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Nunca es tarde para el shotokan

Ángel Álvarez, eminencia asturiana de la biología, saca el cinturón negro a los 58 años volcado en el estilo de kárate inspirado en Confucio

Ángel Álvarez.

El siempre sabio refranero español reza que nunca es tarde si la dicha es buena. Bien lo sabe Ángel Álvarez (San Martín del Rey Aurelio, 58 años). Toda una eminencia en el campo de la biología, es el fundador de VidaCord, primer y por el momento único banco de cordón umbilical en España. Frisando el sexto decenio, Álvarez acaba de convertirse en cinturón negro de kárate.

Acostumbrado a desenvolverse entre microscopios y probetas, al veterano biólogo siempre le habían llamado la atención las artes marciales. ¿Por qué esperó, entonces, casi a los 55 años para enfundarse el karategui? Álvarez esgrime un argumento tan simple como aplastante: "Aún no había llegado el momento adecuado". La ocasión se presentó por puro azar. Un buen día, hablando con una amiga que dirige un centro deportivo, esta le comentó que allí trabajaba Estefanía García, en su día campeona de Europa. "Estefanía no impartía kárate en el centro –recuerda Ángel–, así que contacté con ella para que me diese clases en privado, y accedió".

A los cuatro meses, cuando Álvarez empezaba a cogerle el gusto, Estefanía se marchó a vivir a Canarias. Años ha, la profesora había formado equipo campeón en Europa junto a Noelia Fernández, a su vez campeona del mundo. Estefanía puso en contacto a Ángel con Noelia, quien aceptó encantada tutelar al biólogo junto a su marido, el tres veces campeón de Europa Marcos Arenas.

Manos a la obra

El matrimonio ovetense se puso manos a la obra. "En principio no quería examinarse, le daban igual los grados y los cinturones", rememora Arenas. Lo que siempre movió a Álvarez fue la vertiente espiritual inherente al kárate. Pronto se orientó hacia el shotokan, una forma de kárate fundada hace casi doscientos años. Esta disciplina predica una interpretación del kárate que trasciende lo deportivo. "Funakoshi, fundador del shotokan, se preocupa por inculcar una disciplina, moral y ética inspiradas en el confucionismo", explica Ángel.

Sin embargo, la constancia de Álvarez invitaba a plantearse objetivos tangibles. "Tuvo una fractura en el pie, le operaron de una hernia, nos pilló la pandemia… ¡y nunca faltó a un entrenamiento!", subraya Arenas. Una tarde, recuerda el biólogo, se presentó en el gimnasio sin karategui. "Marcos (Arenas) me dejó su uniforme –rememora Ángel–, menos el cinturón negro: se negó, me dijo que eso no se prestaba. Ese día me di cuenta del gran valor de ese cinturón".

Casi cuatro años después de comenzar, Álvarez, a sus 58 años, se examinó para enfundarse el cinturón negro. "Estaba acostumbrado a dar conferencias ante tres mil personas, pero ese día me confesó que estaba realmente nervioso; lo cierto es que lo bordó", recuerda su entrenador, que no da crédito ante la ambición de su alumno de más edad. Ángel Álvarez, como el refranero, sabe que la edad es solo un número.

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