J. M. CEINOS

En los comienzos de la aviación en España, Gijón no podía quedarse al margen del nuevo espectáculo de masas que eran entonces las exhibiciones aéreas que se celebraban por todo el país. De esta forma, el Círculo Mercantil organizó en septiembre de 1910 -hará un siglo- las que se llamaron las fiestas de la aviación, sin duda para alargar la temporada festiva en la villa y atraer a cientos de espectadores del resto de la provincia para que hicieran gasto en Gijón. Algo parecido al Festival Aéreo que desde hace varios años se celebra en la concha de San Lorenzo y que este verano tendrá lugar el próximo día 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol.

Hace cien años se habilitó el aeródromo para las fiestas de la aviación en los prados de La Guía, en la parroquia de Somió, concretamente en el llamado campo de Las Praderías, situado a continuación del de Las Mestas (en el que durante la Guerra Civil existió un campo de vuelo para la aviación republicana). Y como aviador, el Círculo Mercantil apalabró al francés Leoncio Garnier, que se dedicaba a las exhibiciones aéreas por toda España.

La fecha fijada para iniciar los festejos de aviación fue el domingo 4 de septiembre. Al día siguiente, en el diario «El Noroeste» se publicaba que, efectivamente, la atracción de forasteros había sido muy importante: «Desde por la mañana, a las horas en que llegan a Gijón los primeros trenes de la provincia, empezó ya a notarse en el pueblo gran movimiento, acusador de la afluencia de forasteros. Trenes hubo, como uno que partía de Oviedo con 21 unidades, que fue preciso añadirle algunas más. Fue, pues, este festejo, como atracción, de indiscutible éxito».

Pero la cosa no salió bien y el 8 de septiembre el rotativo de la calle del Marqués de San Esteban informaba a sus lectores de que por problemas técnicos en el aeroplano de Garnier, imposibles de subsanar en un corto periodo de tiempo, «pueden, pues, darse por fracasadas las excelentes gestiones que la Comisión del Círculo Mercantil pusiera en juego para que el público pudiera llegar a presenciar (previo pago de una peseta la entrada de general) un vuelo en aeroplano».

No se quedaron con el fracaso los gijoneses de hace un siglo y al año siguiente, en agosto de 1911, para la «Semana grande», se contrató otra vez al aviador Garnier y a otros dos: Lacombe y Rankonet. En el número de «El Noroeste» del sábado 12 de agosto se anunciaba, en primera página, que «Vicente Pastor torea en Gijón», y en páginas interiores, que «el Sr. Garnier llegó anoche a Gijón y con él trajo su monoplano que es mejor que el que poseía el año anterior. Viene Garnier animado de excelentes propósitos para borrar la mala impresión que bien contra su voluntad (él lo dice) dejaran las pruebas de aviación del año pasado».

El mismo sábado Garnier surcó los cielos de Gijón, en un vuelo de pruebas, y explicó «El Noroeste» al día siguiente: «El aviador Garnier ha cumplido su promesa, y se ha reivindicado ante los gijoneses, de su mala fortuna durante el pasado verano. Ayer, desde el aeródromo de La Guía, hizo magníficos vuelos ante gran concurrencia de invitados y de curiosos, que los había a centenares por los prados inmediatos (...) Ascendió de primera intención a unos cien metros, practicando hermosos virajes alrededor de aeródromo. Cinco veces recorrió el circuito del extenso prado de Las Mestas, alcanzando diferentes alturas, hasta 250 metros».

Tenía ganas el aviador francés de agradar, y por ello «tras un breve descanso, volvió a elevarse Garnier, anunciando que vendría sobre Gijón (...) Vino hasta sobre Begoña, donde estuvo a 320 metros, y cuando iba a continuar hasta la calle Corrida, para arrojar unas octavillas de saludo que llevaba a prevención (sic), una ráfaga de viento le obligó a cambiar de rumbo, pasando por encima del barrio del Arenal, y regresando al aeródromo, donde aterrizó después de un planeo inteligentísimo». Todo salía a pedir de boca y en «El Noroeste» se anunciaba que «los grandes deseos que hay en toda la provincia "por ver volar", quedarán satisfechos en los días próximos».

