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Implacable tristeza

Una nueva edición de El alma desnuda recupera a la olvidada Antonia Pozzi y su escritura mezcla de pasión y renuncia

La fría noche de principios de diciembre de 1938 en que se suicidó la joven Antonia Pozzi -tenía solamente veintiséis años- todavía no había publicado nada. La edición de sus poemas preparada por su padre bajo el título "Parole. Diario di poesía 1930-1938" apareció muy poco después de esa noche. Una edición, por cierto, mutilada, pues al progenitor no le parecían decorosos los poemas que la joven había dedicado a su romance con el profesor Antonio Maria Cervi, a quien le había escrito: "No me digas que no te he amado. Tenía dieciséis años cuando te conocí. Mañana cumpliré veintidós. Desde entonces y hasta ahora he vivido solo para ti. No me puedes negar esto". Pero tuvo que ser Eugenio Montale el primero en poner en valor la poesía de Pozzi al ocuparse de su belleza en un artículo de 1945. Allí afirmaba que el libro se podía leer de dos maneras: como el diario de un alma o como un libro de poesía. Al leerlo como un libro de poesía, decía Montale, la joven poeta es capaz de conquistar "el derecho a ser juzgada en el acervo de la poesía de siempre".

Muy instruida, hija de una acomodada familia milanesa, políglota, deportista y viajera, Antonia Pozzi representaba muy bien el arquetipo de mujer liberada que comenzó a proliferar en algunos países europeos en el período de entreguerras. Sin embargo, en cuanto a su poesía no parecía sentirse demasiado segura, al menos de cara a publicarla, como dejan ver los fragmentos de cartas y diarios en los que Herme G. Donis se apoya para construir su esclarecedor prólogo: "¿Qué es lo que me autoriza a darle importancia a una actividad que hasta ayer yo consideraba no una obligación, sino un placer espiritual; no un trabajo, sino un refugio? ¿Qué derecho tengo yo a creerme alguien?"

Para el lector español Antonia Pozzi es una desconocida (lleva sin editarse desde los años setenta) y esta antología supone el descubrimiento de una voz sencilla, ligera y transparente que nos traspasa con los colores de la infancia perdida y con los latidos de un corazón alegre convertido en alondra que surca la inmensa serenidad azul del cielo; pero también, y más a menudo, nos asoma a la cara melancólica de la existencia: "Hoy / mi implacable tristeza / me atenaza el alma / pesadamente / como siroco / rebosante de sal"; o a la soledad mortuoria de "Canción de mi desnudez": "Y algún día, cuando la muerte me llame, / estaré bajo la tierra / tendida boca arriba, / desnuda, sola".

En su corta vida, Antonia Pozzi, como casi todo ser humano, sembró una biografía repleta de independencia y sumisión, de pasión y renuncia, pero muy capaz de sacar adelante una a menudo dolorosa poesía en la que tradición y modernidad se funden en la fragua de lo cotidiano: "En un amarillento ambiente de tormenta, / mis humildes poemas / copiados en un cuaderno escolar / para ti. / El alma se marchita / entre pasado y presente / como la corola púrpura / de una amapola / -recuerdo del idilio de un viaje- / entre las páginas de una guía turística".

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