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Un paseo por la siderurgia cántabra

El ilustrado gijonés visita la fábrica de artillería de La Cavada y la ciudad de Santander, a la que aún le quedan dos siglos para su gran incendio

Arco de Carlos III en La Cavada.

Ir de la mano, a través del tiempo, con Jovellanos, se convierte en un lujo además de un placer, ya que nos permite ver a través de sus ojos, cómo era aquella España de finales del siglo XVIII y cómo se vivía la cotidianidad de aquellos días.

Habíamos dejado a don Gaspar pernoctando en Astillero, aquella veraniega noche del 11 de agosto de 1791, pero al amanecer el viaje prosigue y así nos cuenta en su diario nuestro ilustre guía: "Día 12. Salida de Astillero; paso del barco y detención por extravío; arribo a La Cavada, con gran calor; absoluta carencia de toda comodidad; se hallaron dos casas privadas; comimos bien; vimos el establecimiento; fundían en el reverbero bombas, granadas y caños para los acueductos de Aranjuez; se están fundiendo trescientos, y van ya acabados; vino orden para otros cuatrocientos; está ajustado el porte a 14 reales arroba, y tiene cada uno de 26 arriba (calcúlase); vimos la obra del retén; está en cepas, y son de una firmeza grande; aquí han de parar las leñas para los carbones del consumo de La Cavada, traídas de la otra parte de los montes de Espinosa y Quintanilla".

Jovellanos nunca deja nada al azar, sus observaciones son siempre intensas y todo lo reflexiona y lo plasma en su diario. Aquí nos habla de su llegada a La Cavada. Entre Astillero y La Cavada hay unos 15 kilómetros y Jovellanos llega a comer.

No será la ultima vez que nuestro ilustrado pase por aquí. Esta pequeña localidad a orillas del río Miera jugará un papel muy importante como fábrica de artillería y, como usaba de materia prima el carbón en sus fundiciones, el interés que Jovellanos mostrará por este lugar le traerá en diferentes ocasiones. La fábrica abasteció a gran parte de la Marina Española, y no solo baterías o fuertes a nivel nacional, también en ultramar. Se puede decir sin temor que la mayor parte de los cañones que defendieron el Imperio español en la propia Europa o en América, África y Filipinas fueron fabricados aquí.

Creo que son dignos de mencionar también, un poco, los orígenes históricos de este emblemático lugar. Allá por el año 1622 nace la fábrica de artillería, sus propietarios originarios fueron Mariana de Brito y sus hijos. La creciente necesidad de artillería hizo que este complejo fabril fuera clave en España. En la época de Jovellanos existían seis altos hornos, dos de ellos en Liérganes y cuatro más de reverbero. Hay que añadir que la estructura tenía otras instalaciones, el resbaladero de Lunada, el muelle de Tijero, las minas de Somorrostro y Vizmaya y, por supuesto, las fabricas de La Cavada, Valdelazón y Lierganes.

Dentro del conjunto arquitectónico que hoy pervive y que merece una visita destaca el Arco de Carlos III, que era el acceso principal al complejo. Se debe su construcción a Francisco Solinís, en el año 1783. Como curiosidad debo añadir que muchos trabajadores cualificados venían de Flandes y hubo algún que otro recelo hacia ellos. Aun así, apellidos como Arche, Del Val, Sart o Lombó perviven en la zona como vestigio en la heráldica de la zona. Sin duda, merece la pena acercarse aún hoy y visitar el Museo Real Fabrica de Artillería de La Cavada.

