Aunque nos gusta imaginarle estudiando en la tranquilidad de la famosa sala de lectura de la Biblioteca Británica, elaborando en su cabeza las tesis que plasmaría en su obra capital, Karl Marx tuvo, como otros genios de su época, una juventud agitada de itinerancia y de exilios.

Fue el suyo un siglo de estallidos revolucionarios seguidos de duras reacciones conservadoras, en el que, tras haber sido a lo largo de varios siglos una fuerza de progreso, la burguesía comenzaba a perder fuelle y se veía frente a la amenaza de un proletariado cada vez más concienciado de la necesidad de organizarse.

Desde su juventud renana, Marx iba a implicarse de lleno en los acontecimientos políticos de aquellos años gracias al ejercicio del periodismo, faceta menos conocida que su obra filosófica, económica o política, pero que contribuiría poderosamente a su formación intelectual y le ayudaría sobre todo, junto a la filosofía crítica de Feuerbach, a superar el idealismo hegeliano del que procedía.

Marx fue un escritor incansable de artículos y panfletos para la prensa alemana, trabajos fuertemente críticos con el Estado prusiano y la sociedad semifeudal de entonces, que motivaron el cierre de algunos de los periódicos con los que colaboró, entre ellos el Rheinische Zeitung, de Colonia, ciudad de la que fue expulsado por sedición, los Deutsche-Französische Jahrbücher, editados durante su exilio en París, o «Vorwärts».

Pero fue finalmente en el exilio inglés donde el coautor de El Manifiesto Comunista iba a ejercer de manera más febril la actividad periodística, obligado entre otras circunstancias por su difícil situación familiar y económica y pese a la ayuda inestimable de su amigo y colaborador Friedrich Engels.

A ese período que podríamos llamar de madurez corresponden los trabajos incluidos en el volumen dedicado exclusivamente a la obra periodística de Marx que publica ahora la editorial Alba .

Aquella Inglaterra, que tan bien retrató en sus novelas su coetáneo Charles Dickens, era un laboratorio ideal donde llevar a cabo sus investigaciones sociales y económicas, dado su avanzado estadio capitalista, por su papel hegemónico en el mercado mundial y por ser también el lugar donde los llamados «economistas clásicos» - Adam Smith y David Ricardo- habían desarrollado sus teorías.

Desde allí y en sus artículos sobre todo aunque no exclusivamente para la prensa norteamericana -concretamente el progresista «New York Tribune», con el que colaboró asiduamente desde 1852 hasta 1862- Marx analizaría no sólo la situación en Gran Bretaña, sino también en otros países europeos como Francia, Grecia, Italia o España -contrarrevolución de O'Donnell y fin de nuestro Bienio progresista- , a la vez que estudiaría las contradicciones de un capitalismo en continua expansión y rastrearía los signos de una posible crisis económica mundial.

Finalmente llegó la crisis con el desastre financiero de 1857, que comenzó en Estados Unidos y causó el pánico en Gran Bretaña y en el continente. Fue la primera crisis económica global, pero no tuvo las consecuencias revolucionarias que esperaban Marx y Engels: tal había sido la represión desatada sobre las clases trabajadoras y las organizaciones obreras desde las insurrecciones de 1848.

Los artículos periodísticos revelan a un Marx que además de describir minuciosamente y con rigor extremo los hechos históricos de aquellos años, basándose muchas veces fuentes periodísticas extranjeras, formula hipótesis, extrae consecuencias o se interroga por las causas subyacentes y sus posibles consecuencias.

Sus trabajos más elocuentes son los referidos a la situación desesperada de la clase trabajadora inglesa, de la que fue testigo directo: jornadas laborales extenuantes, trabajo infantil, continuos accidentes de trabajo de consecuencias mortales, aumento de la miseria y, de paso, la locura. «Debe de haber algo podrido en el corazón de un sistema social que aumenta su riqueza sin disminuir su miseria», escribió en uno de sus artículos.

Como es también de destacar su serie de trabajos sobre el banco francés Crédit Mobilier, un banco creado con el claro propósito de obtener los máximos beneficios mediante la especulación sin «pensar mínimamente en la capacidad productiva» de los países en los que opera.

Marx predice la bancarrota del banco y advierte de que, cuando llegue la crisis y «esté en juego un inmenso número de intereses, el Gobierno de Bonaparte (Napoleón III) tendrá una razón para intervenirlo». Es decir, socializar las pérdidas.

¿No nos recuerdan cosas que están ocurriendo hoy ante nuestros ojos?