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Dos mundos en 28 kilómetros

Los detalles que diferencian las fotografías actuales de Oviedo y Sporting y la exageración de capar la mezcla de sus aficionados

Dos mundos en 28 kilómetros

Tengo un amigo sportinguista que vive exactamente a cuatro minutos caminando del Carlos Tartiere. Ve la visera del estadio desde una ventana de su casa. Hoy, para poder ir al derbi con la afición rojiblanca, el chaval tiene que pillarse un autobús, viajar a Gijón con horas de antelación, coger la entrada, esperar a que le coloquen en otro autobús y regresar a Oviedo. 56 kilómetros y la comida familiar sacrificada para llegar a un destino que tiene a 200 metros de su habitación. Una sinrazón absoluta.

Es absurdo capar la mezcla de oviedistas y sportinguistas el día grande cuando la Asturias del balón es una mezcla en sí misma de sportinguismo y de oviedismo. De aquellos partidos añejos sólo queda ya la pasión de sus hinchadas. Menos mal que la llama sigue viva en la grada. Contra eso no pueden. De momento.

Pero es lo que hay en este fútbol enjaulado que aprieta y avinagra a los clubes y que atropella a los aficionados con horarios terribles y situaciones surrealistas: quizá haya que viajar a Miami en el futuro para ver un Oviedo-Sporting como el de hoy. El desapego es creciente: ni en Oviedo ni en Gijón se han vendido todas las entradas. Peligro.

Oviedo y Sporting deambulan esta temporada igual de mal por la Liga, pero, al margen de la situación actual, sus realidades cotidianas aquí y ahora tienen poco que ver. Aunque en esencia persigan lo mismo, el regreso a Primera, el brutal descarrilamiento azul de 2003 desenfocó la fotografía común, desequilibró las exigencias inmediatas y afectó a los ritmos de ambos. Uno nunca ha estado fuera del fútbol profesional y viene de Primera. El otro procede del barro y presenta múltiples cicatrices de muerte. Ahora, de vuelta a la misma escena, son tiempos de reajustes. Mientras todo vuelve a cuadrar, en 28 kilómetros hay dos mundos distintos.

En el plano deportivo, por ejemplo, hay más paciencia en Oviedo que en Gijón. La grada de El Molinón lleva semanas de uñas contra Baraja. Sin descaro: pañoladas (ahora "linternadas"), pancartas y voces a favor de José Alberto. En el Tartiere, con trayectoria más o menos similar, el malestar no ha pasado de tímidos silbidos a algún cambio y los gritos contra Anquela en Riazor.

También hay diferencias en el marco institucional. En Oviedo las decisiones se toman en México y el apoyo a Carso y a Arturo Elías es total. Aunque los gatillazos deportivos de los últimos años cuestionen el tino mexicano en la planificación, el oviedismo es consciente de que el potencial crecimiento del club pasa por Carso. En el Sporting todo lo que se hace se decide en Gijón, ventaja clara a la hora de manejar los tiempos. Pero la animadversión contra la propiedad de la entidad gijonesa es latente en muchos sectores de la afición y en las últimas semanas, azuzada por la mala racha en la Liga, ha vuelto a despertar con fiereza. Javier Fernández, presidente del resurgir económico del club rojiblanco y, por consiguiente, también de su salvación, sufre con cíclica virulencia las críticas heredadas a la gestión de su padre, circunstancia que nubla, para bien y para mal, casi todo su quehacer.

Aunque las dos aficiones son gigantescas, fieles y comprometidas, hay detalles diferenciadores también en lo social. En el tema ultra, por irnos a lo más reciente. En Oviedo, Symmachiarii tiene un mayoritario respaldo social, secundado por casi toda la ciudad, como se vio este mismo mes. A favor de este grupo, la contribución a la salvación del Oviedo y la innegable despolitización de la grada lo explican. Hace muchísimos años que en el Fondo del Tartiere no se hace apología de ninguna idea política, algo que estuvo de moda durante mucho tiempo en muchos estadios españoles. Symmachiarii, que no está libre de pecado, fue pionero en desmarcarse de todo aquello. Quizá le faltó en este proceso quitarse la palabra "ultra", tan demonizada. La ciudad ve a este colectivo con buenos ojos y ningún presidente, ni Slim, ni Arturo Elías, ni nadie han tenido nunca ningún reparo en apoyarlo públicamente. Todo lo contrario sucede con Ultra Boys en Gijón, al que la mayoría de la ciudad da la espalda. Su histórico extremismo político, manifestado públicamente en varias ocasiones con gritos o pancartas fuera de lugar, concedieron al colectivo una imagen de intolerancia que no encaja ni en el fútbol ni en la mayoría de la sociedad actual. A los Ultra Boys hace tiempo que se les dejó de ver sólo como radicales del Sporting y la prueba es que, a diferencia de lo que ocurre con Symmachiarii, no tienen apoyos públicos claros ni en su ciudad ni en su club. A los directivos rojiblancos les incomoda especialmente este tema y tiran de funambulismo para llevar el asunto como pueden, a caballo entre la condena pública y el guiño privado.

La semana ha sido menos efervescente que en los últimos dos derbis. Pero un partido así tiene fuerzas de gravedad ocultas que explotan sin remedio en cualquier escenario: sea la final de la Copa de Europa o, como es el caso, la lucha para no arrimarse al desagüe de la Segunda B. Los equipos y sus entrenadores están en el precipicio y ello concede más dramatismo y tensión a la función. En la jornada 14.ª, una final. Quien sepa gestionar mejor el miedo triunfará. Aunque salvo un empate que prolongue la agonía, habrá quien cante bingo en la victoria y también en la derrota. El que gane, porque gana. El que pierda, porque cambia.

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