Fijémonos con que detalle nos cuenta Jovellanos las labores desarrolladas allí en el día a día y que él vio aquel 12 de agosto de 1791: "Suben de legua y media a dos por un camino abierto en el monte, y en la cima se colocan en un resbaladero por el cual corren el espacio de mil setecientas toesas, y luego caen al río y van por cuatro y media leguas hasta el citado retén de La Cavada. A este fin se cortan en leños de siete pies de largo y uno de diámetro. El resbaladero se compone de maderos cruzados en forma de tijera, cuyo seno es un semicírculo algo más ancho en el fondo que en la abertura; los leños deben bajar por su peso y orden; tendrán la cabeza más gruesa que el extremo inferior, para que no se monten en el descenso; hay sitios en que tendrán que vencer alguna altura, y lo harán por el impulso de su descenso, tomándole después. Para vencer el paso del río se han desmontado enormes peñas con barrenos, y entre ellas algunas de cincuenta pies de alto y sesenta de base, haciendo que los escombros cayesen en los pozos que era preciso rellenar, con lo cual el río quedó en estado de llevar las maderas o leños hasta el retén; éste se reducirá a unas cepas como para puente; por cima se cubrirán de madera, y servirán de tal; a la salida se pondrán unos maderos gruesos en forma de celosía, los cuales darán salida a las aguas y retendrán las maderas para que, secadas, se quemen en hoyas, que deben formarse en un campo, hoy bellamente plantado de robles desde el tiempo de Horcasitas."

Hace noche en La Cavada y el 13 llega a la capital cántabra, Santander. La ciudad que conoció Jovellanos en su visita difiere bastante de lo que hoy vemos, ya que el incendio de 1941 modificó la historia reciente de la ciudad. Así escribe don Gaspar: "Sabado 13: salida de La Cavada hasta el embarcadero de Pedreña; paso a Santander embarcados; Por la tarde vimos la catedral, que es una mezcla del gusto del siglo XIII y algo de los anteriores, particularmente en la iglesia baja, que es de tres naves y tiene diferentes altares de buena forma, hechos a costa del actual señor obispo Rafael Tomás Menéndez de Luarca, que la hizo limpiar y adornar para el uso que antes no tenía. Arriba hay la singularidad de una pila para agua bendita, de mármol y forma cuadrada, en cuyo borde hay una inscripción árabe, de caracteres al parecer cúficos, que, según Agustín de Colosía, no está aún interpretada. Es bastante iglesia para el destino de colegiata que antes tuvo; dicen que fue monasterio de bernardos, después abadía comendataria, y al fin pudo ser de canónigos reglares".

La catedral de Santander es buen ejemplo de la citada transformación postincendio. El lugar donde se alza la catedral de Nuestra Señora de la Asunción es el llamado Cerro de Somorrostro, donde los romanos casi fijaron el nacimiento de la ciudad. La actual construcción está formada por dos iglesias superpuestas de estilo gótico, una del siglo XIII y otra del segundo tercio del mismo siglo pero totalmente modificada tras el citado incendio. La catedral cuenta también con un claustro del siglo XIV. El conjunto, tras el fuego, reabre al culto en 1953 y se le añade ábside, girola, crucero y cimborrio.

Debo citar un par de referencias más que Jovellanos hace en este párrafo hablando de su visita a la catedral, uno es que nombra a Rafael Tomas Menéndez de Luarca como obispo de Santander. Este obispo era asturiano, del concejo de Valdés. Jovellanos ya le conocía porque coincidieron en sus etapas educativas, se llevaban muy pocos meses de edad. Coincidieron en Ávila y en el colegio de San Ildefonso en Alcalá de Henares. Sus posiciones fueron totalmente dispares ideológicamente hablando.

El obispado de Menéndez de Luarca fue el tercero de la diócesis de Santander y el más longevo con 35 años de duración. Creó el Hospital de San Rafael, fue promotor de obras piadosas y diputado por Asturias en 1813.

El otro apunte es la pila bautismal que cita que aún se conserva, y que la tradición cuenta que fue llevada a Santander desde Sevilla por Ramón de Bonifaz, almirante al frente de las tropas que liberaron la ciudad a orillas del Guadalquivir, en 1248. Tiene una bonita inscripción traducida así: "Yo soy un saltador de agua; mecido por los vientos, mi cuerpo, transparente como el cristal, está formado de blanca plata. Las ondas puras y frígidas de mi manantial al encontrarse en el fondo, temerosas de su propia sutileza y delgadez, pasan luego a formar un cuerpo sólido y congelado".

Los pasos de Jovellanos siguen por la capital cántabra, pero lo que visita a continuación lo vemos en el próximo capítulo.

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