Al Sporting sólo se le puede poner ayer un “Pero”, aunque con mayúscula: haberse enterado en el minuto 23 de que el partido había empezado. De su área de confort de pases horizontales y hacia atrás le sacó de golpe y porrazo un penalti que ha entrado a formar parte de la antología de los inventos del siglo XXI, junto al GPS y las impresoras 3D. Otro desastre arbitral más para el saco, con el agravante de que el colegiado ni siquiera se tomó la molestia de revisar la jugada, como ya se vio en anteriores ocasiones. Después de tanto escarnio, es imposible adivinar qué tiene que pasar para que el club, como han hecho otros metidos en la pomada del ascenso, muestre su disgusto públicamente. Dejar esta misión en manos de los jugadores (sea por acuerdo o por iniciativa propia) puede resultar contraproducente.
Al margen de la siniestra actuación de Iglesias Villanueva y de sus presuntos asesores sentados delante de pantallas con chandal de la Federación, la fría tarde catalana encumbró a Mackay, el otro responsable de que el Sabadell se llevase un punto. No es descartable que el portero firmara ayer, con 34 años, su mejor actuación como profesional. Al menos, le costará recordar otro partido en el que haya sumado tantas actuaciones decisivas. Menos mal que Djurdjevic es un torrente desbocado y anda por índices de acierto similares a los de Arquímedes de Siracusa resolviendo una ecuación. Sin él, la frustración podría ser hoy mayor.
De ahí que sea lógico el temor entre las pacientes gentes rojiblancas por su internacionalidad por vía paterna. La ausencia del delantero total puede hacerse muy larga. Pero el fútbol de selecciones es así: irresolublemente inoportuno. A Campuzano, que da gusto escucharle por su claridad y sensatez, le tocará hablar en el campo.
