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Libros

La importancia de ser best seller

Las mujeres de la calle Luna, la novela madura de Javier Lasheras

Creo que la larga experiencia de Javier Lasheras (1963) como gestor cultural le ha madurado lo suficiente para conocer a fondo de qué va esto de escribir libros para ganar lectores, redondear una obra y funcionar en caja: tres aspiraciones a las que anhela la mayor parte de quienes escriben, niéguenlo o no. Fue Lasheras responsable del espléndido programa "Literástura" y presidió la Asociación de Escritores de Asturias, ambas cosas a caballo del XX y el XXI. Antologó libros, firmó tres volúmenes de poesía (debidamente premiados) y publicó novela en 2004. Pero tal parece que estuviese preparando el terreno solo para Las mujeres de la calle Luna: que enganchará a muchos, a la que nada sobra y con la que se alzó con un premio de renombre lo cual le hará venderla bien.

Los ingredientes son: un thriller, el mundo del arte, la mirada femenina, la alta política y, si me apuran, las guerra coloniales portuguesas y el yihadismo. Todo jamón para lectores de hoy. Pero, ojo, tocado por un tono culto (con perdón) al escribir, nada de tópicos cansinos. Veamos. El 22 de febrero de 2002, a las cuatro y diez de la madrugada, un par de tipos roban el provocador cuadro de Courbet "El origen del mundo". Son un veterano de la guerra de Angola y un islamista aficionado al fútbol o al PSG quien "si algo tenía claro es que la yihad debía comenzar por una revolución interior" (pág. 157). La teniente Isabelle Millet se ocupa del caso, ayudada por el sargento Pécuchet (véase el tono aludido). No es una funcionaria policial al uso: "Sus gustos artísticos (?) encajaban mejor con texturas, motivos y puntos de vista como los del trío 'degenerado' de los vieneses Limt, Schiele y Kokoschka o, de otro lado, con los cómics de Milo Manara o Guido Crepax" (p. 45). Y lee a Derrida (p. 139). A la vez, el comisario Orazio Danglade se ocupa de "cuatro asesinatos, cuatro cuerpos que han sido desvestidos y vueltos a vestir con excepción del último" (p. 253). Su asistente, como no podía ser de otra forma, se llama Bouvard. ¿Comisario al uso de los "noirs"? Nada de eso: "Tenía dos aficiones: la música y los haikus". Y en música, "el 'Für Alina' de Arvo Pärt, un John Cage, un La Monte Young, algo de Michael Nyman tal vez". Y todo ello en París, una ciudad que "ya no tiene nada de especial: ahí está su historia llena de héroes y delatores, sus recuerdos y sus novelas, sus canciones y sus poetas, sus zapatos de tacón y su miseria, su arte, sus cafés, sus patios y esa melé de medio mundo que pulula entre la arrogancia silenciosa de los ciudadanos más antiguos y el lujo que los sostiene" (p. 60). Los dos casos se entrecuzan o mezclan, la intriga discurre y se complica, la prosa avanza sin ejercer fuerza autorial sobre ella, la mirada femenina se acentúa como verá quien la lea (ejemplo: la explicación de tan misterioso cuadro por parte de un experta, páginas 113 y siguientes). Si le suman ustedes no pocos guiños cultos (perdón de nuevo), firmeza al describir, buen tino en los diálogos y un cabal sentido del conjunto tendrán una novela madura, bien cuajada y que, a poco que la editorial y el boca oreja la muevan, será un best seller, ojalá que el inicio de muchos. Estupendo.

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