8M. Día Internacional de la Mujer

Una historia fantástica

Qué hacer cuando las voces de ultratumba suenan a mujer: la obra de Shilpa Agarwal

Shilpa Agarwal

Shilpa Agarwal / .

Andrea Llano Busta

El término "fantasma" es un sustantivo gramaticalmente masculino que, por sí mismo, no aclara el género de los sujetos a quienes designa aunque este último sea esencial para comprender el porqué de sus apariciones, sobre todo cuando el pasado que buscan reparar o vengar se desarrolla en sociedades patriarcales. Los espectros que, por ejemplo, Charlotte Perkins Gilman o Toni Morrison invocan en "The Giant Wistaria" (1891) y "Beloved" (1987), respectivamente, se resignifican en el marco de un sexismo que a veces coexiste con la discriminación por raza o clase.

Lo sobrenatural femenino también tiene cabida en "La casa de los aromas sagrados", cuyo título original –"Haunting Bombay"– se refiere tanto a la localización de la trama como a la ciudad natal de su autora, Shilpa Agarwal (1972), afincada hace tiempo en Estados Unidos. Como descendiente de una familia desplazada durante la violenta partición del subcontinente indio en 1947, su vida y obra están marcadas por la pregunta de quién está facultado para hablar, ya sea en el ámbito público o en el privado. De hecho, su reconocimiento de que los roles de género no solo limitan a las mujeres denota una conciencia feminista que huye de oposiciones binarias en favor de historias polivocales. Los fantasmas, además de ser entes transfronterizos que desdibujan la línea entre la vida y la muerte, se prestan a ser metáfora de la memoria.

Recuerdo y olvido se dan la mano en una ficción gótica poscolonial que, como apunta Antonio Ballesteros González, mantiene una relación ambigua con el pasado, fundamentada en sentir fascinación por aquello que se pretende trascender. En esta línea, la de Agarwal también puede entenderse como un Bildungsroman o novela de formación, en la que la incipiente construcción nacional de la India independiente discurre en paralelo al crecimiento de su adolescente protagonista, Pinky Mittal, una huérfana de madre criada por su abuela a la sombra de secretos familiares.

Durante la narración –convenientemente dividida en "El umbral", "Comienzos" y "Fronteras"–, la joven interactúa con tres fantasmas: el de una prima víctima de infanticidio, el de la aya acusada del crimen, y el de una amiga desaparecida. No procede ahora destripar los entresijos del libro, pero sí conviene señalar que todas experimentaron en vida formas de maltrato por cuestiones de género sobre las que intentan prevenir a la protagonista a la par que reescriben sus historias. Y es que "cuando la violencia se ha inmiscuido en escenas de felicidad", en palabras de Sara Ahmed, "empezamos a oír los fantasmas del pasado feminista".

Superada la incredulidad inicial, Pinky se suma a una suerte de danza espectral, que es como Gayatri Chakravorty Spivak denomina a una relación con el pasado en la que lo que se sabe no importa tanto como lo que se hace con ello, porque solo así se exploran futuros alternativos. Dicho de otro modo, es imposible construir realidades igualitarias si se carece de predisposición a escuchar activamente, algo que Agarwal remarca a través de un personaje principal que se abre a conocer el traumático pasado de su familia y, por extensión, el de su país. Ambos están marcados por lo abyecto, lo que se rechaza por cruzar los límites establecidos y que supone, dice Julia Kristeva, "una tierra de olvido constantemente rememorada".

Quizá olvidar no sea más que recordar mal, pero si algo dejan claro obras como la de Agarwal es que visibilizar a las mujeres pasa por prestar atención a sus historias (y a las de sus fantasmas) porque, a veces, escuchar ayuda a ver, y eso es lo verdaderamente fantástico.

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