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Un misil directo al bolsillo: lo que la guerra les está robando a los asturianos

Los asturianos pagarán este año casi 700 euros más de gasolina al año, los consumos del hogar se disparan un 27% y la cesta de la compra, ahogada por la una inflación que terminó febrero en el 7,5%, cada día da para menos

Una clienta, comprando una barra de pan Irma Collín

En el Fontán, en Oviedo, es día de mercado y entre los puestos una caja pide “Ayuda urgente para Ucrania”. Algunos dejan una moneda y otros pasan de largo.

–Todo ha subido muchísimo hijo, muchísimo –se lamenta una mujer ante uno de los tenderos del mercado, mientras mete unos filetes de ternera en un carrito.

–Dice el Presidente (Sánchez) que esto es por culpa del Putin... Pues parece que llevábamos un año de guerra y no nos habíamos enterado –responde el comerciante, en alusión a una escalada de precios que empezó antes de que el ejército ruso entrase en Ucrania.

–Si es que se están aprovechando, porque esto no puede ser –contesta la mujer, escéptica.

Tras los tambores de recuperación, transformación y resiliencia que prometían convertir 2022 en un paraíso de gasto y actividad económica, España parece haberse topado con un nuevo muro de realidad, un golpe similar al que están viviendo el resto de países europeos, aunque los datos españoles son más acusados que los que registran vecinos como Portugal. En Asturias el IPC, al cierre de febrero –aun sin contabilizar la subida de la luz en marzo– estaba al 7,5%, una décima por debajo de la media española, pero a niveles nunca vistos desde 1986. La electricidad costó en febrero un 80,5% más que en 2021, los combustibles líquidos subieron un 52,3%, los gastos del hogar de los asturianos se disparan más de un 27% y, así, la lista de costes de las familias del Principado sigue con una retahíla de incrementos. Con la tendencia actual de los precios, en las cuentas de las familias asturianas se sumará un incremento de gasto de casi 700 euros en combustibles, la factura de la luz ascenderá a los 2.000 y el gasto en alimentación también se dispara.

Germán Rodríguez, con una pieza de ternera. Irma Collín

Con la gasolina a casi dos euros el litro y el kilovatio-hora batiendo plusmarcas mes a mes, los hogares y las empresas asturianas cada vez notan más el alza de los precios donde más duele, en el bolsillo. El otro Presidente (Adrián Barbón), anunció esta semana que vienen “meses duros y tiempos difíciles”. La inflación se va filtrando producto a producto hasta caer en una cesta de la compra que, cada vez, da para menos. La guerra en Ucrania ha puesto la guinda a un pastel que empezó a cocinarse a la salida de la última –y todavía reciente– crisis, la de la pandemia del coronavirus. Al ponerse el punto final al confinamiento y al parón mundial al que obligó el virus, todo se reabrió de golpe. La repentina demanda de mercancías de las empresas pilló a la economía internacional con el pie cambiado y hubo que reabrir rutas marítimas y cadenas de suministro oxidadas, lo que terminó en llamarse la crisis de los materiales y provocó un primer repunte de los precios en los sectores industriales.

Precio de la luz hoy

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Precio medio del día

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Precio de la luz por horas hoy

Precio del KWh por horas hoy

Precio por debajo de la media diaria
Entre las 5 horas más baratas
Precio por encima de la media diaria
Entre las 5 horas más caras

Con la energía pasó un poco lo mismo, tras muchos meses al ralentí, todo empezó a funcionar de golpe. A la tensión entre oferta y demanda, durante 2021 se sumaron otros factores: la decisión de la UE de subir un 20% los costes de las emisiones de CO2 o las presiones de Vladimir Putin sobre las exportaciones de gas ruso. Al encarecerse uno de los “ingredientes” del cóctel de la producción energética, debido al sistema de fijación de precios marginalista, todos lo terminamos pagando. Las eléctricas operan con centrales que tienen distintos costes de producción, es decir, funcionan con un mix formado por diferentes tecnologías y, así, ese sistema marginalista genera beneficios extraordinarios en todas las centrales que operan con costes inferiores al precio que fija la central con el coste más elevado. Con uno de los métodos, el gas, por las nubes, la electricidad se termina pagando a precio de oro. El conflicto ucraniano ha hecho que lloviese sobre mojado. Desde la salida de la pandemia, la luz no ha hecho más que subir. Las primeros en notarlo son las empresas electrointensivas, que tienen un peso especial en Asturias y que, ahora, ante el alza de los precios empiezan a anunciar paradas a su producción y reclaman medidas a los gobiernos para modificar la fijación de precios o reducir impuestos con el objetivo de amortiguar el golpe. Pero no solo ellos notan el alza de la luz. Hay negocios pequeños para los que la electricidad es un input básico y, el incremento de sus costes, se traslada a productos también básicos. Tanto como una barra de pan.

