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El gran angular de Rubio Camín

El reciente catálogo razonado de la obra y una muestra en Cornión reafirman al fallecido creador como uno de los artistas asturianos fundamentales del siglo XX

Paseo que lleva el nombre de Rubio Camín en Gijón, con la pieza que hizo a partir del pecio del "Castillo de Salas". A. G.

Fallecen los artistas de talento y no es infrecuente que su obra pase por una especie de travesía del desierto que dura, en ocasiones, siglos. No es el caso, al menos por el momento, de la de Joaquín Rubio Camín (1929-2007), el asturiano que podría estar hoy en mayor peana pública, junto a Jorge de Oteiza o Eduardo Chillida, de haber nacido un poco más al Este y no en Gijón. El próximo 28 de diciembre se cumplirán nueve años de la muerte de este creador transfronterizo, sublime sin interrupción, capaz de expresarse con sentido y maestría en diversas disciplinas e impregnando cada material (hierro o mármol, bronce o cobre, aluminio o madera) de un aliento específico, el sello distintivo con que operan los elegidos para esas transmutaciones imprevisibles y necesarias a las que llamamos arte.

Hay quien ha visto a Rubio Camín como un renacentista indesmayable. Y no sólo porque lo hacía todo (de la pintura a la escultura, pasando por la fotografía) de manera sobresaliente, sino también por su actitud en el mundo y por la sed de sabiduría. Hablamos de un estado de permanente apertura espiritual que trasciende la mera acumulación de conocimientos. Saber es en realidad empezar a entender todo lo que no sabemos, pero dando cuenta de esa búsqueda a través de los reveladores desciframientos (un poema, una ley física, una sonata, un dibujo, un teorema, un puente, la Capilla Sixtina?) que nos ofrecen los mejores desde su trabajo sustantivo. El arte, pues, como manifestación de una verdad profunda que cada generación descodifica a su modo. Y también como huella, estilo, marca de la personalidad de cada creador.

A punto de cumplirse los nueve años de la muerte de Rubio Camín, la proteica obra de este ingenio a tiempo completo -tenía algo de patriarca con lentes y la simpatía pronta- no hace más que confirmarnos su descomunal importancia. Es, desde luego, uno de los cinco o seis artistas asturianos más destacados del siglo XX, con un peso propio e insoslayable en la escultura española de la pasada centuria.

De ahí la importancia del flamante Catálogo razonado de Joaquín Rubio Camín, que acaba de editar en tres perentorios volúmenes la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, bajo la coordinación de María Soledad Álvarez, catedrática de Historia del Arte y Musicología de la Universidad de Oviedo, con trabajos de la doctora Ana Johari Mejía Robledo, y del crítico Ángel Antonio Rodríguez. Estos dos últimos dan cuenta detallada del colosal trabajo que fue capaz de desarrollar el genial vecino de Valdediós a lo largo de una vida consagrada al arte como lenguaje y pasión. Si la primera estudia el repertorio bidimesional y tridimensional del autor, el segundo pone el foco sobre las numerosas piezas de escultura urbana, religiosa, decorativa, que Rubio Camín ha dejado. Unas tres mil fotografías dan fe de un legado que no cabe más que definir, para decir la verdad y ahorrarnos perífrasis, como impresionante.

Nacido el 11 de septiembre de 1929 en Gijón, como se ha dicho, Rubio Camín fue un autodidacta inquieto que conoció muy joven a su paisano Antonio Suárez (otro nombre clave del arte español contemporáneo), seis años mayor, y con el que compartió una primera exposición, en 1947, en la sala gijonesa Cristamol. La citada María Soledad Álvarez ha estudiado muy bien esos años en los que Rubio Camín se afirma como un pintor alejado de los modelos paisajísticos al uso, capaz al tiempo de una expresión propia a partir del tratamiento del color y del protagonismo de los volúmenes y la geometría. Sólo cuatro años después de trasladar su residencia a Madrid, gana en 1955, siendo aún un veinteañero, el Premio Nacional de Pintura. Lograría dos galardones más de ese mismo rango: el de Escultura, en 1962, y el de Ilustración, en 1987, por una hermosa publicación sobre Valdediós que recibió al año siguiente una medalla de bronce en la exposición internacional "Los libros más bellos del mundo", que acogió Leipzig (Alemania). Y hasta obtendría reconocimientos como fotógrafo. No hay que olvidar su participación en el inquieto grupo La Palangana, donde estuvo acompañado por Ramón Masats o Gabriel Cualladó, entre otros.

