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Música

Las dos orillas

Gran éxito de Música Ficta, el grupo que dirige el ovetense Raúl Mallavibarrena, en el Festival de Música Sacra de Bogotá

Música Ficta durante una de sus actuaciones en Bogotá.

El intercambio, el mestizaje, los puentes que se tienden entre diferentes culturas, son parámetros básicos que definen el hecho musical en toda su dimensión humanística, en un legado común que a todos implica. Los festivales son, en este sentido, un cruce de caminos. Un itinerario que enrique tanto al público que lo disfruta como a los propios intérpretes que acceden a otras realidades en un contexto diferente. Este sustrato es una de las guías que marcan la exitosa trayectoria del Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá.

Con su sexta edición en marcha -se desarrolla entre el 5 de septiembre y el 1 de octubre- está reuniendo en la capital de Colombia a más de 700 artistas de decenas de países. Lo hace ofreciendo sus actividades en treinta escenarios diferentes -iglesias, teatros, auditorios-, habiendo alcanzado en pasadas ediciones los treinta mil espectadores.

Por tercer año consecutivo la presencia española es notable. Un acuerdo con el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) permite llevar al festival a algunos de los mejores artistas y agrupaciones españolas. De hecho, en ese marco actuaron en otra edición la agrupación Forma Antiqva, entre otras. "Fraternidad" es el lema de esta sexta convocatoria y en ella la música que une las diferentes miradas religiosas va tejiendo un hilo en el que se expresa la religiosidad sin barreras, en la búsqueda de puntos de encuentro, de la cercanía.

La multiplicidad de espacios es inmensa, desde las hermosas iglesias barrocas de la época colonial española, pasando por los grandes teatros de la ciudad -el Colón que festeja por todo lo alto su 125 aniversario o el Mayor-, o los diferentes auditorios que se integran en la ciudad; y propicia también una asombrosa diversidad en un público muy variopinto y ansioso de escuchar música de alto nivel.

La amplia delegación musical española va más allá de una mera oferta de un determinado número de conciertos. Su presencia se complementa con clases magistrales de los artistas en la Universidad Central, sobre polifonía renacentista, el canto barroco o la interpretación historicista en un proyecto cultural bien sustentando que el Festival incorpora a lo largo de su programación, combinando las sesiones para profesionales con otras abiertas al gran público.

La catedral primada de Bogotá -que está realizando la integral de la obra para órgano de J. S. Bach- acogió la actuación del organista alicantino Juan de la Rubia que ya conoce bien este instrumento al ser él mismo quien lo inauguró hace un año. En esta ocasión Bach, Soler, Tournemire y Duruflé fueron sus argumentos interpretativos, junto a sus celebradas improvisaciones.

Los dos conciertos de La Galanía, con la soprano navarra Raquel Andueza al frente, tuvieron como eje la música sacra de Sebastián Durón y otros autores de su época. Andueza, espléndidamente acompañada por Jesús Fernández Baena a la tiorba y Manuel Vilas al arpa doppia, desgranó villancicos, tonadas y cantadas, en su mayor parte dedicadas a la devoción al Santísimo Sacramento. Es una música en la que lo sacro tiene también sus puntos de mestizaje con lo profano, en una suerte de trasvase que Durón y otros autores de la época empleaban con audacia. Andueza supo abordar este repertorio, nada fácil por su dualidad, con su habitual buen hacer, de forma sobria en la expresividad y muy pendiente del texto, de una vocalidad que se adapta con exquisitez a las exigencias de unas obras en las que encontrar el punto de equilibrio no es tarea sencilla. Andueza y la Galanía conocen muy bien la música española de la época y siempre es un placer escuchar lo mucho y bueno que tienen que aportar en este repertorio.

Asimismo Musica Ficta, la agrupación creada en 1992 por el ovetense Raúl Mallavibarrena, y especializada en polifonía renacentista y barroca, aunó dos mundos en sus intervenciones bogotanas. En la primera de ellas, en la iglesia de San Ignacio, recién y magníficamente restaurada, se centró en obras de los siglos XVI y XVII recuperadas de los archivos de Puebla, Oaxaca, Sucre o Bogotá, unas de ellas escritas en lenguas nativas, como el quechua, y otras de compositores españoles como Alfonso Lobo, muy extendida su interpretación en la América hispana. La segunda velada de la agrupación vocal se centró en la figura de Claudio Monteverdi y otros compositores coetáneos como Carlo Gesualdo, Giovanni Perluigi Palestrina o Luca Marenzio. En la iglesia de San Alfonso María de Ligorio hicieron gala de una espectacular energía interpretativa que, en versiones estilísticamente deslumbrantes, dejaron ver el sensacional trabajo vocal de los integrantes del grupo, capaces, director y solistas, de hacer brillar la polifonía de un periodo histórico en transición a un nuevo mundo musical. Una delicia. Son ejemplos de un festival en pleno crecimiento que cuenta con un público fiel y numeroso, que llena cada uno de los recintos y que asiste a los conciertos con un grado de interés, respeto y educación que no es tan frecuente en otros lares. La realidad actual ya integra al ciclo bogotano en un nivel de referencia entre los grandes certámenes de música religiosa a nivel internacional.

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