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La Marcha Radetzky

El primer partido del año del Oviedo y el - choque de estilos visto en Los Pajaritos de Soria

Entre mis deseos más remotos por cumplir está el de recorrer los lugares de nacimiento de los grandes ríos del mundo. Hay algo inexplicable y a la vez evidente en la discreción de esos lugares: las fuentes del Nilo, el lago Itasca en Minnesota donde despierta el Misisipi o la falda sur del pico Urbión donde comienza su trayecto el río Duero...

Siempre pienso en esa peculiar vuelta al mundo en un momento del año que para mí es una fracción suspendida en el espacio y en el tiempo: me refiero al Concierto de Año Nuevo en Viena. Fuesen bajo las circunstancias que fuesen y hasta donde me alcanza la memoria nunca he dejado de ver el concierto que solemniza el inicio de año. Mientras escucho a la Filarmónica de Viena y veo las idealizadas imágenes de paisajes que emite la televisión, creo, ingenuamente, que todo será posible, al menos que todo se podrá intentar.

No pienso, por supuesto, en el futuro inmediato del Oviedo. Por futbolero y oviedista que uno sea, se deben tener claras las prioridades y que gane tu equipo alegra las postrimerías del día pero no soluciona ningún problema.

Tenían además los azules su estreno de 2019 el lunes de una jornada, como ya lo son todas, prolongadas, extenuantes e inacabables.

Jugar de lunes cuando han pasado todas las fiestas tiene algo de hacer novillos, de saltarse a contracorriente una rutina. A las seis de la tarde me senté a ver el partido con cierta desubicación en mi cabeza:¿de verdad que era la liga y no un amistoso o un partido de copa? El Numancia y el Oviedo aparecían en la clasificación casi como dos gotas de agua, en mitad de la tabla, en una zona tranquila pero sin lugar a muchos descuidos. En un campeonato donde se premia la regularidad, los hábitos hacen al monje. El Numancia, al menos a mí me lo parece, hace las cosas sin ruido, suavemente. Ver al Numancia en Segunda División es una dulce costumbre, como ver todos los años el Concierto de Año Nuevo.

La propuesta futbolística de los sorianos pasa por la cadencia, por tocar y bascular. Tiene su juego la espiral reiterativa de un vals, el tono nostálgico del Danubio azul. Por contrastar y porque en la variedad está el gusto, sigue el Oviedo a la caza de una identidad aunque con una querencia obvia por el toque de corneta y un ritmo muy marcado. Lo de Anquela y sus futbolistas recuerda más a la Marcha Radetzky, esa pieza energética, festiva a la vez que marcial, con que se cierra el concierto de Viena.

Vals contra marcha. Marcha contra vals. El caso es que el partido se presentó con un repertorio musical de altura y así lo reconocerán los espectadores neutrales. A través de apariciones estelares de solistas como Javi Hernández o Diamanka, el "Concierto de Epifanía" iba camino de un empate, en mi opinión justo. Sin embargo, la estrategia y el balón parado en el minuto noventa le dieron la victoria al Oviedo. Es la clase de circunstancia que complace a los entrenadores y ratifica el trabajo de una semana. Por primera vez en mucho tiempo la suerte se vistió de azul. 2019 acaba de estrenarse. Que nadie lance las campanas al vuelo. Ahora bien, los tres puntos ya no nos los quita nadie.

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