Los Herrero: orígenes de una estirpe de promotores e impulsores del desarrollo de Asturias que ha perdido a su patriarca

Ignacio Herrero Álvarez, fallecido en Madrid, fue la quinta generación de una dinastía que estuvo ligada a la banca pero también al comercio, la industria y la minería asturiana

El apellido Herrero lleva en Asturias la etiqueta de ser una de las estirpes promotoras e impulsoras del desarrollo financiero, fabril y carbonero durante más de 150 años. Su llegada a la región, en 1848, no fue un desenlace fácil ni pronto, sino la consecuencia de un largo proceso de itinerancia desde la Galicia natal que les llevó, en un periplo en busca de oportunidades, a Castilla, primero; a Teruel, más tarde, y de nuevo a Valladolid y León, antes de radicar de modo definitivo en Oviedo.

Asturias, que ahora despide al patriarca familiar, Ignacio Herrero Álvarez -fallecido hoy en Madrid-, se erigió así en «tierra prometida» para quienes durante más de dos centurias protagonizaron un largo proceso de mudanza. Los primeros vestigios de la familia se remontan al siglo XVI en la localidad orensana de Gudín, primero, y luego en San Martín de Betán, también de la provincia de Orense ( Galicia), desde donde un miembro del clan, Manuel Ferrero Vilanova, por motivos y en circunstancias que se desconocen, traslada su residencia a Valladolid. Fue en esa ciudad donde el apellido se castellaniza en el siglo XVII para adoptar la forma definitiva (Herrero), con la que un nieto de aquel primer emigrado a la meseta, Manuel Herrero, actúa como funcionario judicial.

Casado con María de la Torre, uno de sus vástagos, Agustín Herrero, se traslada a Fortanete, en la actual provincia de Teruel, pero sin perder sus relaciones ni sus vínculos con el resto de la parentela, que continúa afincada en tierras vallisoletanas. Fue en aquella localidad aragonesa donde nació Ignacio Herrero Gargallo, primer Herrero que iba a recibir el nombre de Ignacio, y que luego heredaron otros tres miembros de la dinastía en la cuatro generaciones siguientes. El inmediato fue su hijo, Ignacio Herrero Buj, que fue precisamente quien radicó en Oviedo y emprendió aquí los negocios que iban a impulsar el desarrollo capitalista de la familia.

Orígenes labriegos y de tradición textil

Ignacio Herrero Buj nació en 1808 en el seno de una familia dedicada a la labranza y propietaria, según creencia no documentada, de algún telar artesanal, propio de la ya decadente tradición textil que existía en Fortanete. Su padre, Ignacio Herrero Gargallo, poseía también ovejas, cuya lana vendía en Cataluña. Herrero Buj se trasladó joven a Valladolid, probablemente a fines de la segunda década del siglo pasado, donde sus parientes le procuraron un empleo en la casa comercial que regentaban varios socios catalanes para la venta de paños fabricados en Cataluña.

Fue en aquel negocio donde Ignacio Herrero Buj establece relación con Antonio Jover y Padrell, quien había asumido la gerencia del negocio, que tenía delegaciones en Aranjuez y Ferrol. Una década después, Ignacio Herrero Buj inicia los desplazamientos por diversas localidades gallegas para la venta de los paños que comercializa la casa en la que presta servicios y lo mismo hace en Villafranca del Bierzo (León) y localidades de su entorno. Fue en Villafranca donde conoce a su futura mujer, María Antonia Vázquez González, hija única y heredera de un comerciante local, y donde, en virtud de su matrimonio, afincó quien acabaría siendo promotor de una de las más importantes dinastías bancarias asturianas.

La dote que aportó María Antonia fue probablemente decisiva en el posterior desarrollo empresarial de Herrero Buj. Pero también lo fue la relación que, como ocurriera con Antonio Jover en Valladolid, va a establecer ahora en Villafranca con otro importante comerciante de paños y prestamista catalán, Santiago Capdevilla, a su vez cliente de los Jover, con quien Ignacio Herrero prosigue sus tratos comerciales.

Ignacio Herrero Buj, tras disolver sus negocios con Capdevilla, retomó sus tratos con Antonio Jover, que ya había forjado una importante fortuna con su actividad comercial tanto en Castilla y León como en Cataluña y Aragón, donde era accionista de diversas empresas y pronto también fabricante textil, entre otras actividades que conformaron una creciente estrategia de diversificación.

