Es preciso buscar un nombre que identifique la corriente de libros que ahora mismo ni son ensayos, ni son novelas, ni son poemas, ni son dramas, pero que tienen un poco de todo y, más que nada, el siguiente punto en común: lo que nos cuentan es fragmentario, inacabado, incompleto, trozos de un todo que hubiera saltado por los aires. ¿Literatura posmoderna, sin más? ¿Literatura fragmentaria? ¿Literatura XXI? Lo que resulta más curioso es que la obra que, a mi juicio y hasta ahora, podría ser la abanderada de esta manera de contar (no tan nueva, seamos serios) no es una obra de ficción: son las memorias de un soldado, el capitán Patrick Hennessey, con el engañoso título de El Club de Lectura de los oficiales novatos (ya que no se cuentan en él reuniones lectoras de tenientes que comentasen libros) y el más engañoso subtítulo «O cómo matar el tiempo mientras se hace la guerra» (pues apenas habla de pasatiempos entre disparo y bomba). ¿De qué habla entonces este tan sorprendente como espectacular como intenso como angustioso como apasionante como aburrido (a veces: por repetición) libro?

Hennesey es un niño bien británico, del 82, quien, terminados sus estudios de filología en Oxford, toma una decisión que sorprende a todo su entorno: se va al ejército, a la Academia de oficiales de Sandhurst. Sí, un abuelo suyo había sido héroe en Normandía durante la II Guerra Mundial; pero lo que correspondería a un filólogo oxoniense sería quedarse en su círculo y medrar en una carrera académica ya programada por sus mayores. Concluidos sus estudios, lo destinan a la guardia del palacio de Buckingham, a que lo fotografíen los turistas, pero el jovencísimo Hennessey quiere acción: la tendrá en los Balcanes, en Iraq, en Afganistán sobre todo. Guerra total, pero guerra posmoderna. Por fin, cuelga el uniforme, se matricula en Derecho y espera ahora ser abogado especialista en conflictos internacionales. Bien, todo muy atractivo. Esperamos, entonces, que nos cuente las novatadas de Sandhurst (que también las cuenta), las gracietas de cuando se tocaba con el gigantesco gorro negro de los guardias frente a Palacio (que las cuenta), el horror de los ataques a bayoneta calada (que también) y punto final. Sin embargo, nada de ello en este libro es como nos lo esperábamos. El discurso lineal se destroza, salpicado por emails, notas de agenda, un comentario de algún libro (lee Hennessey lo mejor de la literatura bélica), una frase de alguien, una línea incompleta, saltos en el tiempo, nombres de armamento apabullantes en su número, onomatopeyas, enfoque múltiple... Posmodernismo puro o fragmentarismo o literatura XXI. No hay un relato que nos explique el mundo: hay relatos que nos aproximan al mundo. Así, las angustias del combate, la etapa de formación, el enemigo tan lejano, la asquerosa guerra, el ocio castrense los respiramos al reposar la lectura del libro en su conjunto, no a cada página. En una palabra: no es un conjunto de estampas bélicas o hazañas bélicas; es un almacén del horror con todas las piezas almacenadas en desorden caótico. No es que el oficial Hennessey se despiste y no sepa él ver el conjunto. No es el protagonista de Stendhal en medio del follón de Waterloo, quiero decir. Es que el conjunto es un asco y el asco no tiene estampas, viñetas. El asco es una impresión y, como tal, ha de ser contado mediante fugaces impresiones, deshilvanadas, saltonas, confusas... fragmentarias.

Si hubiese, que no hay, sociedad literaria, este libro debería ser lectura obligatoria para sus miembros. Por lo que tiene de verdad y por la forma que hoy tiene la verdad, tan a tajos presentada. Altamente recomendable para lectores interesados en las guerras de ahora mismo, en el fango de ahora mismo, en la literatura de ahora mismo.