Georgiana Babiciu. Irma Collín

Georgiana Babiciu atiende a los clientes tras la barra de su panadería en el Mercado del Fontán. Cuando le preguntan por los costes que está sufriendo a cuenta de los seis hornos que tiene en la trastienda pone los ojos en blanco. Por el recibo por el que antes pagaba 400 euros ahora tiene que abonar más de 1.200. El año pasado tuvo que subir 5 céntimos el pan y este se resiste a volver a aplicar otra subida, aunque eso la lleve a ver como menguan los beneficios y reconozca que, al final, se verá obligada a hacerlo. “Hay mucha gente que no entiende que le subas el pan”, lamenta y muchos de esos clientes, en un mercado de una ciudad tan envejecida como Oviedo son pensionistas. Pero al pan le atacan por todos los frentes: la luz es fundamental, pero la falta de los cereales ucranianos, el llamado granero de Europa, también ha hecho que suban los costes. Los panaderos son unánimes, a lo largo de 2021 los precios de la harina se han incrementado cerca del 30% y se espera que la cifra siga subiendo. Los últimos datos del INE, relativos a febrero y en los que todavía no tiene un peso significativo la invasión rusa, contienen esa subida de las harinas al 11%. “Yo entiendo que tengan que subir el pan, es normal pagando lo que estamos pagando de luz, pero nos tienen que subir sueldos y pensiones para que esto sea sostenible”, dice Alicia Rodríguez, una consumidora del mercado.

Esa medida, tan lógica, que compensa precios con salarios divide a los expertos. La economista y profesora de la Universidad de Oviedo Ana Margarita Martínez alerta, como muchos otros, del riesgo de que esto genere lo que se llama “espiral inflacionaria”. Un aumento de precios llama a un aumento de salarios que, a su vez, acaba derivando en un nuevo incremento de precios. Otros economistas, en cambio, señalan que la pérdida de poder adquisitivo de la gente puede contribuir a reducir el consumo e ir apagando una economía sin que los precios bajen porque, argumentan, el origen de la inflación está en otro lugar: los combustibles y estos son, argumentan, los que están provocando el dominó de la inflación.

La gasolina está viviendo un incremento de precios difícilmente asumible para los trabajadores del sector transporte. De hecho, la próxima semana están convocadas las primeras huelgas de transportistas para pedir medidas para paliar el alza del carburante. Unas protestas que hacen que, sobre España, vuelva a sobrevolar el fantasma del desabastecimiento, otro fenómeno capaz de volver a empujar los precios al alza por la simple ley de la oferta y la demanda. A menos producto y una demanda constante, los precios se elevan.

Una compra en el mercado del Fontán. Irma Collín

Ese miedo a la escasez ya se está viviendo con ciertos productos. José González relata haberse encontrado ya, en más de un supermercado, un vacío allí donde deberían estar los aceites. Algunos proveedores están limitando el suministro a empresas como la de la propia Babiciu y, otros restaurantes o comercios hacen acopio ante el temor de que los precios continúen al alza. Las cifras aportadas por el IPC cuantifican el incremento de los precios de los aceites comestibles en un 32,3%, especialmente impulsados por el precio del aceite de girasol, que también procede mayormente del granero ucraniano. Pero ese incremento de precios afecta también al aceite de oliva, producido en España o Italia, ajenas al conflicto. Gemma Cepeda no entiende, como muchos otros, por qué sube el aceite de oliva: “Esta carísimo”, certifica. Ya en 2021 el precio en origen del oro líquido español había subido un llamativo 67,3%, según los datos oficiales del Ministerio de Agricultura. Esos incrementos se siguen dejando notar durante 2022.

Germán Rodríguez regenta una carnicería en el mismo mercado ovetense y, su padre, tiene la ganadería que le sirve el producto. La falta de intermediarios, en teoría, debería servir para amortiguar el incremento de los costes en su negocio, pero ni con esas. “Mira, estamos hasta aquí”, dice llevándose la mano al gorro que le cubre la cabeza mientras trabaja. El carnicero cuenta que ellos hacen el pienso con el que alimentan al ganado. La desenfrenada escalada de costes le ha obligado a subir, de media, unos cincuenta céntimos cada uno de los productos que vende. El pollo que antes vendía a 4,99 euros lo vende ahora a 5,39. Una subida del 8% en un producto básico. Y, los márgenes de beneficio, asegura, son escasos. “Ha subido la luz, la gasolina, el agua, los cereales...”, relata. Y lo de los cereales dice, es otra historia. “Ahora ¿de dónde van a venir? De EE UU, Canadá... vamos a comprar un producto mucho peor y, encima, mucho más caro”, sentencia.

