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A ver la ballena 125 años después

La llegada a Gijón en 1895 de un enorme cetáceo capturado en alta mar congregó a cientos de personas en el Piles, donde se hicieron bailes, y dio origen a una expresión popular que los playos continúan utilizando hoy

Reproducción de una de las imágenes que se conservan del cetáceo rodeado de público.

Hace 125 años los habitantes de Gijón recibieron una visita insólita que quedaría grabada en el imaginario popular y que daría lugar a un arraigado comentario, amén de a un programa veraniego de actividades lúdicas que se mantuvo durante varias temporadas. El pasado día 12 se cumplió el aniversario de la llegada de una ballena rorcual a la playa Salmoriera de Gijón, en 1895, que dio pie al célebre "vete a ver la ballena" que los playos usan en numerosas ocasiones cuando se quieren quitar a alguien molesto de encima.

Las crónicas locales no recordaban presencia alguna de estos cetáceos en Gijón desde hacía casi cuarenta años (la última ballena en aguas de la costa gijonesa estaba documentada en 1975), y la aparición del descomunal animal a la desembocadura del Piles supuso todo un acontecimiento que nadie en la Villa de Jovellanos quiso perderse.

El animal fue recogido en alta mar por el vapor de pesca "El Sultán" con un arpón clavado en su costado el 11 de octubre de 1895. De mar abierto fue arrastrada hasta la playa al otro lado del Piles, ya el día 12, por varios pares de bueyes, y pese a que sólo permaneció tres días en Gijón (entre otras cosas se estaba descomponiendo y el hedor llegó a todos los rincones de la ciudad) su presencia ha quedado para siempre en el recuerdo popular de los gijoneses.

Tan insólita fue la llegada del inmenso animal, del que se despiezaron hasta ocho toneladas de grasa, que su presencia corrió como un reguero de pólvora por Gijón. En un primer momento el cadáver se depositó en la boya de entrada del puerto para ser reconocida por el director de Sanidad Marítima, después fue remolcada a la boya de Torres y finalmente acabó en la Salmoriera, donde fue la atracción de cientos de gijoneses. Tal fue la expectación, como resaltan las crónicas de la época, por ver al bicho que la cola llegó hasta Fomento y los hosteleros de la época aprovecharon para poner puestos de comida y bebida a pie de playa, para aliviar las necesidades de aquellos que iban en masa a ver la ballena. Incluso se alquilaron lanchas para que los más pudientes pudieran contemplar aquel fenómeno de la naturaleza desde el agua, y se cuenta que hasta se organizaron bailes en improvisada romería en las inmediaciones del Piles.

Como ya empezaba a estar podrida, al tercer día se diseccionó el animal, del que las mediciones de la época decían que pesaba unas cincuenta toneladas con 21,80 metros de largo. La grasa se repartió en la calle Caridad y el esqueleto se trasladó para su estudio al Gabinete de Historia Natural del Instituto Jovellanos, donde quedó al cargo del catedrático de Historia Natural y vicedirector del Real Instituto de Jovellanos, Daniel Jiménez de Cisneros, quien no solo dirigió los trabajos de disección del animal al pie del mar sino que también llevó a cabo las gestiones pertinentes para que el Museo de Ciencias Naturales de Madrid adquiriera el esqueleto por el precio de 1.000 pesetas. Un dinero que Cisneros hizo llegar a los dueños del rorcual, a la sazón los armadores del "Sultán".

El científico fue el responsable del transporte de los huesos de la ballena hasta depositarlos en la estación, con destino a Madrid en un vagón al descubierto, para que cupiera el cráneo del animal, que iba cubierto con un toldo. De esa guisa llegó al Museo de Ciencias Naturales, que llegó a ser digno de aparecer en la guía turística más prestigiosa de su tiempo, la Karl Baedeker, gracias al esqueleto de la ballena gijonesa. Todo un fenómeno de masas que aún se recuerda siglo y cuarto después.

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