La ambigüedad de la máquina

En "Por un ateísmo tecnológico", Neil Postman sugiere que no nos dejemos deslumbrar y abducir por las maravillas de la creación humana y su portentosa eficacia

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

La tecnología da, pero también quita. Resuelve unos problemas y crea otros. El ejemplo perfecto es el automóvil. Acorta las distancias y procura un viaje más confortable, pero genera polución e impone el diseño de las ciudades. Las creaciones tecnológicas no son solo nuevas unidades artificiales que vienen a poblar sin más un espacio en el planeta, sino que consumen, se relacionan con los humanos y desprenden el efecto de cambiar la vida y el mundo de las personas. Conviene, por tanto, andar con cuidado para no ceder al imperio de la tecnocracia y advertir a los papanatas que profesan una fe ciega en la tecnología de los peligros que cabalgan a lomos de las máquinas. El reto consiste en doblegar a todo invento para ponerlo al servicio de la humanidad y evitar que suceda al revés. Y esto exige plantarse ante la cascada de tecnologías que se nos está viniendo encima, tomar el control y con actitud analítica aprovechar lo benéfico y rechazar lo malicioso, como hicieron los japoneses durante siglos con las armas de fuego.

Con nervio crítico, Neil Postman centró su atención en el impacto que han tenido las tecnologías de la información en todos los ámbitos sociales a través de diferentes épocas históricas. Puso especial interés en los trastornos provocados en las tradiciones culturales y la educación de los jóvenes, en particular por la imprenta, la televisión y el ordenador. Fallecido en 2003, el teléfono móvil escapó a su vigilancia. Su conclusión fue que estos aparatos no habían contribuido a afrontar con éxito ninguna de las prioridades de nuestras sociedades, el hambre, la violencia, la desigualdad, y, muy al contrario, estaban erosionando por dentro las instituciones dedicadas a cultivar el espíritu integrador y comunitario, mermando la autoridad de la familia y la escuela, y distraen a los individuos con entretenimiento casi siempre banal de los asuntos más relevantes que les afectan. El aluvión de noticias y datos que recibimos cada día ni siquiera nos hace estar mejor informados. Pensaba que la imagen había adquirido una importancia desmesurada en la política gracias a la televisión y que la electrónica e internet, lejos de acercarnos a la soñada democracia directa, perfecta, le sustraía el auténtico meollo, que no es otro que el debate razonado y la persuasión.

Aunque Postman se muestra comprensivo con el movimiento ludita que iniciaron los obreros ingleses en la segunda década del siglo XIX contra las máquinas de la industria textil, no es un negacionista intransigente. Prefiere definirse como conservador de las buenas tradiciones. Sugiere que no nos dejemos deslumbrar y abducir por las maravillas de la creación humana y su portentosa eficacia, y que no descuidemos los asuntos que verdaderamente importan. Formula preguntas y avisa sobre las consecuencias indeseables que un uso frívolo de la tecnología puede traernos de manera imperceptible y engañosa.

Conocido en España por la traducción de sus dos obras más difundidas, "Divertirse hasta morir" y "Tecnópolis", este libro reúne los textos de siete conferencias impartidas, algunas en Europa, entre 1987 y el año 2000. Postman es un artesano íntegro de las ideas. No utiliza el teclado, manuscribe en un cuaderno. Aboga por mantener las pantallas fuera de las aulas al menos hasta que se definan con rigor los fines de la educación. Como haría Sartori después en "Homo videns", defiende la cultura escrita por su carácter reflexivo. Pudiera parecer que su postura es en exceso radical, pero señala el camino equivocado sin titubeos y previene de peores males. Sus disquisiciones erigen una moral de la tecnología. Postman es continuador de una saga de ensayistas americanos que han cuestionado de diferente manera el progreso inducido por los adelantos técnicos, a la que pertenecen entre otros Mumford y Thoreau, que resumió la cuestión en esta frase: "Todos nuestros inventos no son sino medios mejorados para fines no mejorados". Este librito transmite el desasosegante placer que produce el sabor añejo y moderno de la lucidez, el pensamiento divergente y quizá –duele decirlo– la utopía.

por un ateismo tecnologico

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Por un ateísmo tecnológico

Neil Postman

Traducción de Salvador Cobo 

El Salmón, 128 páginas, 12 euros

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