De votantes y partidos
Lluis Orriols se pregunta en "Democracia de trincheras" si la polarización no estará inducida en gran parte por las propias formaciones políticas
El hecho que permite distinguir definitivamente la democracia, tal como la conocemos, de otras formas políticas es la celebración con una periodicidad regular de elecciones libres para renovar, en los dos significados del término, a los gobernantes, sean estos alcaldes o presidentes. Con el voto en la mano, el ciudadano se hace dueño de la vida política, al menos por un momento. El votante decide sobre la continuidad o el cambio de un gobierno. Votar es un acto de extrema sencillez, pero la elección de la papeleta que se va a introducir en la urna puede llegar a convertirse en un problema irresoluble. Hay votos decididos de antemano y otros que se van decantando mientras se plantean todas las opciones, se sopesan pros y contras y se hacen muchos cálculos. Unos son votos fijos, constantes, y otros son votos condicionales, flotantes y hasta cierto punto más impredecibles.
Los españoles estamos en ese trance. Durante el próximo año y medio, seremos convocados a participar en todas las elecciones políticas que se celebran en nuestro país con sufragio universal. Tendremos que tomar la decisión de votar o no votar y a quién votar. Habrá los que voten al partido de siempre y los que quieran pensárselo. Dos tercios declaran que acostumbran a tener el voto decidido con bastante antelación al inicio de la campaña electoral y casi la mitad confiesa que suele entregar su voto al mismo partido. No obstante, crece el porcentaje de electores que admiten estar dispuestos a mover su voto. Los resultados de las elecciones en todas las democracias, en España de manera muy llamativa desde las celebradas en 2015, confirman que es así.
Según Lluis Orriols, profesor en la Carlos III, un politólogo español riguroso y brillante, es una suerte para la democracia que el votante apegado a un partido, con una lealtad a prueba de bomba, conviva con el que guarda las distancias y llegado el caso cambia de voto, después de hacer una evaluación cuidadosa de la actuación de los partidos y del escenario electoral. Por este votante, al que denomina "ambivalente", que supone bien informado y permanece en actitud vigilante hacia el político, muestra su simpatía. El ejemplo tópico es el votante disconforme por algún motivo con su partido y que admite la posibilidad de castigarlo retirándole el voto. Lo considera un héroe, aunque triste, debido a la lucha que en su interior se entabla entre su identidad política o ideológica y la mejor decisión que le dicta la razón. Pero Orriols valora mucho igualmente la contribución del votante fiel y, por tanto, de los partidos a la estabilidad y el buen funcionamiento de la democracia.
El único desacierto del libro es erigir a Belén Esteban en epítome del votante racional
Apoyándose en la obra clásica de Albert Hirschman, economista alemán de extraordinaria y escueta lucidez, que combatió en la Guerra Civil con las Brigadas Internacionales, Orriols aporta argumentos interesantes sobre los distintos aspectos del juego entre votantes y partidos en que consiste la cruda realidad de las democracias. Describe con detalle el perfil de ambos tipos de votantes, destaca la importancia de la información, formula la pregunta fundamental de si la polarización no estará inducida en gran parte por los partidos, y aplica sus premisas a la cuestión catalana y al debate público sobre la monarquía. El libro está escrito en un estilo didáctico y se lee de un tirón. Orriols no toma partido. Si acaso, cuando deja de manejar hipótesis, estudios y datos en su condición de politólogo, es para ponerse en el lugar del ciudadano, algo que en las tertulias audiovisuales, invadidas por voceros de su amo, sólo ocurre en casos excepcionales como el suyo. Por eso este es un libro muy oportuno para encarar el año electoral que nos espera. Si algún desacierto tiene, y es menor, a mi juicio, es el de erigir a Belén Esteban en epítome del votante racional.
Democracia de trincheras
Lluis Orriols
Península, 212 páginas, 19 euros
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