Músico y compositor

Es uno de los músicos más relevantes de la Asturias del siglo XX. Y en estos días que la muerte de Manuel Fraga Iribarne ha llenado los medios de comunicación de opiniones sobre su figura, Vicente Cueva tiene mucho que decir respecto a la sensibilidad artística -que algunas personas niegan- del que entre otros cargos fuera ministro de Información y Turismo. Amable y discreto, con su chaqueta de terciopelo negro, su impecable pantalón gris, Vicente Cueva volvió a dar testimonio de su elegancia.

-Por favor, defínase.

-Soy un gijonés nacido en la calle Dindurra (1943), donde mi padre regentaba un conocido taller de ebanistería.

-¿Acaso encontró usted la música en el ruido de las sierras?

-La música puede estar incluso en el cuarto de baño, en el sonido del cepillo de dientes. Pero, no, entonces aún no había sierras eléctricas, todo era manual.

-Luego...

-Mis padres cantaban en el Orfeón Gijonés, ambos eran solistas, barítono y contralto, respectivamente. Mi hermana estudiaba piano y un día yo dije que deseaba ser violinista; a la mañana siguiente encontré sobre la mesilla de noche mi primer violín.

-¿Lo conserva?

-No, porque nos lo había prestado un amigo. El primero en propiedad lo compró mi padre a otro amigo, Luis Oberón, que tocaba en la Sinfónica de Asturias. He llegado a tener diez violines, de los que me quedan dos; el resto, los mejores, los he repartido entre mis hijos, todos músicos. El mayor, Vicente, es concertino director de la Orquesta de Cámara de España. Enrique toca en el grupo «Milladoiro», dedicado a la música celta, y Cecilia es profesora superior de piano.

-¿Usted ha tocado alguna vez en un Stradivarius?

-Muchas... Cuando a los 16 años me fui a estudiar a Madrid, mi profesor, Carlos Sedano, era el conservador de los instrumentos del Palacio Real, y todos los lunes y jueves, después de clase, íbamos a cuidarlos. Los Stradivarius Palatinos españoles, la mejor colección del mundo; tiene dos violines, una viola y dos violonchelos.

-¿Es cierto que suenan distinto?

-Sí, aunque dentro de ellos también hay categorías. Entre los Guarnerius del Gesu los hay que incluso suenan mejor que algunos Stradivarius.

-Bien, estamos ante un muchacho de 21 años licenciado en violín...

-En ese tiempo, 1964, la Orquesta Nacional de España era un coto cerrado, y la única salida era emigrar. En Sydney se acababa de construir el gran edificio de la Ópera, y varios expertos vinieron a Europa en busca de instrumentistas. Dos compañeros y yo estábamos dispuestos a irnos, pero aquel verano, al volver a Gijón, un día leí en la prensa que se iba a crear la Orquesta Sinfónica de RTVE, convocándose oposiciones para acceder a la misma. La noticia revolucionó toda España, y yo me puse a estudiar como un loco ya que la obra propuesta, la «Sinfonía española» de Lalo, era desconocida para mí. Felizmente, los tres amigos que nos íbamos para Sydney nos incorporamos a la orquesta tras una dura oposición. Éramos casi 200 candidatos para 26 plazas.

-Se puede decir que entraba usted en la música por la puerta grande...

-Había trabajado mucho... El 22 de noviembre de ese año, 1964, me concedieron el premio «Sarasate», y el 23 hice la prueba de oposición.

-Y es aquí donde nos encontramos con Manuel Fraga.

-En efecto. Al incorporarse España a la Unión Europea de RTV, esta red siempre efectúa intercambios, pero España carecía de orquesta, ya que la Nacional era privativa del Ministerio de Cultura. Todas las RTV de Europa tenían sus propias orquestas: Italia, por ejemplo, cuatro o cinco; Alemania y Francia, varias... Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo, fue el promotor de la nuestra junto a Robles Piquer y Enrique de la Oz.

-¿Cuántos años permaneció usted vinculado a dicha orquesta?

-Cuarenta; soy uno de los fundadores. Pasaron por ella los mejores directores del mundo, desde Igor Markevitch al rumano Sergiu Celividache, pasando por los españoles Enrique García Asensio, Odón Alonso, Ros Marbá... Fraga solía asistir a los ensayos; era una persona muy sensible. Cuando años después al regreso de EE UU nos presentamos en Londres siendo él embajador en el Reino Unido, nos ofreció un recibimiento memorable. Éramos su joya de la corona, su gran creación.

-Como virtuoso del violín, ¿quiénes son sus autores preferidos?

-Orquestalmente me gustan las sinfonías de Tchaikovski, Debussy y Ravel. En la ópera, Puccini. Yéndonos al Barroco, la música de cámara de Bach; las seis partitas para violín son nuestra piedra de toque. Luego seguimos con Mozart, en el clasicismo con Beethoven, Mendelssohn... Y cerca ya de nosotros, Richard Strauss y Mahler.

-¿Es cierto que es usted fabricante de batutas?

-Fabricante, no, pero algunos directores célebres como Lorin Maazel o Sergiu Comissiona dirigen con batutas hechas por mí en el taller de mi padre. Suelen ser de pino por su flexibilidad y escaso peso. Cada director tiene una manía.

-¿Qué es para usted la música?

-El todo.

-¿Piensa que en el Reino de los Cielos habrá una orquesta?

-Sin duda, y allí estarán los grandes intérpretes, y los menores. La música es una creación divina.

-¿Cuál es su estatus actual?

-Hace nueve años me jubilé de la Orquesta de RTVE por problemas en los codos, consecuencia de tanto trabajo. Ahora aprovecho para componer. Las dos últimas obras que he escrito son antagónicas: una es un divertimento-suite para cuarteto de cuerdas dedicado al bicentenario de Jovellanos, que se estrenará próximamente, y la otra es mi quinto pasodoble, en homenaje al doctor Veiga, uno de los médicos de la plaza de El Bibio. El anterior se lo brindé a Fernando Zamanillo. He compuesto el titulado «¡Música, maestro!», otros para el centenario de la plaza de Sanlúcar, para el coso taurino de El Bibio, y uno en homenaje a Genaro Valdés, el anterior director de la Banda de Gijón.

-¿Qué le seduce de los pasodobles?

-Sus posibilidades sinfónicas; yo los escribo con cuerdas, chelos y contrabajos, no sólo para bandas. Es una música eminentemente española, como consta en la documentación del siglo XVIII. Los autos sacramentales incluían pasodobles y pasacalles, y ya en el siglo XIII tenemos constancia de la existencia de un ritmo que podría ser antecesor del pasodoble.

«No soy fabricante de batutas, pero algunos directores célebres dirigen con las que yo les hice en el taller de ebanistería de mi padre»