Nacen las sociedades Herrero: para el comercio de paños, papel y mercería

Herrero y Jover crearon la sociedad Herrero y Compañía para el comercio de paños, papel, mercería y otros productos en Villafranca pero también en las ferias de Galicia, León y Asturias. De esto se ocupó Ignacio Herrero Buj. La sociedad se disuelve a la muerte de Jover por iniciativa de sus hijos y Herrero Buj asume el control de las propiedades de Herrero y Cía, en Villafranca y Oviedo, trasladando en 1848 la sede operativa a la capital asturiana, movido sin duda por el incipiente pero prometedor despertar industrial y mercantil del Principado al calor de las minas de hulla y el desarrollo ferroviario.

La decisión, muy intuitiva, se demostró acertada porque pocos años después Villafranca evidenciará síntomas de decadencia comercial. Los Jover aún participan en algún grado, pero Ignacio Herrero capitanea el negocio y emprende un proceso de creciente independencia respecto a sus antiguos asociados. Sin embargo, uno y otros constituyen una nueva sociedad en Oviedo en 1852 con la misma razón social que la anterior, en la que los Jover participan con el 28 por 100, y que tendrá similar dedicación que la precedente: la venta de paños catalanes.

Actividad prestamista

En paralelo a ese específico negocio, surge, como fue común en la época, la actividad prestamista en la que Herrero Buj se había iniciado ya con su suegro, pero que va a tomar carta de naturaleza tras su asentamiento en Oviedo, con operaciones tanto en esta plaza como en Villafranca. De ahí a convertirse en casa de banca había un corlo trecho que Herrero, como tantos otros comerciantes de la época, apenas tardó en salvar. Herrero lo hizo con una nueva sociedad con los Jover, que giró como Herrero y Jover en Oviedo y como Herrero y Compañía en León y Santiago de Compostela, mientras en Asturias mantenía operativa la sociedad Herrero y Cía que controlaba desde poco después de su asentamiento en Oviedo.

La divergencia con los Jover, aun más manifiesta por el creciente deslizamiento de Ignacio Herrero Buj hacia la banca, concluyó con la definitiva desvinculación de los dos núcleos accionariales. Herrero Buj constituirá con sus hijos varones una tercera sociedad, también denominada Herrero y Compañía, que seguirá dedicándose al comercio de textiles, pero también a operaciones prestamistas, al extremo de que acabó derivando, a partir de 1866, hacia la actividad claramente financiera. Esta vocación bancaria se puso aún más de manifiesto con la incorporación de Herrero al proyecto fundacional del Banco de Oviedo, de 1864, el primero de los dos que a lo largo de la historia habrían de recibir tal denominación. Aquel primer Banco de Oviedo, impulsado por iniciativa de promotores vascos, a quienes se sumaron algunos capitalistas asturianos, tenía capacidad emisora y acabará siendo absorbido por el Banco de España. Herrero Buj va a decantarse, pues, de modo manifiesto por la banca como actividad predominante y definitoria, sin perjuicio de otras inversiones y tomas de participación en minería e industria y de forma pasajera también en ferrocarriles.

Este proceso de encumbramiento social, ligado a un franco proceso de acumulación capitalista, lo va a reforzar Herrero Buj con una política de alianzas matrimoniales para sus siete hijos que tendrá como orientación básica la consolidación burguesa y mercantil de la familia, mediante vínculos conyugales siempre provechosos. Los historiadores Rafael Anes y Alfonso de Otazu, autores de la mejor y más completa aportación bibliográfica sobre la historia de la dinastía Herrero, aseguran que mientras para los tres hijos varones «los consortes se buscan entre las familias relacionadas con las nuevas actividades de la firma familiar, las mineroindustriales»; para sus cuatro hijas, los cónyuges proceden bien «del viejo círculo familiar» o «de las actividades tradicionales del comercio».

Esto explica que Antonio Herrero Vázquez se case con una sobrina de Pedro Duro, fundador de Duro y Compañía, antecesora de Duro Felguera, o que su hermano Policarpo contraiga matrimonio con Teresa Collantes, hija de un próspero empresario minero con explotaciones en Asturias, Palencia y Cantabria. Como banquero, Ignacio Herrero Buj desarrollará una intensa y creciente actividad, al tiempo que establecerá una importante red de corresponsales de Herrero y Cía., sociedad a la que sucederá Herrero Hermanos en 1871, promovida por sus hijos varones: Aniceto, Antonio y Policarpo Herrero Vázquez. Esta compañía mercantil se dedicará ya de forma plena y exclusiva a la banca como negocio en el que la familia ha decidido especializarse, con renuncia a partir de este momento de la histórica actividad de venta de textiles.

