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Las claves arquitectónicas de la Laboral de Luis Moya, la décima maravilla del mundo

El arquitecto se puso con su familia bajo la cúpula elíptica de la iglesia, ante la negativa de los obreros a quitar el andamiaje por temor a que se cayera la estructura

La iglesia y la torre durante las obras.

El erudito Luis Moya, aunque dominaba profundamente la arquitectura histórica asturiana, lo que quiso fue que la obra que ideó para crear en el paradisíaco valle gijonés entre la mar y la montaña constituyese una síntesis universal sin parangón del Arte, como monumento al hombre y al fomento de la cultura de los trabajadores.

No sólo la Laboral está de espaldas a la ciudad, sino también el Partenón, la Alhambra y El Escorial. En todos los casos -tal como explicó Luis Moya para justificar su orientación- hay que acceder al interior de los grandes edificios rodeándolos, ya que así es como se puede apreciar toda su magnificencia. De ahí que no sea de extrañar que le hayan servido como referencia sus estilos arquitectónicos y sus dimensiones para desarrollar la ciudad cerrada sobre sí misma y autosuficiente que ha sido considerada por expertos urbanistas ajenos a ideologías sectarias -eso sí, con el debido paso del tiempo- como la décima maravilla del mundo.

La puerta de la ciudad total. Con el mismo estilo del cántabro Juan de Herrera, uno de los máximos exponentes de la arquitectura renacentista española -gracias a obras tan trascendentales como el monasterio de El Escorial y el palacio real de Aranjuez- Luis Moya diseñó, de acuerdo con la tradición medieval, el torreón de defensa a la fortaleza con la gran puerta en la asimétrica fachada principal, con su arco de triunfo al estilo romano de entrada de medio punto sobre el que colocó dos ángeles clásicos en los blasones de los palacios renacentistas y el águila de San Juan -símbolo del apóstol con nimbo por el aura resplandeciente que de él emana-- que los Reyes Católicos incorporaron a su escudo debido a que ya había sido usado en 1473 siendo Isabel princesa. En cuanto al origen de las flechas conviene recordar -por aquello de la memoria histórica- que también eran los símbolos del escudo de los Reyes Católicos: el yugo con un nudo gordiano porque era el lema famoso de "tanto monta monta tanto Isabel como Fernando". La divisa propia de la reina era el haz de flechas. De esta manera, tras su matrimonio se unían los cinco reinos de España: Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada. Cinco reinos y cinco flechas. En la bóveda de medio cañón Luis Moya también quiso hacer un guiño al arte asturiano -que así denominaba Jovellanos- por su similitud con los monumentos principales del prerrománico y, más concretamente, con la bóveda de Santa María del Naranco.

Así se entra al atrio corintio tal como fuese concebido por el arquitecto romano Vitrubio en el siglo I antes de Cristo y ejecutado allí, por primera vez, a escala natural: un patio rectangular rodeado de diez columnas de granito de diez metros y medio de altura. Desde él se vislumbra la plaza mayor de la ciudad total en la que converge toda la vida del conjunto arquitectónico, con los patios renacentista, borrominesco y rocalla, así como los jardines del Mediodía. Una inmensa plaza central de ocho mil treinta metros cuadrados, que sirviese de punto de encuentro con ciento cincuenta metros de largo por cincuenta metros de ancho, las mismas dimensiones de la plaza de San Marcos de Venecia. La entrada por un arco de menor tamaño -igualmente asimétrica como la fachada- y en la esquina de la izquierda ya permite contemplar la monumentalidad de todos sus edificios.

La iglesia con la planta elíptica más grande del mundo. El arquitecto Luis Moya partió de las basílicas paleocristianas y de la estructura de los baptisterios italianos -quizás el más emblemático sea el de Florencia que se encuentra en medio de la plaza del Duomo, cuya puerta principal también emuló en la entrada de la iglesia gijonesa- aunque también quiso recoger las influencias de Brabante y de "La ciudad ideal" del siglo XV- obra renacentista que se conserva en la Gallería Nazionale delle Marche, en Urbino- de autor desconocido, aunque hay quien la atribuye a Piero della Francesca. Los cartones de los mosaicos fueron encargados al pintor sevillano Joaquín Valverde (1896-1982). Tres arcángeles y seis evangelistas, uno de los cuales Juan que está representado por un águila eleva los ojos al cielo preguntando qué es lo que debe de escribir -él no se refirió a la última cena con Jesús en sus evangelios- lo que tal vez sea una sintonía con las heterodoxas tesis de Leonardo da Vinci en su iniciática obra sobre la última cena que fue pintada a finales del siglo XV y que se encuentra expuesta en el refectorio del convento dominico de Santa María delle Grazie, en Milán. Un magistral mural cargado de simbolismos, donde ni Jesús ni sus doce apóstoles tienen aureola alguna sobre sus cabezas, ni tampoco Leonardo da Vinci pintó el Santo Grial.

Y de nuevo -además de la escultura de Santiago montado a caballo- la presencia testimonial en la fachada de las raíces históricas asturianas: la Virgen de Covadonga y la Cruz de la Victoria, con dos ángeles adorándola. El autor de esta obra en bronce y latón -de tres metros y medio de alto y tres de ancho, con un peso de doscientos kilogramos- con incrustaciones de cristales, mármoles y piedras de color fue el escultor madrileño José Espinos Alonso.

Entre las esculturas realistas que se encuentran entre las cuatro columnas corintias -obra del gran escultor cascarillero Manuel Álvarez-Laviada y Alzueta (Trubia, 1898 -Madrid, 1958)- talladas en piedra colmenar blanca, con las imágenes de santos se encuentra curiosamente Santo Toribio de Astorga, quien según la leyenda fue quien trajo al Monsacro reliquias procedentes de Palestina y tesoros visigóticos. De ahí que sea sorprendente el profundo conocimiento histórico que Luis Moya tenía también sobre todo lo relacionado con Asturias.

La iglesia tiene una superficie de ochocientos siete metros cuadrados de planta elíptica y en la construcción de su espectacular cúpula la mayor del mundo -con la que vez trató de homenajear a la de Santa Sofía de Constantinopla- se utilizó el sistema de bóvedas tabicadas muy tradicionales en la arquitectura mediterráneo- oriental, por lo que fue montada sobre veinte pares de nervaduras de cuatrocientos cincuenta mil ladrillos recocidos en León entrelazados entre sí según los sistemas constructivos hispano-mudéjares, sin la utilización de columnas, ni tampoco de un solo clavo. El peso estimado de la cúpula es de más de dos mil trescientas toneladas, por lo que los obreros no tenían nada claro que no se viniese abajo cuando el arquitecto mandó retirar los andamios. Una de las leyendas sobre la construcción cuenta que Luis Moya llamó a su familia y se colocaron todos de pie en el centro debajo de ella, con la seguridad de la obra bien hecha, a fin de que los trabajadores ejecutasen la orden de retirada del andamiaje. Y no pasó nada, claro.

El piso de la iglesia es de mármol español, salvo la roseta central que es de mármol italiano. Los bancos, todos distintos, fueron construidos con embero, una madera traída desde Guinea Ecuatorial. Durante la construcción de la iglesia se mantuvieron negociaciones con Salvador Dalí para comprarle una gran Cristo crucificado, pero el artista catalán pidió un millón de pesetas por su obra -ya empezaban entonces los problemas de financiación- por lo que la Junta del Patronato desechó su oferta. No fue una acertada decisión, desde luego.

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