Salir a la calle sin paraguas cuando llueve puede ser muy incómodo. Te mojas, vuelves a casa pingando, pillas un buen resfriado y, encima, se te queda una cara de idiota total porque eres consciente de que no estarías estornudando y con fiebre si hubieses salido bien abrigado, con tu gabardina y tu paraguas.

Todavía no han salido a la calle, pero a muchos en Escocia y en Cataluña ya les está entrando una terrible sensación de estar corriendo hacia el despeñadero por estar jugando a las independencias. Y todo desde que la Comisión Europea les ha dejado claro que, si se independizan del Reino Unido o de España, se marchan también de la Unión. Y, claro, fuera de Europa, hace mucho frío y no para de llover.

Los nacionalistas escoceses y catalanes quieren unas independencias muy especiales en las que ellos repartirían todo el dinero y sus líderes se codearían con los del resto de estados, pero en las que sus antiguas metrópolis seguirían amparándoles en todo aquello que pueda ser peligroso, desagradable o muy caro.

Los nacionalistas escoceses quieren seguir con la libra esterlina y los catalanes, con el euro. Estas dos monedas, a pesar de su fortaleza, sufrieron de lo lindo el acoso de los especuladores durante la última crisis. Fuera de ellas, el futuro es pavoroso. Lo mismo pasaría con el ejército o las embajadas.

Los independentistas catalanes quieren una selección nacional de fútbol, pero que el Barcelona continúe en la Liga española. La alternativa es ser como Escocia, que desde el origen del fútbol tiene su propia selección nacional pero nunca gana un partido internacional, con una Liga sin el más mínimo interés llena de equipos que tendrían difícil mantenerse en la Tercera División española. Y, claro, jugando contra el Palafrugell es imposible pagar los sueldos de Messi, Iniesta, Xavi, Neymar y compañía.

Bruselas les acaba de despertar de sus ensoñaciones. Si salen de casa, deberán comprarse antes un paraguas y atenerse a las consecuencias. Si fuera hace mucho frío, nadie irá a llevarles un abrigo.

La advertencia europea ha provocado que algunos políticos y muchos empresarios empiecen a darse cuenta de que el independentismo es algo más que bailar una sardana en una carretera nacional. La duda es saber si, una vez que han agitado los sentimientos populares, conseguirán reconducirlos.