Se ha dicho, y el propio Rubio Camín lo contó alguna vez, que la pintura de tendencia constructivista que hacía a finales de los años cincuenta le alumbró el camino hacia la obra en tres dimensiones. En 1960 viaja a Londres, donde trabaja en el mural de la iglesia de St. Vicent de Potters Barr, y en 1961, al tiempo que sus trabajos se incluyen en una exposición de arte español que gira por Rosario, Montevideo y Mar de Plata, ya está con el grupo escultórico de la sede central de Caja de Ahorros de Asturias en Gijón. La ciudad natal del artista es un descentralizado museo del trabajo de éste: desde la avenida de la Constitución o el paseo de Begoña, a los jardines del Evaristo Valle o la senda del Cervigón, donde se alza la pieza que realizó con los pecios del "Castillo de Salas", el buque carbonero que se hundió al pie del Cerro de Santa Catalina un 11 de enero de 1986.

Del compromiso con que Rubio Camín hizo su tránsito hacia la escultura, da idea que, en ese mismo 1961, realizó un curso de soldadura oxiacetilénica. Las musas sólo premian a quienes conocen al dedillo las técnicas y los oficios que fundamentan toda expresión artística. Y sólo un año después ya comienza a utilizar los perfiles industriales de acero en ángulo, que tanto caracterizan una buena parte de su trabajo como escultor. En la década de los sesenta se consolida internacionalmente como una de las referencias del entonces arte joven español: participa en la VIII Bienal de Sao Paulo (1965) y por dos veces en la de Venecia (1966 y 1968). En 1973 el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid (el origen del actual Reina Sofía) le dedicó una exposición individual.

En 1975, el año de la muerte de Franco, Rubio Camín decide instalarse en Valdediós, al lado mismo del Conventín, en la parroquia de Puelles (Villaviciosa). Infatigable, ávido siempre de caminos nuevos, el artista empieza a esculpir en madera. Todo ese trabajo, junto con los angulares, se mostró en la I Trienal Europea de Escultura de París y en una exposición que acogió, en 1983, el Museo de Bellas Artes de Asturias, en Oviedo. Importantes fueron igualmente las que le dedicó el Museo Evaristo Valle, cuatro años más tarde, y la antológica de 1987 del Museo Barjola, también en Gijón, donde se hizo repaso a la trayectoria de Rubio Camín como pintor. Recibió en el 2001 la Medalla de Plata del Principado y, nueve años más tarde, el Ayuntamiento de Gijón puso el nombre del artista al parque de la senda litoral con la escultura del "Castillo de Salas".

Las buenas noticias sobre Rubio Camín no se ciñen sólo a ese imprescindible catálogo razonado, un trabajo del que sus autores han venido ocupándose desde 2010 debido a la extensa, compleja y rica obra del autor asturiano. El pasado viernes se inauguraba en la gijonesa sala Cornión, la galería regida por Amador Fernández Carnero que fue durante años el espacio elegido por el propio Rubio Camín en sus salidas públicas, para inaugurar la exposición "Nueve años sin Camín". Además del precioso y premiado "Valdediós", que el artista firmó con Santerbás, la muestra incluye una cuarentena de piezas que suponen un muy bien hilado recorrido por algunas de las etapas de un creador que, como se ha subrayado, sólo conocía el descanso mediante un laborar infatigable que respondía a la intensidad de visión de quien concibe la vida, en los planos intelectual y emocional, como un variado tejerse de signos que expresan formas significantes.

En "Nueve años sin Camín" está el pintor de sus primeros años y el que regresó posteriormente a la vocación inicial; el escultor de piezas tan notables como el de los homenajes a Antonio Machado y Kafka, o el de "Yelmo"; el artista de la madera y el del mármol, además del dibujante y el acuarelista. Un suficiente muestrario, en fin, para convencernos de la original propuesta de renovación que el artista fue capaz de concretar. Y un apunte de la monumental tarea que acometió en sus setenta y ochos vividos.

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