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Democracia banal

Las consultas internas de los partidos

Democracia banal

Hubo un momento en que la presión del malestar social sobre unos partidos cerrados en sí mismos, prebendistas y ajenos al mundo real, pareció alterar las dinámicas internas de unas organizaciones a las que la Constitución atribuye el cometido primordial de encauzar la vida política. La posibilidad de ese cambio se arruinó a la misma velocidad con que lo presuntamente nuevo se convertía en antigualla a los ojos de los votantes.

En paralelo a quienes banalizan la democracia con su reducción al acto de votar, la apertura de los partidos se limita a la posibilidad que se les concede a los militantes de refrendar en las urnas las decisiones de la dirección. Nunca hay debate previo al voto, ni siquiera para aclarar lo que se está votando, algo difícil de discernir por lo enrevesado de algunas preguntas, calculadamente ambiguas para que la respuesta permita hacer una cosa y su contraria.

Esa legitimación a través del voto de las bases de lo que ya está previamente decidido es una democracia interna de ficción, un autoengaño para consumo de los propios. Cualquier antiguo miembro de la nomenklatura soviética envidiaría el nivel de asentimiento en las consultas internas del PSOE o de ERC.

Por el trauma interno que los parió como líderes, en los casos de Sánchez y Casado, o por patrimonializar lo que levantaron desde la nada, como Iglesias o como le ocurrió al finiquitado Rivera, no hay ahora ningún dirigente político dispuesto a consentir disonancias en la organización sobre la que se elevan.

El efecto es un espacio político más claustrofóbico y personalista, en el que todo se dirime entre camarillas, eso sí renovadas, pero que aplican la agilidad que les falta para resolver lo que de verdad importa en reproducir los hábitos que parecían deplorables en quienes les precedieron.

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