Fernando Poblet le dedicó en su célebre libro «Guía indiscreta de Gijón» las siguientes líneas: «Peltop, "Cabeza de Hierro", luchador local, ídolo de multitudes, aplicaba la frente al "coco" del adversario, que cogía ceremoniosamente y delicadamente con las manos y ¡zas!, a tomar por el "Juan Sebastián Elcano", es decir, al santo suelo. Peltop fue un hombre muy querido, porque, mientras nosotros descabezábamos una siesta para no pensar, él, impensadamente, descabezaba al contrario y nos vengaba de tanta afrenta recibida».

Precisamente, a José María Peláez le sorprendió la muerte cuando estaba acabando de «hacer» su particular «guía discreta del ciudadano Peltó», a base de intercalar, en un ejemplar del libro de Fernando Poblet, datos autobiográficos y textos dedicados.

Nació Peltó en Oviñana en enero de 1924. En una entrevista publicada en LA NUEVA ESPAÑA el 30 de julio de 2007, él mismo daba más datos: «Nací en la casa de las Morotas, unas señoras muy distinguidas que habían cedido parte de su mansión para instalar la escuela del pueblo, donde mi madre ejercía de maestra». Su padre era relojero.

Peltó fue el mayor de tres hermanos y se crió a la vera de la mar pixueta. Su familia pagó con creces la Guerra Civil (los nacionales fusilaron a tres de sus primos) y un casi niño Peltó, como él siempre contaba, se alistó de corneta miliciano en el Batallón «Máximo Gorki», en defensa de la II República, una vez que su familia se trasladó al Gijón republicano. Tenía Peltó 12 años y vivía en Cimavilla.

Tras la contienda se dedicó al deporte, a la lucha grecorromana. Alternaba la lucha con un trabajo en una compañía de seguros. Luego se hizo profesional: campeón de Asturias siete años y subcampeón de España tres veces. Sus hazañas llegaron, incluso, al madrileño Campo del Gas, epicentro entonces del pugilismo y la lucha libre de España.

Tras retirarse de la lucha, se volcó en su gran pasión: la mar. Trabajó de buceador, creó una empresa de salvamento de barcos. Salvó 81 vidas y fue uno de los artífices de la creación de la Cruz Roja del Mar, al tiempo que mantenía su popularidad en Gijón y fuera de la villa. Ya retirado, siguió a la vera de la mar y también de la poesía, su gran afición. Admiraba a Rosalía de Castro y al poeta gijonés Alfonso Camín. Escribió poesía y organizó exposiciones de temas náuticos, como «El hombre y la mar». Se prodigó en charlas, conferencias y exposiciones. Inquieto, no paraba de preparar ideas, como la de lanzar los fuegos artificiales de agosto desde una gabarra fondeada en la concha de San Lorenzo.

«Fue un tipo de los que ya no quedan», dijo ayer de Peltó su amigo José Ignacio Gracia Noriega. Se conocieron en Cudillero, patria chica que José María Peláez siempre recordó. Durante años tuvo una casita (más un puente de barco varado en tierra) en la playa de San Pedro de Bocamar, hasta que la ley de Costas, como galerna del Cantábrico, se la llevó por delante, a pesar de los esfuerzos del viejo luchador de las doce cuerdas para conseguir la indulgencia del Ayuntamiento pixueto.

En la mencionada entrevista del 30 de julio de 2007, Peltó se definía así: «Soy José María Peláez, pero he creado un personaje llamado "Peltó" que, comenzando por mi familia, asume todo el mundo (...) Amo profundamente la vida, valoro la amistad por encima de todo, y aun considerándome un firme cristiano, sé respetar los credos de los demás. Mi trayectoria es la de un republicano que ha tomado como punto de partida la sinceridad del servicio a la ciudadanía sin renunciar a los principios. Sueño con que un día el pueblo español sea capaz de saber qué es lo que siente y lo que quiere ser».

Así era Peltó (las tres primeras letras de su primer apellido y las dos últimas del segundo, con acento en la o). Y, parafraseando una de las últimas escenas de «El hombre que mató a Liberty Valance», de Ford: «Esto es Gijón, y cuando las leyendas se convierten en historia, publicamos las leyendas».