La entronización en el negocio bancario: con Policarpo Herrero

Pero la verdadera y definitiva entronización de la familia en el negocio bancario lo va a protagonizar el menor de los hijos varones de Herrero Buj, fallecido en 1879. Será Policarpo Herrero Vázquez quien asuma la jefatura de la familia y afronte el desarrollo de los negocios, también los mineros, que serán uno de sus capitales motivos de preocupación e inquietud, cuando no de quebraderos de cabeza, de los que se eximirá cuando ceda sus minas a Duro Felguera. A partir de aquí se va a volcar en nuevos proyectos industriales, en ocasiones, caso de SIA Santa Bárbara, junto a otros prohombres de la industrialización asturiana, como José Tartiere.

Su único hijo varón y sucesor al frente de la dinastía y de los negocios, Ignacio Herrero Collantes, había evidenciado ya desde joven el empeño por no limitarse a pervivir a la sombra de su padre sino por desarrollar su propias pautas de actuación y criterios.

En casi todos los órdenes Herrero Collantes marcó su propio rumbo. Lo hizo en los negocios, en la banca, en la cultura y en la política. El nacimiento del Banco Herrero, en 1912, a partir de la sociedad que desde 1848 actuaba como Herrero y Compañía, fue visto por el viejo Policarpo con cierto distanciamiento y como un «experimento» de su hijo.

Ignacio Herrero Collantes.

Ignacio Herrero Collantes. / IGNACIO HERRERO COLLANTES

Según aseguran sus descendientes. Policarpo creía en el viejo y tradicional concepto de banca en virtud del cual el banquero responde del negocio con todo su patrimonio. Nunca fueron de su agrado, por el contrario, los negocios bancarios constituidos como sociedades anónimas, caso del Banco Herrero, al extremo que, aun presidiendo esta entidad, que edificó su sede social en la calle Fruela, de Oviedo, no por ello cejó Policarpo en su propia actividad crediticia en la calle Magdalena a través de la Casa de Banca Herrero y Compañía, que mantuvo su actividad hasta 1917.

Aseveran en la familia que tomaba a mal que sus clientes optaran por detraer depósitos de Herrero y Cía para ingresarlos en el nuevo y emergente Banco Herrero. En la nueva entidad bancaria participaban ya desde su origen, amén de los Herrero -que era los socios mayoritarios-, algunos capitales indianos presentes como accionistas en el Banco de Gijón y en el Banco Hispano Americano. Las tres entidades mantuvieron una relación histórica e ininterrumpida de colaboración y cruces accionariales hasta avanzados los años setenta lo que iba a limitar, y sobre todo a retardar, la expansión del Herrero.

El acuerdo de colaboración supuso que el Herrero no afincara en Gijón hasta muy tardíamente y que no empezara a crecer fuera de Asturias hasta los años setenta. Aquel acuerdo por el que el Hispano Americano tomó posiciones accionariales en el Herrero ya desde su fundación perseguía dotar a éste de aún mayores garantías de solidez y solvencia. Pero paradójicamente fue Herrero Collantes quien tuvo que acudir en socorro y auxilio del poderoso Banco Hispano Americano cuando éste sucumbió a la crisis en 1913 y suspendió pagos.

Herrero Collantes, presidente del Hispano Americano

Herrero Collantes se convirtió en presidente del Hispano Americano. Esta vinculación la mantuvo su hijo, Ignacio Herrero Garralda, que fue consejero del Hispano hasta la ley de Incompatibilidad Bancaria que obligó a deshacer el acuerdo a tres bandas entre el Herrero, el Hispano y el Gijón. El Hispano absorbió al Gijón, pero Herrero Garralda defendió la independencia del banco creado por su padre, como haría luego, en los años ochenta, cuando el Hispano y su subsidiario entonces. el Urquijo, intentaron una compra hostil del Herrero apoyándose en un sector de la familia.

Herrero Garralda fue continuador de la obra de su padre, Herrero Collantes, también en otra faceta inédita hasta entonces en la tradición familiar: la inquietud cultural y la vocación universitaria. Por el contrario, frente a la manifiesta militancia política de Herrero Collantes, su hijo Herrero Garralda, restablecerá el criterio histórico de la familia de no tomar posiciones activas en la vida partidista. Herrero Collantes, «la mayor fortuna de Asturias», según escribió en 1935 el reformista Antonio Oliveros, fue diputado y encabezó la fracción moderada frente a la más reaccionaria en que se dividió el partido conservador asturiano a la muerte del gran cacique regional Alejandro Pidal y Mon.

