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Prosa repentista

Aguafuertes españolas, visiones de un viaje con las que el argentino Roberto Arlt inaugura una nueva forma de contar

Prosa repentista

Hay muchas maneras de clasificar a los escritores. Y aunque para todos los grandes el fin es el mismo: la gloria literaria; el origen, en cambio, no lo es. Ahí se parecen al resto de los mortales, porque pesa sobre ellos el condicionamiento de clase, eso que en el mundo occidental parecía en los últimos años tan marxista y trasnochado. Entre los escritores argentinos de la primera mitad del siglo XX, si generalizamos mucho, podemos decir que se encuentran dos tipos que se contraponen: Jorge Luis Borges y Roberto Arlt. Mimadito, educado en Europa, acomplejadillo, libresco, dependiente de la madre o algún sucedáneo, muy culto y longevo, el primero; desarrapado, enfrentado al padre, autodidacta, con un estilo cortante y no siempre gramaticalmente perfecto que fue labrando en las crónicas de sucesos de los periódicos, independiente y muerto con poco más de cuarenta años, el segundo. De Florida uno, de Boedo el otro. Sí, muchas diferencias, pero también algunas similitudes: ambos fueron capaces, cada uno a su manera, de plasmar el mundo criollo, ambos son maestros del relato corto, y ambos, de nuevo cada uno a su manera, interiorizaron Europa.

Para Roberto Arlt (1900-1942), como para otros muchos escritores de su tiempo que se ganaron la vida con el periodismo -Pablo Suero o Edmundo Guibourg- la manera de conocer Europa era el viaje profesional pagado por la industria periodística.Entre febrero de 1935 y abril de 1936 Arlt fue enviado a España y el norte de África por el diario "El Mundo", donde había ingresado en 1928. Desde aquí mandará innumerables notas para su sección "Aguafuertes" y ese mismo año de 1936, bajo el título no demasiado acertado de Aguafuertes españolas -tres años antes había editado Aguafuertes porteñas- reunió en libro veintitrés de ellas dedicadas a Andalucía (Cádiz, Sevilla y Granada) y Marruecos (Tánger y Tetuán).

Es el mismo libro que ahora, felizmente, se reedita, pero el autor argentino, en realidad, trazó "Aguafuertes" de casi cada uno de los lugares que visitó durante aquella estancia española y se han ido reuniendo en diversos volúmenes (referente a Asturias cabe destacar cómo capta el estado de desconfianza y miedo entre la población de Oviedo tras el Octubre de 1934 y cómo describe la mina de Lláscares, en La Felguera).

En Aguafuertes españolas, de Cádiz le llaman la atención el paro y la guasa: "Me explicaría semejante alegría en un pueblo donde la prosperidad estuviera en auge". Se adentra en el mar con los pescadores de Barbate. Y embarcado, el fuerte olor de las redes y el pescado le produce mareo, lo que no le impide describir con trazo impresionista la dureza del trabajo. Examina con detalle la Semana Santa de Sevilla. No oculta su decepción por la Alhambra, aunque termina fascinado por los gitanos del Sacro Monte. Y siempre, en cada una de sus notas, se fija, con esa improvisada precisión tan suya, en el penoso trabajo, como el de las mujeres que acarrean carbón a pie durante unos treinta kilómetros para ir a malvenderlo en Tánger.

Roberto Arlt, junto a autores como Enrique González Tuñón, inauguró en la Argentina una nueva manera de contar que hizo fortuna. Sus descripciones rápidas, repentistas, se leen hoy como ayer. No han envejecido nada.

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