J. MORÁN

El libro «El concejal», uno de los más divertidos y punzantes de las letras gijonesas, obra del periodista y escritor Alfredo García García, «Adeflor», cumple cien años. Adeflor (1876-1959) lo escribió en Somió, entre julio y agosto de 1908, como indica en la última página. Fue publicado inmediatamente y obtuvo un éxito rotundo.

En una sucesión de brillantes y humorísticas observaciones, Adeflor formula sagaces consejos para los ediles de aquel Gijón de 1908, año del nacimiento de la Escuela de Comercio, del Asilo Pola y de la Sociedad Filarmónica Gijonesa; de los homenajes a Rodríguez San Pedro y a Magnus Blikstad; del aniversario de la Guerra de la Independencia, y de huelgas en el Muelle y en La Algodonera.

Por ejemplo, recomienda Adeflor que «el concejal debe ir por la calle mostrando cierta abstracción, como si su pensamiento fuera puesto siempre en los asuntos municipales». Por ello, «debe hacer el concejal como que no oye la frecuente greguería de las calles, ni las voces de los cocheros, ni los sonidos de las campanas y timbres de los tranvías».

Sucederá entonces que «quien cumpla al pie de la letra con este precepto correrá el riesgo de que le mate un tranvía. Pero ¡ah!, muerte gloriosa será la del concejal que, por ir pensando en los hondos problemas que afectan al procomún, pierda su vida bajo unas ruedas. Verter hasta la última gota de sangre por el municipio es sublime y bello. El concejal debe ser atropellado por el tranvía».

Muchos de los irónicos preceptos de Adeflor son aún vigentes. LA NUEVA ESPAÑA los recordará en sucesivas entregas y los aplicará, si cabe, a la Corporación municipal de 2008.

En cuanto al libro como tal, Francisco García Pérez -catedrático de Literatura y coordinador del suplemento de Cultura de LA NUEVA ESPAÑA- lo considera «una de las obras más divertidas de las letras españolas de la época, dentro del género de la literatura y del periodismo costumbrista, y particularmente del costumbrismo de tipos, de personajes tipo, identificables; Berlanga no hizo otra cosa años después».

José Luis Campal, filólogo, miembro del RIDEA y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, ha estudiado a fondo a Adeflor, para definirlo como «un autor puente entre el realismo y el siglo XX». «Esa retranca, esa gracia está ya antes en Ataúlfo Friera, «Tarfe», también periodista de "El Noroeste"; ambos crean una línea que cuando Adeflor muere, desaparece».

Según ha indagado Campal, «El concejal» iba a ser seguido de libros humorísticos sobre el diputado, el ministro y el rey, pero «a medida que Adeflor fue escalando puestos en el periodismo, alguien debió de aconsejarle que tuviera cuidado, porque se iba a encontrar con enemistades y zancadillas». En efecto, «había en el libro mucha ironía con mala leche, pero Adeflor, que escribía muy bien y era muy culto, sabía hasta dónde podía llegar». El caso es que «el libro se agotó pronto y hubo en seguida una segunda edición», continúa Campal, quien también ha localizado «reseñas de la obra en algún periódico de Madrid».

En el fondo, «es una sátira del servidor público porque, evidentemente, no funcionaba, no servía, aunque sí podía servirse a sí mismo». Es el tiempo de «la decadencia de la Restauración de Cánovas, que decepciona también a los asturianos Clarín o Palacio Valdés». Por su parte, «Adeflor escribe "El concejal" para dar una llamada de atención, para advertir de que se están haciendo mal las cosas», reflexiona Campal.

Similar contexto político lo describe Luis Arias González, profesor de Historia y autor de la introducción y estudio crítico de otra obra de Adeflor, sus crónicas «En la guerra de África (1921)», que ha publicado recientemente VTP.

«Hay en esos años un descrédito del sistema electoral, con comicios amañados e índices de participación bajísimos, aunque Gijón es uno de los lugares con menos caciquismo», comenta Arias González. Sin embargo, circunstancias como el «sufragio censitario, o voto según las rentas», desvirtuaban la deseable limpieza política. No obstante, «lo que describe el libro no es exclusivo del ámbito gijonés, sino exportable a cualquier ciudad», agrega el profesor de Historia, que además comenta cómo «Azorín escribe su obra "El político" ese mismo año, y con humor sutil acerca del desastre y decepción de las elecciones de la Restauración». En cambio, en Adeflor destaca «esa ironía específicamente asturiana, esa retranca gijonesa tan identificable».

Para Milio Rodríguez Cueto, profesor de Literatura, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA y editor en VTP -que reeditó «El concejal» en el año 2000-, sobresale del libro la «soltura admirable de Adeflor y las reflexiones inteligentes y útiles para el concejal actual, en un libro no caduco».

Como dice el propio Adeflor al comienzo de la obra, «he aquí, pues, el primer consejo de este gran libro moral. El concejal debe hacer lo que pueda».

«Es preferible una Corporación municipal de ignaros que de sabios. El sabio es confiado. El ignaro piensa a todas horas que le van a engañar, y en los ayuntamientos toda desconfianza es poca» «El concejal debe fijarse siempre en quien le juzga. No le importen los acriminadores soeces?, más tarde o más temprano, el buen juicio se impondrá. Comprenda que es hombre público y que, como tal, cae bajo la opinión de todos» «Las cualidades físicas del alcalde deben ser inmejorables. No debe tener ningún defecto físico. Al alcalde no le debe faltar nada. Solamente le conviene ser un poco sordo. Si no lo es, como si lo fuese»

«Una de las obras más divertidas de las letras españolas dentro del costumbrismo de tipos»

<Francisco García Pérez >

Catedrático de Literatura

«Una sátira del servidor público que no sirve o se sirve a sí mismo»

<José Luis Campal >

Miembro del RIDEA

«Destaca su ironía específicamente asturiana, y esa retranca gijonesa»

<Luis Arias González >

Profesor de Historia

«Un libro no caduco; sus reflexiones, inteligentes y útiles, valen para el concejal actual»

<Milio Rodríguez Cueto >

Profesor de Literatura