Por sus convicciones monárquicas, Ignacio Herrero Collantes, miembro del círculo más cercano a don Juan de Borbón, se opuso a la continuidad de Franco tras la guerra civil, lo que le valió contratiempos y dificultades. Herrero Collantes, por tanto, aporta a la dinastía una dimensión política y, militante de la que la familia carecía hasta entonces, así como la doble faceta bancaria e industrial que va a permitir a la estirpe insertarse en el más selecto y poderoso reducto de la gran oligarquía financiera española.

Ignacio Herrero Garralda.

Ignacio Herrero Garralda. / IGNACIO HERRERO GARRALDA

Herrero Garralda no sólo fue por ello el gran valedor de la independencia irreductible del banco familiar, sino también la última expresión en el seno de esta dinastía del modelo protolípico que sintetizaba el gran poder de la banca española en la primera mitad del siglo. Es decir, la congregación en las manos de muy pocos potentados de las finanzas de todo un vasto universo de consejos de administración de empresas industriales, mineras, químicas, ferroviarias, navieras, eléctricas, gasistas, inmobiliarias, metalúrgicas y agroalinientarias, compañías ‘de seguros y otras múltiples sociedades mercantiles diversas.

’Ignacio Herrero Garralda llegó a figurar en 38 consejos de administración —cuatro bancos y 34 empresas—, de 14 de los cuales era presidente y de 4, vicepresidente. Un compendio de poderío, relevancia e influencia que lo acreditaba como uno de los grandes protagonistas de la oligarquía financiera nacional. Frente a ese modelo, en el que permanentemente se conjugan los intereses bancarios y los puramente industriales, Ignacio Herrero Alvarez, hijo único de Herrero Garralda, va a ser quien de manera más nítida va a afrontar el tránsito del Banco Herrero hacia su especialización como banco comercial puro y estricto, al uso y modelo del estilo de negocio cuyo paradigma encarnó tradicionalmente la banca británica frente a aquella otra cultura bancaria continental de participaciones industriales que modeló el devenir de la gran banca española —y también del Herrero— hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo XX.

La dedicación exclusiva: con Ignacio Herrero Álvarez

El concepto de banca comercial viene de Herrero Collantes, pero la dedicación exclusiva a ese negocio irrumpe con su nieto Herrero Alvarez cuando, tras acceder al banco como apoderado general, en 1967, y al consejo de administración como vocal, en 1970, asuma, un año después, la dirección general —que compatibilizará, a partir de 1973, con la vicepresidencia— y emprenda desde tales responsabilidades la nueva orientación de banca sin participaciones industriales, con la salvedad de Hidrocantábrico y la presencia temporal del Herrero y de él mismo en Asturiana de Zinc.

Por la izquierda, Martín González del Valle, Ignacio Herrero Álvarez y Pedro Masaveu Peterson, en una junta de accionista de Hidroeléctrica.

Por la izquierda, Martín González del Valle, Ignacio Herrero Álvarez y Pedro Masaveu Peterson, en una junta de accionista de Hidroeléctrica. / POR LA IZ., MARTIN GONZALEZ DEL VALLE Y HERRERO, IGNACIO HERRERO ALVARESZ Y PEDRO MASAVEU PETERSON

Herrero Alvarez será ya sólo banquero, por vocación y convicción, y esa especialización marcará las últimas décadas del banco. El mandato de Herrero Alvarez se caracterizó, por tanto, por la modernización no ya sólo de los métodos, sino también de la concepción del propio negocio y, finalmente, por el traspaso de la propiedad, con su venta a la Caixa en 1995. Ignacio Herrero Álvarez asumió la presidencia del banco en ese año y bajo su mandato la entidad financiera asturiana inició un proceso de integración que permitió la subsistencia de la marca hasta nuestros días.

Después de que los accionistas vendieran sus títulos a La Caixa, la entidad se integró en el grupo catalán, que en el año 2000 acordó la venta del 98,89% del Banco Herrero al Banco Sabadell. En 2002 se acordó la absorción del Banco Herrero dentro del Sabadell, quien mantuvo la marca comercial SabadellHerrero para Asturias y León.

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