Hay poco que decir cuando un equipo pierde un partido por cinco goles a uno. A veces un resultado de tal dureza se debe a una temprana expulsión, a una serie de errores individuales, por ejemplo, del portero, o a un día feliz del rival que golea. En el caso del Sporting, ayer en San Sebastián, nada de eso ocurrió. No hubo expulsados, el árbitro no influyó en el resultado, el portero, otra vez, fue el mejor del equipo, y la Real Sociedad se fue feliz con la goleada, pero su juego no deslumbró a nadie, empezando por sus seguidores. El Sporting, un domingo más, sale derrotado con dureza y con cierta crueldad porque recibió dos goles en los dos primeros minutos y otros dos en los últimos, más otro en la mitad del segundo tiempo en un saque de esquina ridículo en su origen y ridículo en su desenlace. Porque en un saque de esquina no puede rematar nadie solo en la línea del área pequeña, que fue lo que hizo un jugador local para cortar de cuajo la reacción que insinuaba el Sporting tras el gol tempranero de De las Cuevas en la segunda parte.

Porque, damas y caballeros, señoras y señores diputados, los dos goles en los dos primeros minutos del luego lesionado en choque con Gregory, Zurutuza, dejaron desarbolado a un Sporting que no tuvo tiempo de alisar las camisetas cuando ya perdía por dos. Pero entonces la Real Sociedad mostró sus carencias porque creyó que los ochenta y ocho minutos restantes eran un puro trámite. Los vascos perdían tiempo desde el minuto diez y jugaban sin tensión y sin capacidad de contragolpe. Claro que enfrente tenían a ese Sporting gris e insípido de esta temporada que sólo cambió cuando marcó el gol y se lanzó, tampoco sin demasiada claridad, en pos del empate. Pero no fue capaz de alcanzarlo porque su única oportunidad clara fue un remate de Trejo que Bravo desvió al larguero.

Poco después llegó el tercer gol y aquello estaba resuelto. Ni revolución, ni aparición de jóvenes olvidados hasta ayer; nada le sirve a un Sporting que ya es el equipo más goleado de Primera. Las jornadas pasan, los rivales se alejan pasito a pasito y la solución a un serio problema no se atisba en el horizonte rojiblanco. Pues tiene que haberla.