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La derecha perdió en Asturias con los votos de la victoria

El bloque mantuvo un respaldo equivalente al de 2016, pero cayó penalizado por la fragmentación, la ley D'Hondt y la movilización socialista

La derecha perdió en Asturias con los votos de la victoria

Vistos por dentro, los númeos del vuelco electoral del domingo, del triunfo socialista y el descalabro popular, de la caída más o menos controlada de Unidas Podemos y la emergencia de la competencia del PP por la derecha, son capaces de explicar solos el mecanismo singular del giro. No tanto un trasvase de apoyos como un estimulante para activar a votantes perezosos. Dicen las cifras del reparto de votos que en estas elecciones planteadas más que nunca como un choque de bloques el de la derecha mantuvo casi exactamente el resultado de 2016, pero lo que entonces fue una sonora victoria es ahora una estrepitosa caída en el abismo. La explicación está en la consabida fragmentación de las opciones a la derecha -donde antes campaban solos el PP y Ciudadanos y ahora el espacio es trino por la irrupción de Vox-, pero también en la constatación numérica del viejo axioma que decreta que a más movilización más voto de la izquierda, singularmente en este caso socialista.

La derecha perdió por la división de sus apoyos y por la penalización que impone el modelo electoral español y el modelo de reparto de escaños del sistema D'Hondt. La fractura del voto derechista, antaño tan concentrado en torno al PP con la única compañía lejana de Ciudadanos, se agrava en la distribución de escaños: con especial virulencia en algunas circunscripciones, entre ellas Asturias, el sistema de traducción de votos a diputados hace que muchas de las papeletas repartidas entre el PP, el partido naranja y Vox se conviertan en "restos" y en votos "estériles" sin asignación a escaño.

Hay datos, por lo demás, que constatan que además de dividir al enemigo y beneficiarse de las fugas del voto del PP hacia su competencia de derechas el PSOE edificó su triunfo pescando papeletas en el caladero de la abstención. Si se agrupan los votos por bloques se comprobará que las alternativas de la derecha mantuvieron su respaldo respecto a 2016, que la suma de PP, Ciudadanos y Vox acumuló entonces y ahora unas cifras significativamente similares de poco más de once millones de votos en todo el país y de algo más de 286.000 en Asturias. Lo que no se parece es el reparto, o más precisamente el respaldo del PP, que se desangró hasta perder tres millones y medio de votos, algo más de 98.000 en el Principado, en una medida casi matemáticamente equivalente a las ganancias acumuladas de Ciudadanos y Vox en los dos ámbitos. Encajan esas cifras igual que coinciden muy aproximadamente los dos millones de votos de más que recibió el PSOE con el número de votantes con los que esta convocatoria superó ampliamente la participación de la anterior. Los socialistas ganan muchos más votos de los que pierde Unidas Podemos y dice la conclusión que si las urnas dirimían una confrontación de bandos, el de la derecha se divide sin crecer y el de la izquierda, efectivamente, dependía de la movilización de su electorado más perezoso.

Cualquier espectador atento había visto la estrategia. La campaña socialista eligió como mensaje casi monolítico, prácticamente exclusivo, la agitación del miedo a la ultraderecha para enardecer las ganas de votar de sus seguidores reticentes. El mensaje subliminal del eslogan, "Haz que pase", era en realidad "haz que no pasen", o "haz que no pase" lo de Andalucía, recordando la irrupción de la ultraderecha y la pérdida del gobierno autonómico en las elecciones con menor participación desde 1990. Esta vez no. Esta vez, los más de dos millones más de votantes tomaron decisiones más favorables a la reemergencia del PSOE.

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