Al siguiente, el domingo 13 de agosto, repitió Garnier su ascensión a los cielos, cuando la afición taurina asturiana acudió a la plaza de toros de El Bibio para ver torear a uno de los mejores del escalafón de la época: el madrileño Vicente Pastor, a quien apodaban «El chico de la blusa», un ídolo, sobre todo, para la afición madrileña por su pundonor frente a los astados.

Entre vuelos de aeroplanos y toros «El Noroeste» del lunes 14 de agosto contó a sus lectores: «Este piloto de los aires, que tan mal sabor había dejado el año pasado, se ha propuesto borrar aquella impresión y ¡vive Dios que lo ha conseguido con creces! El espectáculo dado ayer en la plaza fue hermoso y emocionante. Mr. Garnier había anunciado a algunos amigos su propósito de hacer una visita a la plaza durante la corrida, a las cinco de la tarde. A las cinco y diez los espectadores que ocupaban palcos y gradas del tres al nueve, prorrumpieron en aplausos estruendosos, dirigiendo sus miradas sobre el tejado de frente a ellos».

El cronista taurino del periódico, en su relato, mezcló alas y toros para escribir que «segundos después se oía el ruido especial de la hélice y aparecía majestuoso sobre la plaza el monoplano Bleriot que montaba Mr. Garnier. Atravesó la plaza de SE (Sureste) a NO (Noroeste) y al pasar por el centro dejó caer un "bouquet" de flores con el siguiente mensaje: "Saludo a Vicente Pastor, el más bravo de los toreros españoles, el coloso del gran arte nacional; y le envío desde estas alturas, mi pensamiento de admiración y simpatía. Yo, luchando en los aires, siento deseos de llegar a asomarme al circo donde él triunfa con el imperio del arte y de valor, para unir mi aplauso al delirante aplauso de las muchedumbres. Mi saludo es un homenaje a su destreza. Saludo también a los demás valientes lidiadores, para todos deseo muchos triunfos"».

Sobre el albero de El Bibio, a tenor de la crónica taurina, «Vicente Pastor: el coloso del día. No defraudó la expectación que su llegada había despertado. Aquella faena y muerte del cuarto toro es de las que hacen época. Vaya nuestro aplauso maestro y viva Madrid».

La faena la hizo el diestro madrileño a un toro de la ganadería del Conde de Santa Coloma, de nombre «Peñarrubia», aunque explicaba el cronista que «no obstante lo rubio del nombre, era negro, zaino la color del pelo (sic)». Y, luego, que «Pastor sale a los medios y con la muleta desplegada, en la izquierda, ¡siempre en la izquierda!, cita al de Santa Coloma, que no acude. Después... después, aún me duelen las manos de aplaudir».

Tras la suerte suprema, «el toro quedó quieto un minuto, como si le hubieran dao cañazos (sic), en seguida empezó el baile de la agonía y empezó la ovación más estrepitosa que recuerdan los anales taurinos gijoneses. Don Vicente Pastor no pudo resultar más superior. Oreja, vuelta al ruedo, entusiasmo indescriptible», resumió el cronista, entusiasmado.

La anécdota del vuelo de Garnier sobre el coso y su mensaje a Vicente Pastor tendría continuación al día siguiente de la corrida, cuando el matador visitó al aviador en el aeródromo de La Guía, en la primera jornada oficial de la llamada entonces «La semana de aviación». Pastor se subió al monoplano de Garnier y, al descender del aparato, le dijo al aviador: «Ahora correspondo con V. y le invito a retratarse al lado de mi primer toro de mañana». «Si le atan las patas, acepto», replicó Garnier («El Noroeste»)