El balón global
La opinión de Antonio Rico sobre la final del Mundial: Sol, Hades y sirtaki
Ocurre lo mismo en todas las grandes finales. No solo el ganador se lo lleva todo, como cantaba “Abba”, sino que al perdedor se le queda cara de rey pasmado, rictus de Hillary Clinton después de su derrota electoral ante Donald Trump, expresión de Luke Skywalker cuando se entera de que Dart Vader es su padre, gesto de Darío I después de la batalla de Maratón, ojos de Goliat un segundo antes de que la certera piedra de David le mandara al otro mundo. Y más todavía cuando una desnortada selección francesa remonta un 2-0 a una Argentina tan intrépida como letal y, de repente y en la prórroga, aparece un tal Messi para ganar el Mundial y pegar una patada a la puerta de la historia. Y mucho más todavía si, con la final casi sentenciada, surge una mano dentro del área argentina entre el frío de la derrota que envía un partido inolvidable a los penaltis justo después de que el portero argentino salvara lo insalvable. Ganó Argentina. Pero, por una vez, no daremos la razón (futbolística) al poeta griego Teognis.
Dejó dicho Teognis que lo mejor de todo para el hombre sería no haber nacido, ni haber contemplado jamás la ardiente luz del sol o, si no, una vez nacido traspasar velozmente la puerta del Hades y yacer cubierto de espesa tierra. Así es la vida para los que pierden la final de un Mundial. Es mejor no haber llegado a la final, ni haber contemplado jamás la ardiente luz del sol del desierto qatarí. O, si no, traspasar velozmente la puerta del Hades y yacer cubierto de espesa tierra en la fase de grupos. Todo esto valdría para una final cualquiera. Como el ganador se lo lleva absolutamente todo, es mejor no ir a un Mundial que perder la final de un Mundial. Es mejor caer eliminados en la fase de grupos que perder la final de un Mundial. Es mejor no ver la luz del sol o traspasar velozmente la puerta del Hades que perder la final de un Mundial. Excepto después de una maravillosa final como la que disputaron Argentina y Francia. La selección de Argentina es campeona del mundo, pero Francia no es un rey pasmado, ni Hillary, ni Luke Skywalker, ni Darío I, ni Goliat.
Hay desastres y desastres tan esplendorosos como el que vivió Zorba el griego, y hay derrotas y derrotas esplendorosas como la de Francia en el Mundial de Qatar. No hay derrota más espléndida que la que no hace desear no haber nacido o traspasar velozmente la puerta del Hades. Mbappé y compañía tendrían que haber bailado el sirtaki con Alexis Zorba en el estadio Lusail.
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