos en los tiempos de la denominada Transición Democrática, un término que él rechazaba porque prefería denominarlo "traición democrática". Estuvo entre los fundadores de revistas tan populares en aquellos años como "Interviu" o "Por favor" y siempre mantuvo un compromiso político con la izquierda radical: en 1986 encabezó la lista al Senado por la circunscripción de Barcelona del Partit dels Comunistes de Catalunya (comunidad en la que residió varias décadas) y más tarde, en las elecciones municipales de 2011 (viviendo ya en Euskadi), cerró la lista al Ayuntamiento de Bilbao por la candidatura abertzale Bildu.

En su artículo "¡Han venido los vascos!", Antonio Álvarez Solís rememoró su infancia en Mieres, cuando él estaba a punto de cumplir los nueve años y la villa se encontraba relativamente tranquila, a veinte kilómetros de la línea de fuego: "Poco después del mediodía, un muchacho de mi panda, hijo de un minero que estaba en el frente de Oviedo, entró como un cohete en el jardín de la abuela gritando que habían venido los vascos. ‘Me lo ha dicho mi madre’, me aclaró. Yo no tenía ni idea de quienes eran aquellos vascos que suscitaban el entusiasmo del otro niño. ‘Vienen para tomar Oviedo, que también me lo ha dicho mi madre’, insistía el chico".

La curiosidad por ver cómo eran aquellas tropas forasteras hizo correr a los dos muchachos hasta la bocamina del Peñón, en el extremo de la principal avenida de la villa, frente a la cual los soldados habían estacionado su convoy: "Recuerdo el color de los autobuses; los laterales iban pintados de un azul claro y el techo y los rebordes de las ventanillas lucían en un amarillo crema. En la banda lateral azul creo recordar un óvalo dorado que servía de marco a algo que me pareció una virgen, quizá la de Begoña. Ahí es donde se armó un cierto toletole entre un grupo de milicianos del país y los vascos. Cierto que los mandos de ambas partes resolvieron sin esfuerzo la situación, que acabó en abrazos. Pero durante la discusión, los de la panda nos habíamos arrojado al suelo formando un montón protector en cuyo fondo estaba yo apretando en una mano un paquete con cuatro galletas ‘María’ que me había dado un gudari".

A continuación, Álvarez Solís agradeció en su relato el sacrificio de aquellos vascos que pocas horas más tarde iban a dejar su vida en los combates que se registraron en la parroquia de Areces, y aprovechó para desear que sus huesos retornasen a su tierra: "Nunca les olvidaré. Fueron los primeros seres que me trasmitieron libertad. Quizá por ello yo quiero reposar junto a ellos en Euskal Herria", escribió el periodista para cerrar su artículo.

Ahora, debo dar algunos datos para situar en su marco histórico el hecho insólito de que en plena guerra se pudiese celebrar una misa católica en el corazón de este pueblo que debido a la matanza de la comunidad de hermanos de la Doctrina Cristiana en Turón se había convertido desde 1934 en el paradigma del anticlericalismo.

Y lo primero que debemos saber es que durante la guerra española muchos curas vascos se situaron del lado de la República, ejercieron como capellanes de los soldados nacionalistas, que eran mayoritariamente católicos, y supieron ganarse el respeto de los de otros batallones cuya ideología consideraba a los religiosos como enemigos del pueblo.

El ejemplo más conocido es el de Victoriano Gondra Muruaga "Aita Patxi", capellán de los gudaris del PNV, quien fue bien recibido por los socialistas eibarreses del batallón "Amuategi" y los comunistas del batallón "Rosa Luxemburgo".

Cuando la guerra finalizó, Aita Patxi fue detenido y golpeado por otro cura que acompañaba a los requetés y veía las cosas desde el lado opuesto, pasó por diferentes prisiones y actualmente está en proceso de beatificación porque ofreció su vida en dos ocasiones a cambio de salvar las de otros.

Una fue en el campo de prisioneros de San Pedro de Cardeña, cuando quiso cambiarse por un comunista asturiano que tenía dos hijos; entonces llegó a estar frente al pelotón de fusilamiento, pero finalmente lo retiraron para ejecutar al condenado. La otra, en la Casa de Campo de Madrid, donde tras la fuga de varios compañeros de presidio se quiso dar ejemplo para evitar que estas evasiones se repitiesen, fusilando aleatoriamente a alguno, y el capellán se presentó voluntario para evitar este trance a los demás.

