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ARTE

Eugenio López y el síndrome de Stendhal en la capilla geométrica

Ni la enlutada ventana, como un Antonio López, altera la desequilibrante poética de la sublimidad de lo esencial

La casualidad ha querido que, una semana después de ocuparnos aquí de la exposición de Manuel Calvo en Gijón, demos noticia de que otro ovetense, y también gran "hacedor de geometrías" se ha puesto a ello pintándolas directamente en las paredes de nuestro Museo de Bellas Artes: Eugenio López (Oviedo, 1951), pintando durante días, quizá también alguna noche mientras escuchaba música barroca, ha hecho lo que se dice un "site-specific", ahora lo que está mal visto es no usar anglicismos, que como es fácil deducir supone la realización de una obra de arte que solo puede existir en un lugar determinado para el cual ha sido creada. De manera que, o bien permanecerá allí indefinidamente o, por el contrario, será efímera, lo que sucederá en este caso porque el "site" pertenece a los grecos. Eterna o efímera, resulta paradójico, como lo es también el hecho de que cuando tanto se habla ahora de "sacar el arte de los museos", también se meta en ellos "específicamente".

Eugenio López es un artista grande. Lo es físicamente este caballero oscuro que viste de negro y se desliza y gesticula con elegante suavidad, pero sobre todo lo es como creador artístico de muy notable talento, entre los mejores de la abstracción geométrica española. Y también por su mantenido compromiso, tanto ético como estético, con el arte. Suele decir que eligió la opción geométrica por la necesidad de orden, silencio y esencialidad y busca la pureza y la claridad tanto a través de la pintura y de la escultura, con obras de muy definida personalidad y aliento creativo, pero también mediante proyectos de trascendencia pública, como sus programas "Ultramar" para revestir con pintura blanca o azul formas arquitectónicas industriales, reinventándolas con la pintura, o sus propuestas fotográficas de intervención en espacios urbanos sobrecargados, metafóricamente liberados con la superposición de un gran cuadro blanco, planteamientos de "asepsia urbana" que tuvieron eco nacional.

De lo dicho se deduce que para Eugenio López, que hace tiempo vive y trabaja en Menorca pero que visita Asturias con frecuencia, donde ha dejado exposiciones y obras de mucho interés, son especialmente importantes las relaciones entra la pintura y los espacios arquitectónicos circundantes. Apropiarse de esos espacios es un ejercicio de despojamiento y purificación geométrica ha tenido un largo recorrido en su obra, como en el caso de la intervención en la capilla de la Trinidad del Museo Barjola o de la actuación a gran escala pintando en la paredes del Reina Sofía de Madrid, seleccionado para la muestra internacional de arte Madí. Creado por el uruguayo Arde Quinn, es una tendencia estética muy cercana a la geometría abierta del ovetense, dentro del esencialismo neoplasticista pero con planteamientos de invención de formas superadoras del arte tradicional y diversidad en la organización de espacios o adaptación a soportes.

Tres geometrías en esta exposición. Una, "Confluencia", concebida para el patio del Museo, una centralidad entre columnas que ya ha sido objeto de otras intervenciones artísticas. Espacio atractivo en el que la pieza encaja y funciona de modo aceptable, aunque inevitablemente mediatizada por el peso de las columnas y sobre todo por la mirada de las pinturas del entorno. Parecida a la del Barjola.

Lo que resulta fascinante es la también "confluencia" del Núcleo y el Acople. Sala contigua, como otra capilla, ésta de la geometría. Puede experimentarse una ligera inestabilidad físico-emocional por la irregularidad del diseño y la intensidad del negro como vaciamiento sideral como desplomándose sobre el blanco de casa rural menorquina. Y luego, caminando ensimismados hacia el gran círculo rojo, entre la ausencia de referencias y la poética desequilibrante de la subliminidad de lo esencial, en plan síndrome de Stendhal, surge una alteración, una incidencia de las realidades cotidianas. La negra planitud de la pared se ve interrumpida por una apertura en el muro, el armazón y las cerrajerías de una ventana, con las contraventanas cerradas, todo también enlutado. Pero sucede que el encanto no se rompe, no es exabrupto ni destemplanza, está bien integrado. A mí me pareció como un Antonio López puesto allí como prueba de que figuración, abstracción, la geometría y la vida pueden llevarse bien, sobre todo con un poco de surrealidad.

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