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Mozart es cosa seria

El teatro Real ofrece un homenaje a Mortier con "La clemenza di Tito"

La semana pasada terminaron en el teatro Real las funciones programadas de La clemenza di Tito de W. A. Mozart, título que ha servido como homenaje, justo y merecido, a su anterior director artístico Gérard Mortier. Él fue quien encargó esta producción en la década de los ochenta del pasado siglo a Ursel y Karl-Ernst Hermann. El paso del tiempo la ha convertido en un icono de la ópera, en uno de esos montajes que permanecen en la memoria del espectador con vigencia de obra maestra. Es un trabajo que, de principio a fin, reivindica la necesidad del talento y de las relecturas escénicas como motor esencial para mantener viva la llama de la ópera, para mostrar la universalidad de las grandes historias como la que nos cuenta Mozart aquí: el ansia de poder y la violencia que se engendra para lograrlo sólo se consiguen frenar con el poder de la clemencia, de la justicia entendida desde una grandeza de espíritu que aparta el odio y la venganza en los destinos de cualquier sociedad. Ese espíritu mozartiano está recogido con una belleza sobrecogedora, delineado con trazo exquisito en una gran estancia blanca, rodeada de arquitectura clasicista, con una pureza de líneas escenográficas que sirve para potenciar la dirección actoral fastuosa, con un control admirable de la dramaturgia conjunta y también del dibujo de cada personaje.

Cuando Mozart se representa con los mejores mimbres resulta imbatible y un título como "Clemenza" si une a la escena un buen reparto y la dirección musical adecuada, como fue el caso de las representaciones madrileñas, nos lleva literalmente a tocar el cielo. Contar con un maestro de la trayectoria de Christophe Rousset al frente de la orquesta ha sido un verdadero lujo, de los que sitúan a un teatro en primera línea. Rousset llevó las riendas mozartianas con discurso musical apolíneo, de viva hondura lírica. Al fortepiano consiguió que su línea de trabajo no decayese en ningún momento y la complicidad con el elenco aún hizo que el resultado global ganase enteros.

Un Tito de la entidad del que, a día de hoy, aporta Jeremy Ovenden cuesta encontrarlo en los escenarios. Otros abordan este rol con garantías, pero no con la garra dramática y la perfección vocal con la que nos muestra la nobleza del personaje. O también el Sesto imponente de Monica Bacelli, capaz de revelarnos las aristas del mismo con una sencillez que arrebata. De igual modo la Vitellia de Karina Gauvin transita por una solvencia absoluta. Y Sylvia Schwartz se convierte en una Servilia ideal, así como Sophie Harmsen y Guido Loconsolo brillan como Annio y Publio, respectivamente. Representaciones como este Mozart tan bien servido en el Real no abundan precisamente porque a la dificultad que ya de por sí encierra la ópera se suma la intrínseca de Mozart, un compositor que en su aparente sencillez exige el mayor de los empeños.

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