Aita Patxi no fue el único sacerdote represaliado por los franquistas. Según los historiadores Juan Ramón Garai y Manolo Cainzos, en la diócesis de Gasteiz, que integraba a las tres provincias vascas, hubo diecisiete curas asesinados, tres muertos en prisión, tres condenados a muerte no ejecutados, quince sentenciados a cadena perpetua, varios condenados a penas entre un año y veinte de prisión, y varios miles tuvieron que marchar a otras regiones o exiliarse en diferentes países.

Antes de visitar Mieres, los soldados vascos ya habían estado en Asturias por primera vez en octubre de 1936, aunque en aquella oportunidad lo hicieron únicamente batallones comunistas que no traían ningún capellán con ellos. Sin embargo, en febrero de 1937 volvieron por órdenes del lehendakari Aguirre para colaborar con los republicanos asturianos y cántabros en la toma de Oviedo. En esta ocasión, también vinieron anarquistas, nacionalistas y socialistas que libraron una dura batalla en torno a la localidad de Areces, en Las Regueras, entre los días 21 y 23 sin poder alcanzar su objetivo.

En la ofensiva republicana participaron varias brigadas, dos de ellas vascas. La primera la formaban los batallones "Perezagua", del Partido Comunista; "Isaac Puente", de la CNT y "Rusia", de la Juventud Socialista Unificada; además de un batallón de mando asturiano. La segunda, los batallones "Euzko Indarra", de ANV; el "Indalecio Prieto", del PSOE y el batallón "Amayur", junto a una compañía de ametralladoras del batallón "Ariztimuño", ambos del PNV, que sufrieron numerosas bajas. En el mismo lugar se estableció un hospital de campaña, pero la cantidad de bajas fue tan elevada (se calcula que al menos 188 gudaris y milicianos perdieron la vida) que muchos heridos tuvieron que ser trasladados a otros hospitales.

Entre los días 21 y 23, fallecieron en el de Mieres Manuel Calvo Sánchez, natural de Barrueco Pardo, residente en Sestao, de 34 años y casado; Ramón Iglesias López, natural de Pajares de la Lampreana, residente en Somorrostro, de 45 años y soltero, ambos pertenecientes al Batallón "Perezagua" y Serafín Olabarrieta Mendibil, natural de Barakaldo, residente en Castrejana, de 35 años, casado y perteneciente al batallón "Indalecio Prieto". Y en el de Ujo, Ismael Fano Gil, natural de Mieres, residente en Zorroza, de 22 años y soltero, perteneciente al batallón "Ezkongabea", y Faustino Fervenza Míguez, natural de Redondela, residente en Bilbao, de 28 años y casado, perteneciente al batallón "Isaac Puente".

La campaña de Asturias se prolongó hasta el 17 de marzo. Ese mismo día murió de una bala el comandante jefe del Cuerpo de Capellanes Vasco, José María Korta Uribarren, cuando caminaba por la carretera de Trubia a Oviedo. Era de Bilbao y muy querido en su tierra, por lo que una multitud lo acompañó en su entierro.

Parece lógico pensar que, por su rango, fue el encargado de celebrar la misa en Mieres; lo que no podemos conocer fue quién lo llamó y se encargó de garantizar su seguridad. Otro de aquellos sacerdotes que acompañó a las tropas vascas en aquella ofensiva fue Julio Ugarte, que también tuvo que sufrir en la posguerra las consecuencias de su actividad pastoral y pasó muchos años encarcelado antes de exiliarse en San Juan de Luz.

Él relató en su libro de memorias "Odisea en cinco tiempos. Guerra, prisión, confinamiento, resistencia, exilio" cómo durante su paso por Asturias "además de asistir espiritualmente a los gudaris, también bautizaron a unas niñas asturianas, alguna de las cuales tuvo nombre vasco". Es esta una historia curiosa que seguramente pueda completarse con los recuerdos que alguien haya escuchado de sus mayores, Si es así, todos lo agradeceremos porque conocer estas anécdotas del pasado ayuda a comprender por qué somos así ahora.

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