Esta novela, sencilla y breve, del japonés Ogai Mori (1862-1922) es una puerta abierta a varios triángulos amorosos. La historia se abre y se cierra con capítulos dedicados a un estudiante llamado Okada, gran lector, que vive en la pensión Kamijô frente a la puerta de hierro de la Universidad de Tokio. En uno de sus paseos por la ciudad, entrevé a Otama, personaje al que podremos conocer a lo largo de las páginas del libro, en los nudos que se entrelazan en la mayor parte de la novela. El narrador es un personaje que relata en primera persona. Esta mujer, hija de un viejo vendedor de golosinas, empieza a convivir con un policía. Veremos que está casado, lo escucharemos de labios de los vecinos, en los rostros del barrio, en el marco de una ciudad abierta al mundo. Sobresale el encanto de leer en corazones con preocupaciones universales, dentro de una cultura cerrada y enigmática -por costumbres, estética y arte- como es la japonesa. La espontaneidad es un rasgo notable en esta prosa, se agradece. Posteriormente, se produce un segundo triángulo amoroso. Otama se compromete con Suezô, un usurero que la corteja con buenas palabras y una bella casa. También está casado, pero en un principio no lo descubrimos. El narrador corteja al lector, lo seduce con el optimismo, en estos capítulos centrales, ya que elude esta información durante una gran parte del texto dedicado a este episodio, focaliza desde Suezô, conociéndolo, pero narra con distancia, dando pie a los parlamentos e ilusiones de los otros personajes. Se trata de un narrador omnisciente, muy bien informado. Esa expectativa de un futuro mejor para Otama se forja introduciendo un dato conocido por Suezô: su anterior marido, el policía, no había efectuado ningún cambio en el estado civil ni había comunicado cuestión alguna a las autoridades. Entonces, interpretamos el silencio del usurero -bedel oficialmente- como un propósito de enmienda. Hay conmovedores personajes que contrastan con otros, como en un juego de luz y de sombras. Quizá sea el viejo vendedor de golosinas el más entrañable. Conocemos la infancia de Otama, y el dulce comportamiento de su padre, que la defiende, criándola con leche de otra mujer. Posteriormente, entramos a comprender las vicisitudes y las miserias de la familia, la realidad. Su nuevo marido es indeseable en muchos sentidos, no sólo en su trabajo: miente a su verdadera mujer, se gasta dinero en ropa, para él y para la nueva esposa, escudándose en su trabajo de cara al público. El ritmo es lento. Predomina una atmósfera silenciosa, propia de la literatura japonesa, y el lector y la lectora llegan a aislarse, centrados en lo visual. No hay una descripción de olores y los diálogos son escasos. Lo acústico aparece señalado débilmente, con un lenguaje limpio de adjetivos, rompiendo la casa casi muda con el «batir de las tablillas de madera», las «notas del laúd» o la «risita servil de la mediadora». Pero la mentira tiene las patas muy cortas. Al final, se entera de que su segundo esposo también tiene mujer e hijos, por una pescadera que se niega a servir a su criada. Esta vez lo encaja mejor, por su anterior experiencia. Okada y Otama terminan encontrándose de nuevo, dando muestras de un tímido amor. En este momento, aparece el ganso salvaje, personaje por las plumas que da título a la obra.