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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Fútbol de hierro y cromo

Hay que agradecer a La 2 sus esfuerzos para que la música tenga un lugar en la televisión pública más allá de las galas de “Operación triunfo” y más acá de los horarios antiproletarios de madrugada. “La hora musa” es un maravilloso oasis musical, y también lo es “Un país para escucharlo” o “Los conciertos de La 2”. Pero el mejor programa musical, el más innovador, el más divertido, el más reflexivo, el más alegre y el más moderno es “Cachitos de hierro y cromo”. También es el más wildeano.

En “El artista”, Oscar Wilde nos presenta a un escultor empeñado en crear una escultura de bronce pero, como el bronce había desaparecido y no se podía encontrar en ninguna parte del mundo, no tiene más remedio que fundir su última estatua y utilizar el bronce para esculpir su nueva obra. “Cachitos de hierro y cromo” recurre al mismo remedio que el artista del cuento de Wilde y semana tras semana entrega al fuego las actuaciones de cientos de artistas que viven en los archivos de TVE y, a partir de esos cachitos fundidos, crea una nueva obra.

El artista de Wilde fundió su estatua “El dolor que dura para siempre” y con el bronce esculpió “El placer que se posa un instante”. Virginia Díaz, presentadora de “Cachitos de hierro y cromo”, funde en el capítulo dedicado al kakaroke con una elegancia insuperable las viejas actuaciones de Raphael, Las Grecas, Rumba Tres, Luz Casal, Juanito Valderrama, Los Panchos, Loquillo y los Trogloditas, Raffaella Carrá, Antonio Molina, Doménico Modugno, Serrat y Camilo Sesto y, con ayuda de unos guionistas geniales y unos subtítulos a la altura de las mejores frases de Homer Simpson, esculpe un programa capaz de unir ante el televisor lo que el tiempo y Netflix ha desunido. Porque ver al joven Serrat en blanco y negro cantar “yo nací en el Mediterráneo” une mucho, pero leer en un subtítulo que “años más tarde, el ministro italiano Salvini interpretaría una nueva versión: nazi en el Mediterráneo” funde a los espectadores en un horno en el que el placer se posa un instante y el dolor dura para siempre.

¿Hace mucho que no ven en la tele un viejo partido de fútbol en blanco y negro, es decir, un partido de fútbol de hierro y cromo? Se lo recomiendo.

¿Quieren quitarse de la cabeza el recuerdo del partido Valencia-Real Madrid de la pasada jornada, ese partido destrozado a golpe de larguísimas interrupciones en las que el dichoso VAR escudriñaba si el talón de no sé quién estaba en su sitio o no?

¿Quieren recuperar un tiempo futbolístico en el que los errores servían para llenar muchas horas de discusiones en el día después y para alimentar una prensa deportiva fascinante en sus divertidas interpretaciones y parcialidades?

¿Quieren, aunque sea por un instante y por los viejos tiempos, regresar a una época en la que había jugadas dentro del área que no eran penalti y en la que un jugador podía estar “en línea” sin caer en el fuera de juego por culpa de un milímetro delator? ¿Quieren recordar una época en la que buscábamos la justicia social, política, económica o cultural sin preocuparnos de la justicia deportiva (si fue penalti o no lo fue, si el delantero estaba en fuera de juego o no lo estaba, si fue mano o no, si una dura entrada merece la tarjeta roja o solo la amarilla) más allá de lo que dura un café en la barra del bar? Pues recuperen, regresen, recuerden aquél fútbol de hierro y cromo sin VAR, sin interminables minutos tirados a la basura mientras alguien en una sala llena de pantallas practica la biopsia a una jugada y sin tener que esperar a celebrar un gol a que su majestad el VAR nos diga que el talón o el flequillo del delantero estaban en su sitio

¿Quién no ha cantado alguna vez en la ducha algún cachito de hierro y cromo? Siempre nos traiciona la razón y nos domina el corazón. Vivir así es morir de amor. Melancolía futbolística.

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