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Tinta fresca

Y si la historia fuera distinta

García Ortega desmitifica y humaniza a Jesús e imagina que el líder fuera el Judas cristiano en una novela redonda

Por sorpresa. Siempre por sorpresa. Un día surge una idea repentina para una novela que impone sus leyes creativas a Adolfo García Ortega: "Va armándose sola en mi cabeza como un mecano. Cuando tiene forma suficiente como para sostenerse, empiezo a investigar, a documentarme. Luego, durante el proceso de escritura, si la novela ha de existir, ella misma va indicándome el camino a seguir. Por lo general, si la novela no se sostiene, ella misma se para en los inicios. Con El evangelista, la novela siguió ofreciéndoseme".

En este caso se unen dos cosas: "Por un lado, siempre me atrajo escribir de manera diferente libros bíblicos o sagrados, para desmitificarlos, desposeyéndoles de toda connotación religiosa, es decir, vaciándolos de toda intención, y centrándome solo en los hechos. Y por otro lado, a la luz de la vuelta al papel político de la religión en el mundo, de todas las religiones, se me ocurrió imaginar y fantasear sobre las similitudes que hay entre los movimientos religiosos patrióticos de hoy en día con el movimiento patriótico religioso en el que se basó el cristianismo. Así he reescrito un evangelio posible, veraz y contemporáneo, en el sentido de que se parece mucho al fanatismo religioso actual".

Se imponía un gran trabajo de documentación, "sobre todo en fuentes de historia de las religiones, en libros de la época, escritos obviamente en griego y en latín; en Flavio Josefo y su estilo naturalista; y he leído mucho acerca de los movimientos políticos en esa época del Imperio, la época de Tiberio, previa a la de Tito y Vespasiano. En esa época, los judíos luchaban entre sí y estaban contra los romanos porque les impusieron una monarquía ajena a ellos (los idumeos), y proliferaron las sectas y grupúsculos rebeldes y levantiscos. Hubo muchas acciones violentas y revueltas abortadas. La del grupo al que Jesús pertenecía fue una más".

En su novela, no solo desmitifica y humaniza a Jesús "y a todo su entorno, sino que imagino la posibilidad de que el líder fuese otro, a quien llamo Iskariot (el Judas de los cristianos), y que probablemente formase parte de un movimiento sectario, violento, intolerante".

Uno de los grandes desafíos, plenamente conseguido, es la verosimilitud, "el tono de texto realmente trabado en su tiempo, y, desde luego, la creación del narrador, ese 'evangelista' que cuenta los hechos de los que es testigo y que los cuenta en primera persona, metiendo cartas o testimonios de otras personas que también son protagonistas de los hechos y comprometiéndose cada vez más en las circunstancias políticas que termina por vivir. Este evangelista sin nombre, a diferencia de los evangelistas cristianos (los cuatro sinópticos y los muchos apócrifos), es un escriba judío que no siente simpatía por ese grupo de zelotes pero los sigue para ver hasta dónde son capaces de llegar con su movimiento. Y llegan a hacer una revuelta sangrienta en Jerusalén".

Para escribir una novela tan ambiciosa, García Ortega (Valladolid, 1958) tuvo modelos muy concretos: "Todos los que han escrito sobre Jesús, ya que es un tema muy tentador para un escritor. Desde Bulgakov o Thornton Wilder, Saramago, Kazanzakis o D.H. Lawrence, hasta autores como Hermann Broch o Flavio Josefo, testigo real de aquellos tiempos de Judea y Galilea". El resultado es admirable. Sin dudas.

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