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El historietista Alfonso Zapico toma Oviedo al frente de los mineros

El segundo tomo de La balada del Norte recrea y explica una revolución en interiores

La balada del Norte, el gran relato asturiano del historietista Alfonso Zapico (Blimea, 1980), galopa en su segunda parte y despeja las dudas que pudiera haber acerca de la voluntad de su género: no es una historia de la revolución del 34; es una historia en la revolución del 34.

Una historia en la revolución aunque se cuente la historia del capitán Alonso Nart y del cuartel de la guardia civil de Sama y tenga al teléfono a Belarmino Tomás; aunque en Oviedo veamos al director de "Avance", Javier Bueno, fumando en la cárcel y a Ramón González Peña llamando a la retirada en la calle; aunque en Madrid detengan a Largo Caballero y Franco se presente ante el ministro de la guerra.

Hay licencias historietográficas en la quema del Teatro Campoamor o en la figura del gobernador civil que pasa borracho la revolución. El escenario protagonista es Oviedo, montado cinematográficamente según la belleza de sus escenarios, no según la coherencia documental de su callejero.

Este es el tomo en el que "ganan" los mineros en un relato con poca épica porque los personajes principales y secundarios de la Balada del Norte son accidentados a los que la historia atropella y no lo cubre el seguro. Sean el comunista que cree que le respetan las balas, sea el cura obligado a cavar su propia tumba.

Al fin un relato del episodio histórico clave del siglo XX contado desde o para el siglo XXI.

Aunque las revoluciones suceden en la calle, lo más profundo de La Balada (II) ocurre en interiores

Si hubiera que buscar a la protagonista de esta historia coral sería Isolina, como advierte la portada. Zapico se hace con ella en este tomo y así, su chica de la cuenca minera, la hija del minero Apolonio, gana incluso definición física en su belleza fresca.

A través de Isolina, en la casa burguesa de Oviedo, tomada al asalto y secuestrados sus moradores, se explica la causa definitiva de la revolución del 34 en las enormes diferencias de clases entre la familia de un abogado de la compañía ferroviaria y la de un minero de Montecorvo. Son dos mujeres de dos mundos distintos, entre los que no se puede trasvasar un vestido de fiesta.

También se explican las afinidades humanas a través de la que llegan a sentir Isolina y Elvira, la mujer del abogado. "Tiene gracia que hagas la revolución para casarte con un hombre y creas que así serás libre", dice Elvira a Isolina.

El otro interior es el gobierno civil, donde el marqués y su hijo Tristán se acercan y se alejan en varias escenas. Una de ellas dura lo que un cigarrillo, un lapso de tiempo que repite en una de las escenas más divertidas, donde vemos que la unión de la revolución se va dividiendo y deshilachando hasta el individualismo asturiano. Dos revolucionarios empiezan por marcar diferencias entre socialistas, comunistas y anarquistas, entre ferroviarios y mineros, entre vecinos del Caudal y del Nalón, de la Hueria y de El Entrego, de la Llave y de Cantumedio... Aunque ese individualismo no impide las obras colectivas, está en toda la actividad humana pero Zapico concluye: "nos dijeron que la revolución era el sueño de todos pero era mentira. Era el sueño de cada uno".

Zapico es un gran compositor de escenas que van avanzando la historia, creciéndola y profundizándola. En este tomo, el narrador visual se lanza a composiciones más historietísticas, con desarrollos mudos y el dibujante se atreve cada vez con más y se suelta a la expresividad de los trazos de velocidad como la galopada de Tristán o el expresionismo de la violencia en la que la sangre y los disparos son borrones.

El libro termina, como el anterior, en coche, en tránsito hacia la tercera parte, que será final en más de un sentido. Zapico tiene en sus manos el remate de una gran novela gráfica.

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