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Un esperado reconocimiento

La zarzuela obtiene un primer impulso oficial

Una escena de la zarzuela «La del manojo de rosas». | PIM

Una escena de la zarzuela «La del manojo de rosas». | PIM / Cosme Marina

Cosme Marina

Cosme Marina

La pasada semana se dio a conocer que el Consejo de Patrimonio Histórico, que estos días celebra su reunión nacional en Lanzarote, ha decido incluir a la zarzuela como manifestación representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Para el sector, este primer apoyo institucional, ha supuesto una enorme alegría, un espaldarazo en la lucha por lograr el reconocimiento de la UNESCO como parte del listado mundial de Patrimonio Inmaterial. Parece que, por fin, todo va caminando, aunque lentamente, en la dirección correcta.

No ha sido una batalla fácil. El género ha atravesado una injusta travesía del desierto que casi lo lleva a la extinción. De hecho, a día de hoy, aun sigue en la unidad de vigilancia intensiva.

Culpables de esta situación hay muchos, pero, sin duda, las administraciones públicas ocupan el escalón más alto en el podio, con una bochornosa medalla de oro a la indolencia.

Durante décadas, los teatros públicos, financiados por ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas, han dado la espalda al patrimonio musical español. Las disculpas siempre han sido variopintas. Los presupuestos, generosos con otras disciplinas artísticas, se volvían rácanos cuando se trataba de sacar adelante nuestro repertorio, que sobrevivió, en buena parte, gracias a compañías privadas que, con medios escasísimos, lograron mantener el público frente a la indiferencia institucional.

No hay parangón en Europa de un desprecio semejante a un elemento patrimonial clave. El desdén de las instituciones caló también en los medios de comunicación, que arrinconaron el género como algo casposo y superado. Se generaron auténticos bulos sobre el mismo, asimilándolo al franquismo y disparates semejantes. Con planteamientos tan hostiles se fueron alejando los espectadores jóvenes e incluso algunos artistas optaron por no implicarse en el proceso creativo. De hecho, sólo en estos últimos años estamos asistiendo a tímidos esfuerzos por estrenar obra, a cargo casi siempre de jóvenes compositores que han sido capaces de superar el prejuicio de generaciones anteriores y, ahora, la implicación de directores musicales, de escena, cantantes y actores vuelve a ser vigorosa.

Se quiso vender la zarzuela como algo pretérito, cerrado, un elemento digno de un museo. Para un género escénico semejante enfoque significa la muerte. Mientras la ópera internacional se llevaba y se lleva la mayoría de los recursos públicos, la zarzuela se ha tenido que conformar con las sobras. Sólo la existencia de un teatro patrimonial, el de La Zarzuela de Madrid, ha evitado la desaparición efectiva. Y, de hecho, sufrió ataques virulentos para destruir su personalidad y convertirlo en una sala de segunda, una especie de apéndice del teatro de ópera de la capital. Afortunadamente, esos planes no prosperaron y esperemos que este impulso oficial blinde el teatro madrileño de nuevos intentos de absorción en el futuro.

Ojalá este primer apoyo institucional, que se inició hace unos años con otro gobierno, sirva como un elemento que permita implicación pública efectiva; que existan mayores capacidades de coproducir y de trabajar en los múltiples frentes que necesita un repertorio en el que casi todo está por hacer: recuperación de obras, un trabajo efectivo en la actualización de los títulos más populares, proyectos educativos y pedagógicos estables y una red de coproducciones entre los teatros públicos que permita afrontar retos escénicos de primer nivel. La zarzuela es un género de presente y de futuro, asentado sobre un pasado glorioso. La única pieza que falta en el puzle es la de un compromiso real y efectivo por parte de las administraciones públicas.

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