El 3 de febrero de 2018, al día siguiente de la primera derrota del Sporting en un derbi 15 años después, Miguel Torrecilla dio la cara y se sentó en la sala de prensa de Mareo. En principio era para valorar el cierre del mercado de invierno, pero el director deportivo tuvo que lidiar -como es lógico- con preguntas sobre el partido del Tartiere y la situación de Baraja. El Sporting era décimo, a cinco puntos del Lugo, que ocupaba la última plaza de promoción. En pleno bombardeo, Torrecilla pidió dejar los balances para final de temporada. Ahí, en el examen de junio, se pudo comprobar que el desastre anunciado no había sido tal: la mayoría de los fichajes fueron titulares y uno de ellos, Barba, acabó dejando una plusvalía en la caja fuerte del club. Un año después se repite la historia, aunque no sabemos todavía si con el mismo desenlace. De momento hay que agradecer que, en estos tiempos de oscurantismo de las sociedades anónimas deportivas, un alto cargo de un club se exponga a la lapidación pública. Muy pocos lo hacen. Otra cosa son las explicaciones y, sobre todo, algunos comentarios que no dejan en buen lugar al entrenador que acaba de elegir para enderezar el rumbo del equipo. Lo que Torrecilla debe de tener muy claro, porque no es nuevo en esto, es que en junio la mayoría le juzgará por los resultados del primer equipo, no como gestor de personal.