El miedo que tienen los comerciantes, en tanto que también son consumidores y pagan sus facturas domésticas, es que baje el consumo porque la gente no pueda hacerlo. Los costes que asumirán las familias asturianas a causa de la inflación y la guerra serán altos y sus rentas no crecerán en la misma medida. Se puede calcular de manera sencilla con los carburantes. El precio medio de la gasolina de 95 en Gijón fue la semana pasada de 1,85 euros el litro y el del gasoil 1,82. Por lo general, un coche de gama media consume un 1 litro por cada 12 kilómetros y la media de kilómetros recorridos por un coche al año en España, según los últimos datos, es de 12.646. Así, tomando los 455.550 hogares de Asturias que había en 2020 según el INE y los 573.019 vehículos registrados por la DGT en la región se puede estimar que las familias asturianas tienen una media de 1,1 vehículos, al aplicar una corrección para reducir, por ejemplo, los vehículos de empresa y otros factores. Si la tendencia actual de los precios no se invierte y se mantienen los desplazamientos, el coste medio de las familias asturianas ascenderán, por lo menos, hasta los 2.133 euros anuales. En 2021, este gasto en carburante, tomando las mismas cifras medias, habría sido de 1.460 euros por familia. En el camino de la inflación nos habremos dejado 673 euros por hogar para ir, exactamente, al mismo sitio.

Con la factura de la luz ocurre algo similar. Los últimos informes, como el publicado por Euler Hermes, compañía francesa de seguros del grupo Allianz, estiman que la factura de la luz de los españoles subirá hasta rozar los 2.000 euros anuales. Se trata de un incremento del 30% con respecto a 2021. Con las previsiones actuales, los gastos derivados de las facturas energéticas pueden llegar a suponer, para algunos hogares, un sobrecoste anual cercano a los 1.400 euros. Una estimación que solo vale para aquellos que estén sujetos al mercado regulado. Quienes tengan un contrato suscrito con las eléctricas en el mercado libre aguantarán, en el corto o medio plazo, mucho mejor el tirón. Pagarán por la luz al precio que hubieran pactado con la empresa, pero esos precios también acabarán siendo revisados al cumplirse el plazo establecido en el acuerdo. Ahora, las organizaciones de consumidores, históricamente defensoras del mercado regulado, están alentando a los ciudadanos a pasarse al mercado libre, que ofrece precios sensiblemente inferiores en este contexto. Los datos del INE no contemplan a los consumidores del mercado libre, que no computan a efectos del IPC.

Esas subidas de costes, que también sufren las empresas y comercios, y se van filtrando a través de las fibras del tejido económico, también provocan que casi todos los productos suban su precio y, así, el dinero de los asturianos vaya teniendo menos poder. Eso, sumado al miedo, que siempre fomenta el ahorro y ralentiza el consumo alienta otro temor entre los economistas: La estanflación. Esto significa un alza de precios que se adereza con un frenazo económico. Esa desaceleración es patente cuando grandes empresas como Arcelor, Azsa o Du Pont, por señalar compañías con una fuerte presencia en Asturias, recortan su producción o estudian hacerlo con el objetivo de no trabajar en pérdidas, a causa del incremento del coste de la luz o el gas. Así, el acordeón del mercado puede contraerse por los dos extremos si los productores recortan su actividad por los costes al tiempo que los consumidores hacen lo mismo empujados por la incertidumbre.

Lo que sube una fabada

El aumento de los costes de las empresas va cayendo hasta llegar a la cesta de la compra. Para preparar una fabada asturiana en casa se necesitan, según una receta tipo, medio kilo de fabes, 250 gramos de panceta, otros 200 de hueso de jamón, dos chorizos asturianos y otras dos morcillas asturianas. El kilo de faba fresca se compra ahora mismo en el mercado mayorista a 7 euros. Hace un año el precio era de 6. Ese incremento, justificado por las empresas por el coste energético de mantener las cámaras frigoríficas encendidas, en muchos negocios se está repercutiendo íntegramente al cliente. Los empresarios que venden los productos al consumidor explican que sus márgenes son escasos y sus costes también se han disparado. Así, lo que antes se terminaba comprando a diez euros, hoy se compraría a once en el mismo mercado del Fontán. Para conseguir chorizos y morcillas asturianas basta con comprar dos bolsas de compango. En el eje comercial de la capital de Asturias se puede encontrar esta semana por unos 4,45 euros. La mujer que regenta el puesto de comida explica que ha tenido que subirle al preparado 30 céntimos para que siga siendo rentable. Los ingredientes básicos para preparar una fabada para seis personas cuestan hoy 90 céntimos más que hace un año. A esto, hay que sumarle la factura energética. El fuego grande de una vitrocerámica consume cerca de un kilovatio/hora y, para cocinar una fabada hay que mantener el fuego encendido unas dos horas. Con los precios, de la mañana de este viernes, unos 0,44 euros el kilovatio/hora: la factura energética de la cocción del plato superará los ochenta céntimos. Hace un año, con los precios de la luz mucho más contenidos, la factura hubiese sido diez céntimos menos. Hacer una fabada en casa cuesta hoy, aproximadamente, un euro más que hace un año.

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