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La moda es ser cainita con los de casa

Decía Luís Aragonés que cada España tiene "40 millones de entrenadores". Y tenía toda la razón. Intentar dirigir a un equipo desde el sofá, desde la ducha o desde el chigre lo hacemos todos. Ayer, en El Molinón, nos dimos cita 26.098 espectadores. Todo un récord.

A mi me encanta jugar a ser entrenador. En mi equipo Carlos Castro sería titular, Lora no jugaría a pierna cambiada, Canella sería uno más, el equipo tocaría más la pelota y Meré tendría un busto en Mareo para enseñar a las nuevas generaciones cómo hay que afrontar el paso del filial al primer equipo.

Pero no, no soy entrenador. El del Sporting se llama Abelardo Fernández Antuña y esta semana ha recibido palos desde muchos sectores. Muchos de esos palos, incluso, los comparto. Sin embargo, sales de El Molinón con la manita del Barça, te detienes a la altura de la playa, miras hacia atrás y te das cuenta que, después de jugar contra dos equipos Champions, otros dos de Europa League y dos rivales directos el equipo tiene 7 puntos. Joder, 7 puntos.

Soy el primero que exige más cosas al nuevo proyecto, pero creo que valorar el trabajo de una plantilla con tantas caras nuevas apenas transcurrido mes y medio de competición es excesivo. Con otros se tuvo mucha más paciencia y no vi ni la mitad de críticas. Pero es la moda: ser cainita con los de casa y permisivo con los de fuera. Pasa con los jugadores y lleva pasando un tiempo con Abelardo. Que haya calma en el entorno, que los resultados sigan siendo buenos y que el equipo salga cada jornada con el planteamiento y el espíritu de la primera parte de ayer. Hay que exigir, pero también hay que ser justo.

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