Barcelona - Mallorca (1-0)

Al Barça sólo lo entiende Lamine Yamal

Un gran gol del adolescente libera al equipo azulgrana ante el Mallorca en otra noche mustia y en la antesala de la visita del Nápoles

Francisco Cabezas

La vida tiene gracia cuando no entiendes nada de lo que ocurre. Como mucho, que un crío como Lamine Yamal sea quien libre al Barça de otro escarnio, esta vez frente al Mallorca, mientras la afición hace la ola en el desvencijado parque de atracciones de Montjuïc. 

Un día admiras a un entrenador (Javier Aguirre), no tanto por sus éxitos, que son muchos, sino por tener pinta de catador de whisky. Otro te llevas las manos a la cabeza porque uno de los anticristos del 'laportismo', Toni Freixa, pasa de odiar al presidente a admirarlo como si fuera el David de Miguel Ángel, cambiando los empujones callejeros por los abrazos de la gente de bien. Y, al siguiente, te despiertas deseando que alguien reúna las siete Bolas de Dragón. Fuera que el dragón Shenron, aquel bicho que concedía deseos creado por el fallecido 'mangaka' Akira Toriyama, existiera y pudiera también sacar al Barça de Xavi de entre los muertos. O, ya puestos, exorcizar a Freixa, si es que le han poseído.

Hay cosas, sin embargo, que se entienden de maravilla. Como que Pau Cubarsí, a sus 17 años, sea ya el mejor central de la plantilla (él solo se hizo cargo de dos bestias como Muriqi y Larin mientras Iñigo Martínez naufragaba). O como que otro canterano, Marc Guiu, pasara por delante de Vitor Roque el día en que Lewandowski tenía descanso. Xavi no tiene inconveniente alguno en contradecir a Deco, no en el púlpito mediático, pero sí en el vestuario. El fichaje que el director deportivo encajó con calzador de oro en el mercado de invierno –y que sirvió de excusa para no fichar a un mediocentro tras la lesión de Gavi– no le sirve al entrenador ni para ser titular contra el Mallorca.

La soledad de Gündogan

Y así, con el invisible Oriol Romeu también calentando banquillo, Xavi resolvió el drama de tener que redibujar la sala de máquinas sin Pedri ni De Jong reubicando piezas. Gündogan, el único que parece saber de qué va el oficio de centrocampista, se encontró con que sus dos compañeros en el eje eran Christensen y Raphinha, un central convertido de repente en algo así como un mediocentro sin brújula, y un extremo con nervio y sin regate que ahora su entrenador intenta disfrazar en volante. 

El primer acto, con todo, estaba cantado. Javier Aguirre tuvo suficiente con ordenar una presión individual en la salida y una defensa que cerrara pasillos interiores (5-3-2) para desconcertar al Barça. Xavi, sancionado, intentaba encontrar soluciones desde la cabina de Montjuïc en la que se encerró con el Nápoles-Torino (1-1) puesto en la tele. Mientras, su hermano y asistente, Òscar Hernández, veía cómo los futbolistas del Barça apenas se movían. Ni tenían espacios, ni eran capaces de entender las indicaciones de Gündogan, que hacía de futbolista y entrenador mientras intentaba aplacar su desesperación.

El fallo en el penalti

La frustración del centrocampista alemán aumentó cuando le tocó fallar el penalti con el que el Barça hubiera podido maquillar su deficiente primer acto. Lamine Yamal había lanzado en carrera a Raphinha, que acabó rodando en el interior del área después de que Copete le pisara el tobillo –acción que tuvo que detectar el VAR para que el árbitro corroborara la pena máxima–. Gündogan, sin embargo, tiró flojo y a media altura, un regalo para el meta Rajkovic. Por si fuera poco, del episodio tampoco se recuperó Raphinha, que tuvo que ser sustituido por Fermín.

Mientras los portugueses colocados por Jorge Mendes se perdían a su manera –a Cancelo le faltaba una tila, y a João Félix un café y cuatro latas de Monster–, Muriqi avisaba.

El Mallorca, finalista de Copa, fue un hueso pese a que llegara a Montjuïc habiendo sumado apenas ocho puntos como visitante en toda la temporada. Lamine Yamal comenzó a calentar el pie rematando al larguero. YXavi buscó el gol redentor a media hora del final con Lewandowski y, ahora sí, Vitor Roque.

Pero sólo Lamine Yamal, que dejó en Babia a Dani Rodríguez –con el recorte– y a Rajkovic –con la rosca–, pudo sacar al Barça del matadero a un cuarto de hora del final. El martes, frente al Nápoles, tocará otro ejercicio de supervivencia. Al menos, él sí entiende a este Barça.