La niñez custodiada

"Una noche de luna", de Caradog Prichard, es una emotiva pieza de iniciación narrada con prosa de tentadora sencillez

El escritor galés Caradog Prichard (1904-1980).

El escritor galés Caradog Prichard (1904-1980).

Ricardo Menéndez Salmón

Ricardo Menéndez Salmón

La infancia como territorio afectivo y como forja del carácter conforma uno de los repositorios privilegiados de la literatura universal. En esa remota provincia del tiempo, que invita a reconsiderar el célebre inicio de "El mensajero", la obra más conocida de L. P. Hartley ("El pasado es un país extranjero. Allí las cosas se hacen de otra manera"), decenas, cientos, miles de narraciones han buscado la revelación de cómo el niño que fuimos esconde ya las claves de lo que la vida nos deparará. Quizá nadie como Albert Camus, uno de los más reputados cartógrafos de la infancia, testimonió la honda huella que imprime ese periodo: "Una obra de hombre no es otra cosa que una larga marcha para volver a encontrar, por los meandros del arte, las dos o tres grandes imágenes a las que el corazón se abrió por primera vez". Y es de esas imágenes a las que el corazón se abre por vez primera de lo que trata "Una noche de luna", de Caradog Prichard, una de las más importantes novelas galesas escritas en el siglo veinte.

Nos hallamos en el condado de Bethesda, al noroeste del país, en un marco de minas de pizarra y de existencias que discurren en el filo del hambre, durante la época de la Primera Guerra Mundial, en un lugar donde la gente responde a nombres como Pequeño Owen el Carbones, Mary Ciruelas, Frank el Colmenas, Bob del Carro de Leche o Johnny del Sur. El protagonista de la narración vive en compañía de una madre viuda y herida por el relámpago de la demencia, entregado a las travesuras con sus amigos, en una cotidianidad pautada por el reiterado (y salvador) consumo de generosas rebanadas de pan con mantequilla. Es un teatro oscuro, nutrido por asesinos, por pederastas y por alcohólicos, donde la religión reparte tanta misericordia como venganza, y en el que los hombres, las mujeres y los niños fatigan vidas cortas, sucias y, a menudo, violentas. Y sin embargo, en ese crisol de tiniebla, casi hobbesiano, y con esos materiales de desecho, Prichard se las ingenia para construir una novela sobre la compasión, el goce de sentir y un fenomenal sentido de la epifanía, una obra donde la amistad, la música y la sublimidad del paisaje son instancias de redención, formidables contrincantes para esa oscuridad interior que acecha y devora a los vecinos de Bethesda.

La prosa de "Una noche de luna" es de una rara y tentadora sencillez. Transcurre diáfana como un curso de agua, pero en realidad es tan turbulenta y tan profunda como las historias que la nutren, y posee algo de la vaga y delirante urdimbre de una duermevela. De hecho, uno de los logros de Prichard es haber conseguido trasmutar la trágica historia de un niño desamparado, enfrentado desde sus primeros años a la muerte y a la locura, para entregarnos una conmovedora pieza de iniciación, una impecable reconstrucción del mito del origen y una fábula de encanto irresistible.

Una noche de luna

Caradog Prichard

Traducción de Ismael Attrache

Muñeca Infinita, 256 páginas

20,90 euros

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